De cómo la trinidad de Godoy con los Reyes entregó España a Napoleón en un “juego de tronos castizo”

Podría decirse que el emperador Napoleón Bonaparte jugó varias partidas simultáneas de ajedrez en las que siempre ganaba hasta que una amplia coalición de enemigos logró vencerlo en Waterloo en 1815. Y entre las piezas que Napoleón se cobró, España ocupó un lugar preferente, a pesar de que el emperador reconocería en sus memorias que la guerra española (1808-1814) significó su ruina. Como principales perdedores figuraron los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma y su poderosísimo primer ministro, Manuel Godoy, cuyas enormes ambiciones y grandes ineptitudes supo aprovechar Napoleón en su beneficio. Esta compleja trama, con España como víctima y moneda de cambio, aparece como el hilo conductor del libro Un juego de tronos castizo. Godoy y Napoleón, una agónica lucha por el poder (Alianza), donde el veterano historiador Antonio Elorza (Madrid, 1943) nos ofrece además un perfil de los tres personajes (la trinidad, según la reina María Luisa) que marcaron el comienzo del siglo XIX en nuestro país: los reyes y Godoy.

El telón de fondo de esta lucha por el poder encuentra un Reino de España al borde del abismo, en profunda crisis económica tras un próspero siglo XVIII y con el temor de las élites a que se extienda la Revolución francesa. En este paisaje de fin de época prospera y medra un personaje como Godoy (Badajoz, 1767-París, 1851), que ejerce sobre Elorza “una fascinación en sentido negativo”. Profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad Complutense y con una amplia obra como historiador a sus espaldas, Elorza define así a Godoy: “Fue un tipo ambicioso y sin escrúpulos, muy limitado intelectualmente, que desarrolló una gestión deplorable de los asuntos de gobierno en el largo periodo en que ostentó el poder. Podríamos afirmar que su capacidad de destrucción de sus enemigos (el conde de Aranda, Jovellanos, Saavedra…) llegó a ser casi infinita. Su lema siempre fue salvarse él, aunque hundiera al país entero. Como así ocurrió”.

El autor de este ensayo histórico no alberga ninguna duda de que Godoy, un oficial de la Guardia de Corps de la baja nobleza extremeña, alcanzó la cúspide gracias a los favores de su amante, la reina María Luisa, con la que mantuvo una relación muy especial. A pesar de que algunos historiadores no se muestran tan rotundos en esa cuestión, Elorza argumenta que la correspondencia entre el primer ministro y la reina prueba inequívocamente esa relación. “Más allá del aspecto puramente sexual”, dice el historiador, “la reina sentía adoración por Godoy como hombre y como político. Todo ello contribuyó a que un indolente Carlos IV se dejara influir en las decisiones de Estado por su esposa y su primer ministro. Fue Carlos IV un monarca con imagen de bondadoso, pero en el fondo se trataba de un personaje autoritario y miserable. Por otra parte, su rol dentro de esa trinidad sigue siendo un misterio”.

Aspiraciones y trampa en Portugal

En una época convulsa en Europa con un constante cambio de alianzas entre naciones, conflictos bélicos, bodas reales como forma de diplomacia y revueltas, el todopoderoso Godoy aspiró incluso a convertirse en rey de una parte de Portugal. Para ello, el llamado príncipe de la paz estableció una relación directa con el emperador francés, al margen de los reyes y del Gobierno. Lo hizo a través de Eugenio Izquierdo, un naturalista masón residente en Francia que tenía acceso al emperador francés. Digamos que Godoy puenteó a los monarcas y a sus ministros. Sin embargo, Napoleón engañó en repetidas ocasiones al primer ministro español, que llegó a concentrar en su persona todo el poder político y militar. Arrastrado Godoy por sus delirios de grandeza y ya en la órbita de los deseos del emperador, España perdió buena parte de su flota en Trafalgar, entregó a París el inmenso territorio americano de Luisiana y endeudó al país por los pagos debidos a Francia a cambio de una neutralidad en la guerra contra Inglaterra que en la práctica no se cumplió. “Napoleón”, señala Antonio Elorza, “aprovechó la excusa de la invasión de Portugal, aliado de Inglaterra, para ocupar militarmente España con la anuencia de Manuel Godoy, obsesionado con obtener una parte del pastel portugués: las regiones del Alentejo y el Algarve, al sur del país. En una palabra, Bonaparte siempre tiende al primer ministro español el anzuelo de una recompensa futura. Godoy será el bribón que me abrirá las puertas de España, pronosticará el emperador”. En cualquier caso, el caudillo francés ya dominaba el tablero de ajedrez desde que diera el jaque mate con el ardid del tratado de Fontainebleau (1807), un acuerdo para el reparto de Portugal que nunca se cumplió y que le sirvió para invadir toda la península Ibérica al año siguiente.

No obstante, llegó un momento en que resultó un clamor la impopularidad del valido de los reyes. Así las cosas, sectores de la nobleza contrarios a Godoy alentaron una revuelta popular que estalló en el motín de Aranjuez y en los asaltos a los palacios del primer ministro que atesoraba una auténtica fortuna. “Ahora bien”, matiza Elorza, “la sublevación contra Godoy no procede de las filas liberales, sino más bien de las absolutistas, con líderes como el duque del Infantado. Por otra parte, en todo este juego de tronos el príncipe de Asturias desempeña el papel de malo de la historia. Tratado siempre de mala manera por los reyes, sin instrucción ni formación, odiado por Godoy, el futuro Fernando VII comenzará a disputar la corona a Carlos IV. El juego de tronos castizo resultará más que evidente y vergonzoso cuando el padre, el hijo y el resto de la familia real sean trasladados por Napoleón a Bayona, obligados a abdicar y reemplazados como dinastía reinante en España por José Bonaparte, el hermano mayor del emperador”.

De los Borbones a los Bonaparte

El libro de Elorza destaca de manera especial los orígenes corsos de Napoleón, un militar que en sus años juveniles fue un patriota de Córcega y un enemigo acérrimo de los franceses. Superada esa etapa muy poco conocida de su biografía y entronizado en París, no olvidará Napoleón las reglas de lealtad en los clanes familiares que definían a la sociedad corsa. Por ello, solamente se fiará de sus hermanos a los que colocará como monarcas en Holanda (Luis), en Westfalia (Jerónimo) o primero en Nápoles y más tarde en España (José). “Napoleón defendía”, relata el autor de Un juego de tronos castizo, “que el enlace familiar de los hermanos-reyes en sus tronos garantizaba la lealtad. De hecho, los hermanos nunca fallaron porque incluso su cuñado, el general Murat, que fue rey de Nápoles, se unió a una coalición antinapoleónica en el año 1814. Por tanto, podemos deducir que el objetivo de Napoleón en España pasaba por eliminar la dinastía de los Borbones y sustituirla por la dinastía o el clan de los Bonaparte”.

Figura denostada en el imaginario popular, el rey José I, apodado injustamente Pepe Botella por el falso mito de su alcoholismo, acabó por creerse su papel de monarca español. A juicio de Elorza, reivindicó su condición frente al depredador de su hermano, el emperador, y admiró la resistencia española frente al invasor. Pero esa guerra de Independencia (o también llamada guerra del francés) ya es otra historia. Un relato que no abarca este ensayo del profesor Elorza, un singular intelectual que transitó desde la dirección del Partido Comunista de España y de Izquierda Unida durante la Transición hasta posiciones conservadoras años después al apoyar, por ejemplo, a la desaparecida formación Unión Progreso y Democracia. Lo cierto es que los intereses académicos e históricos de Antonio Elorza, habitual colaborador de medios de comunicación, han ocupado un extenso conjunto de temas que van desde el nacionalismo vasco al terrorismo islámico pasando por el liberalismo decimonónico. Un abanico ampliado ahora con Un juego de tronos castizo y con un futuro libro que prepara sobre la correspondencia entre Manuel Godoy y la reina María Luisa. “Una historia apasionante”, declara Elorza. Al preguntarle sobre las memorias que escribió Godoy, el veterano historiador no pudo reprimir un guiño contra el líder comunista Santiago Carrillo. “Tanto Godoy como Carrillo fueron muy longevos y muy astutos. Cuando publicaron sus memorias ya habían fallecido los contemporáneos que podían rebatir su versión”.