Eva Rausing fue encontrada muerta en su mansión londinense el 10 de julio de 2012. No era una víctima cualquiera: su marido, Hans Kristian Rausing, era el heredero de Tetra Pak, la empresa sueca creada por su abuelo Ruben Rausing en los cincuenta y que desde entonces ha servido al mundo los famosísimos Tetra Brik. Envasados de cartón que convirtieron a esta familia en una de las más ricas e influyentes de Gran Bretaña, donde llevaban décadas asentados.
Sin embargo, Eva no murió entre algodones. Cuando fue hallada en su casa de más de 70 millones de libras llevaba más de un mes muerta, estaba en una cama debajo de mantas y otros cachivaches, rodeada de porquería en una habitación cuyas paredes estaban pintarrajeadas con nombres de traficantes de droga. Eva, de 48 años, tampoco había fallecido de muerte natural sino tras una sobredosis de crack y heroína, drogas a las que llevaba décadas enganchada.
En Gran Bretaña la noticia disparó el apetito insaciable de la prensa más amarillista. El suceso lo tenía todo: era una familia millonaria arrasada por las drogas de la que no se salvaba ningún miembro.
El marido, Hans Kristian, que igualmente estaba fuertemente enganchado a la heroína, fue acusado de no haber salvado la vida de su mujer ni darle un reposo digno. También estaban los niños pijos que no habían sabido qué hacer con sus vidas y el coqueteo de la familia durante décadas con el poder –hasta se relacionó el caso con el asesinato de Olof Palme-. Durante meses hubo cientos de titulares obsesionados con una de esas ideas del más cutre de los melodramas, pero que hace vender muchos periódicos: los ricos también lloran.
“Si no lo escribes tú, otros lo harán por ti”, pensó entonces Sigrid Rausing, hermana de Hans Kristian, editora y dueña de la revista Granta, una de las más prestigiosas dentro del universo literario. Así surgió el libro de memorias Maelstrom, que acaba de ser publicado por Penguin Random House. Es un recorrido por la vida de esta familia y de los hermanos, pero sobre todo una historia triste sobre las drogas y la adicción.
“Es una investigación sobre lo que significa la codependencia, esa situación en la que formas parte de la vida disfuncional de un adicto e intentas desesperadamente que las cosas mejoren”, cuenta Rausing a eldiario.es. El libro está plagado de un fuerte sentimiento de culpabilidad al no haber podido salvar a Eva, pero tampoco a Hans del infierno de la heroína y otras sustancias.
Es la historia del que está al lado de un drogadicto. “La culpa es una parte de todo eso, la sensación de que la adicción debe ser culpa de alguien. ¿Desapareció la culpa con la escritura? Creo que sí, al menos porque comprendí ese síndrome de la codependencia mucho mejor. A través de la escritura entendí lo que había intentado hacer y las consecuencias de lo que hice”, añade.
De Joan Didion a Freud
Por el libro transitan también numerosas lecturas. Se puede palpar la influencia de Joan Didion en libros como El año del pensamiento mágico, en el que narra la muerte de su marido, y Noches azules, donde cuenta la pérdida de su hija. También aparece Aullido, de Allen Ginsberg, “uno de los textos más lúcidos sobre el efecto de las drogas”, afirma Rausing, y ensayos de Freud sobre lo siniestro de nosotros mismos. “Como editora vivo en un mundo de libros y estos textos me ayudaron a pensar sobre la tragedia que había sufrido mi familia”, reconoce la escritora.
Lo que no hace en el libro es regodearse en lo que producen las drogas. Está muy alejado de los libros clásicos que abordan el tema desde un punto más lúdico, como los de Kerouac o toda la generación beat. Porque la droga, cuando convierte a la persona en una adicto, nada tiene que ver con el divertimento.
Sí cuenta cómo tanto Eva como Hans cayeron en la heroína después de viajes en los ochenta, cuando estaban en la veintena por lugares exóticos como Goa, donde Hans probó por primera vez esta droga. El asunto tiene mucho más que ver con el intento de comprender por qué, pese a todos los esfuerzos –y miles de entradas y salidas en centros de desintoxicación- nadie en la familia pudo hacer nada.
También hay un afán por asimilar cómo unas personas que lo tenían todo –Eva también era la hija de un importante ejecutivo de Pepsi-, que habían nacido en familias sanas y felices podían haber caído en ese pozo. Sigrid Rausing reconstruye los veranos de la infancia en Suecia, las posibilidades para elegir el destino que quisieran y con cierto denuedo intenta explicar si hubo algún patrón genético en este impulso arriesgado por dejarse fagocitar por la heroína.
“Está comprobado que la herencia genética juega un papel importante en el alcoholismo y probablemente en todas las formas de adicción, pero también lo hacen las emociones y las experiencias. Necesitas caer también en una cultura de la adicción, estar alrededor de otros adictos. Sin eso, no te conviertes en un adicto. Mi hermano dio con una gente que le ofreció heroína en una playa de Goa. Sin esa experiencia es posible que nunca se hubiera enganchado a ella”, reflexiona.
Las fauces de la prensa amarilla
Antes de la muerte de Eva, la familia Rausing ya habían lidiado con los tribunales. En el año 2008, Sigrid y su marido batallaron para que los cuatro hijos de Eva y Hans vivieran con ellos en vista de que su hermano y su cuñada no podían hacerse cargo. Este asunto es uno de los que más peso tiene en el libro. Para Sigrid hay todo un esfuerzo por recalcar que hizo lo correcto aunque ya entonces se viera atacada por la propia Eva, que incluso deslizó la acusación de que su padre, el multimillonario Hans Rausing, podría haber estado detrás del asesinato de Olof Palme.
Precisamente, esta acusación salió a la luz tras el fallecimiento de Eva y fue utilizado hasta la saciedad por la prensa amarilla. “Cuando mi cuñada murió, sus viejas y temerarias acusaciones contra mi padre, que ninguno de nosotros se tomó en serio, adquirieron un valor y esta absurda acusación empezó a salir en la prensa. Era una acusación que nadie podía tomar en serio, pero precisamente por ser mi padre quien era, y ella quien era, podías empaquetarlo todo de una cierta forma en la que resultara creíble”, cuenta Sigrid.
La última parte del libro se centra, precisamente, en cómo la prensa se lanzó sobre los Rausing como un perro de presa. Sigrid evoca incluso el famoso experimento Milgram al hacer referencia a que se sentían como los que recibían los golpes porque sí, con el único afán de hacerles daño. Y con el famoso mantra detrás de la culpabilidad que tienen los privilegiados por el hecho de serlo.
“Los periodistas poseen un capital cultural importante en nuestras sociedades y la mayoría de ellos no son conscientes de su propio privilegio”, dispara ahora Rausing que entiende este tipo de prensa como puro comercio. “Hay algunas noticias que se convierten en pura mercancía, un producto para ser comprado y vendido, aunque el comercio de la prensa con la tragedia no es nuevo, y tampoco es exclusivo de la prensa sensacionalista”, agrega.
La publicación del libro hace unos meses en Gran Bretaña trajo a su vez un pequeño terremoto provocado por la familia de Eva. Su padre acusó a Sigrid de haber expuesto únicamente su visión sobre el tema intentando hacer comprender a la opinión pública que hizo todo lo que estaba en su mano.
“Conociéndole, creo que no lo leyó. Fue un gesto para avergonzar y silenciar, un gesto de enfado patriarcal. Había muchas acusaciones falsas en el comunicado, al menos una de ellas era un libelo. Quizá la forma más elegante de decir esto es que cuando la adicción estaba en su peor momento tomamos posturas diferentes sobre cómo tratar con ello”, se defiende la escritora.
Porque finalmente lo que queda es un texto en el que si hay algo es sobre todo amor, que es de lo que tratan la gran mayoría de los libros desde que el ser humano conoció la escritura. Como resalta Rausing, hablar de la pérdida y el amor “es otra manera de hablar sobre la muerte y la vida”.