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Entrevista
Escritora, colaboradora de The New Yorker

'Temas de conversación': una novela sobre el deseo femenino, el autosabotaje y las puñaladas de Norman Mailer

Portada de la novela 'Temas de conversación' de Miranda Popkey.

Carmen López

19 de febrero de 2021 22:47 h

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Es el año 2000 y la protagonista está leyendo los diarios de Sylvia Plath en Otranto, un pueblo de la costa italiana. Trabaja de niñera de los hermanos gemelos de su amiga Camila, que veranea allí con su familia. Tiene 21 años y en septiembre empezará un posgrado en Literatura Inglesa, después de haberse licenciado en la misma materia. En ese contexto tiene lugar la primera charla de Temas de conversación, la novela que Miranda Popkey acaba de publicar en España de la mano de Gatopardo Ediciones, traducida por Patricia Antón. 

En ese intercambio de palabras que se produce entre la narradora –está escrito en primera persona– y Artemisia, la madre de su amiga, ya emerge una de las cuestiones sobre las que la autora hace hincapié a lo largo de todo el libro: el deseo femenino. No solo en el aspecto sexual, que también, sino desde una perspectiva más amplia del concepto que a veces puede resultar incómoda. El ansia de sentirse dominada por un hombre que le impida tomar decisiones o que recurra a cierto grado de violencia para imponerse es una de las posibilidades que se exponen.

Popkey comenta a elDiario.es: “Estoy orgullosa de llamarme feminista, pero crecí en una sociedad que no era feminista, que era incluso antifeminista. Vi, leí, escuché y disfruté de los productos culturales de esa sociedad. Ahora reconozco en mí misma deseos o impulsos misóginos”. Según la escritora “el libro trata, en parte, de explorar cómo, cuándo y por qué exponer un punto de vista particular supone asumirlo y también cuestiona qué ocurre cuando descubres que llevas dentro un deseo que, hasta cierto punto, encuentras perturbador ¿Qué haces entonces?”. 

La escritora colabora habitualmente en medios como The New Yorker, The New Republic o The Paris Review, pero esta es su primera novela. No solo es osada con el contenido sino también con su estructura, ya que cada capítulo se emplaza en un lugar y un año concreto y lo que sucede en estas historias se va descubriendo en las conversaciones. Ann Arbor en 2002, San Francisco en 2010, Los Ángeles en 2012: quien lea el libro irá siguiendo la vida de la protagonista de manera fragmentada pero continuada en estos escenarios. 

Señala la trilogía de Rachel Cusk, compuesta por los títulos A contraluz, Tránsito y Prestigio (todos publicados en España por Libros del Asteroide traducidos por Marta Alcaraz y Catalina Martínez Muñozli), como una de sus influencias a la hora de configurar el libro, pero también se debe a una preferencia personal. “Siempre me ha resultado difícil adaptarme a una estructura narrativa de tres o cinco actos. Con esto no quiero decir que sea una escritora más original ¡todo lo contrario!, solo es que no se me da bien. Dejo que los personajes cuenten sus historias como lo haría en una fiesta o con un amigo, y luego la voz del narrador nos dirige, con suerte, durante toda la novela”, explica.

Hay un detalle que quizá no se aprecie hasta que no se ha avanzado un par de capítulos: el nombre de la protagonista no se desvela en ningún momento. Sí se dice su edad o cómo se llaman sus amigos pero no ella. “Sí que tiene un nombre, lo que ocurre es que no se revela, simplemente. Yo lo sabía desde el principio y lo incluí en el borrador inicial, pero a todas las personas a las que se lo mostré les pareció que no funcionaba. Para mí ese era su nombre, sigue siéndolo. Pero lo quité porque no quería llevar al lector por mal camino y me pareció que con ese nombre pasaría precisamente eso”, aclara.

Además del deseo, también se habla con profusión sobre el autosabotaje. De hecho, ambos asuntos van casi de la mano. Dinamitar una existencia en apariencia perfecta sin un motivo fácil de explicar o de entender para quien lo escucha. Popkey afirma: “El deseo de tener el control es muy poderoso. Y a veces es más fácil sabotear algo –incluso algo que te hace feliz– porque así controlas cómo termina. Puedes tener una buena relación de pareja pero ¿cuánto tiempo va a durar? ¿No sería mejor romper ahora y saber exactamente cómo y por qué se acabó que esperar a que termine en algún momento del futuro? ¿De alguna manera podría ser menos doloroso así? Yo no lo creo, pero sí puedo entender por qué lo haría alguien”.

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La mayoría de las conversaciones que la narradora mantiene son con otras mujeres. Hay personajes masculinos pero, aunque interactúa con ellos, las charlas las tiene con ellas. A veces son casi soliloquios, en los que una habla durante un buen rato mientras la otra escucha casi sin intervenir. En la mayoría de las ocasiones se explican detalles muy íntimos de la vida privada, incluso aunque la interlocutora sea una desconocida con la que ha chocado en el supermercado ¿Serían diferentes esos diálogos si uno de los dos fuera un hombre?

“Creo que para algunas mujeres heterosexuales, una conversación con un hombre heterosexual siempre tiene un cariz sexual, aunque no sea de manera consciente o ni siquiera se desee. Al menos para mí fue así durante muchos años. Era difícil mantener una conversación con un hombre sin una evaluación o juicio sexual. Ya no me ocurre pero pensé que mi protagonista tendría, durante la mayor parte de la novela, tratar de determinar si el hombre está interesado en ella o intentar que lo esté”, declara y añade que “también creo a veces es más fácil confesar algo vergonzoso a una extraña que nunca vas a volver a ver que hacer lo mismo con alguien a cuyo juicio tendrás que seguir enfrentándote el resto de tu vida”.

Aunque el libro sigue la existencia de la narradora desde el año 2000 hasta el 2017 y en todos los capítulos se explica su situación vital, hay uno que desvía la atención hacia otro protagonista. En un vídeo de Youtube, una mujer explica en un trozo descartado de un documental qué fue lo que vio en la fiesta en la que Norman Mailer apuñaló a Adele Morales, su mujer, en noviembre de 1960 en Nueva York. La entrevistada tarda en llegar al centro de la cuestión y con sus divagaciones compone un retrato detallado del escritor y su universo. 

Esa especie de 'episodio botella' se debe a que: “Mailer me fascina de una manera un poco culpable desde hace mucho tiempo. Lo que más me impresiona es que apuñaló a su mujer hasta casi matarla y la sociedad literaria de Nueva York le dio la bienvenida de nuevo poco tiempo después ¡Hasta el propio Mailer estaba sorprendido! En algún momento explicó que en la primera fiesta a la que fue después del suceso le recibieron con un 5% menos de calidez que antes. Lo exagera –fue un 50% no un 5%– porque estaba realmente impresionado. Creo que yo estaba intentando responder a la pregunta de qué habría pasado si aquello hubiese sucedido ahora”, afirma.

Después del último capítulo, casi como si fuese un epílogo, añade unas páginas de 'Obras(no) citadas'. En ellas se enumeran títulos de películas, libros, temporadas de series de televisión, newsletters o webs. Popkey cogió prestada la idea del libro Fra Keeler escrito por Azareen Van der Vliet Oloomi. “Me sentía en deuda con esas obras que aparecen citadas porque quiero darle la oportunidad a otras personas de leer, ver o escuchar lo que yo había leído, visto o escuchado si quieren. Y también me pareció importante dar crédito. Todo se basa en lo que vino antes”. El libro Cómo debería ser una persona de Sheila Heti, la newsletter de Jessa Crispin, la película L.A. Confidential de Curtis Hanson o las temporadas 1-3 de la serie El ala oeste de la casa Blanca de Aaron Sorkin son algunas de las referencias. En la parte de agradecimientos convencional menciona a Louise Glück, que fue su profesora de poesía en Yale y la animó a escribir, y a Mária Švarbová, la fotógrafa de la imagen de la cubierta, que seguro será un buen reclamo en las librerías.

Además de escribir, Popkey también tiene un empleo de trabajadora social. Dice que no cree que ese aspecto laboral le influya a la hora de componer sus historias, sino más bien que “pensar en la psicología humana a la hora de crear a mis personajes de ficción me ha ayudado a responder con cuidado y empatía real a las personas con las que trabajo”. La entrevista termina con una pregunta acerca de sus planes a partir de ahora, que ella contesta con una concisión que no tendría ninguno de sus personajes: “¡El futuro es tan incierto! Me gustaría plantar un jardín”.

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