Nueve años después de su muerte, Gabriel García Márquez vuelve a ser noticia. A finales de marzo, el Instituto Cervantes anunció que el escritor colombiano es el autor latinoamericano más leído y el autor más traducido del español en el siglo XXI. El 28 de abril, sus editores anunciaron que el próximo año publicarán su novela En agosto nos vemos. Para los lectores de García Márquez, el lanzamiento de un nuevo libro suyo siempre ha sido un motivo de celebración. Para mí, la alegría tiene un motivo adicional. He tenido el honor de ser instrumental para que esta novela finalmente se publique.
De En agosto nos vemos se han tenido noticias fragmentarias. En 1999, su autor divulgó como un cuento el que sería el primer capítulo de la novela. García Márquez seguiría trabajando en el texto por varios años. En 2007, cuando el mundo hispánico le rindió un homenaje en Cartagena de Indias durante el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, le habló con entusiasmo a un amigo suyo de la novela que estaba escribiendo. Pero, al final, el proyecto quedó abandonado. La pérdida de sus facultades mentales le impidió completar esa historia de amor que sería la culminación de su carrera literaria.
Tras la muerte de García Márquez, el 17 de abril de 2014, En agosto nos vemos volvió a ser noticia y muchos nos ilusionamos con la idea de poder leerla. Pero la familia del autor anunció que no sería publicada. Todo indicaba que Memoria de mis putas tristes (2004) sería la impresión final de quien en su momento fue considerado el escritor vivo más importante de la lengua castellana.
Mustio Collado, el protagonista de Memoria de mis putas tristes, es un buen representante de ese arco temático que empieza con la muerte y la soledad, para culminar –en las últimas obras de García Márquez– con el amor como obsesión principal. Es posible citar frases del libro que son memorables: “No te vayas a morir sin probar la maravilla de tirar con amor”. Pero no dejaba de ser problemático que el protagonista de su última novela se dejara encasillar tan fácilmente como “pervertido” o “depredador”. Esa novela le daba un cierre “mustio” a una obra que merecía mejor suerte. La publicación de En agosto nos vemos no solo confirma la vigencia de Gabriel García Márquez, también representa la reivindicación de su legado.
Retrato de un gabólogo
Mi vida ha estado entretejida con la de García Márquez. No olvido la impresión que me produjo a los doce años la lectura de La hojarasca, su primera novela. En 1975, cuando apareció El otoño del patriarca, corrí a prestar el libro en la biblioteca de mi escuela, pero no entendí casi nada. De aquella primera lectura –del que hoy es mi libro suyo favorito– solo me quedó el recuerdo de unas vacas que se comían las cortinas en el balcón del palacio presidencial.
Nací y crecí en Medellín, una ciudad que ya empezaba a ser una de las más violentas del mundo, como lo refleja Noticia de un secuestro, y la lectura fue mi refugio. Decidí estudiar periodismo porque García Márquez me había mostrado con el ejemplo que ese era un buen camino para llegar a ser escritor. A comienzos de la década de 1990, decidí marcharme a Cartagena de Indias y allí empecé a trabajar en El Universal, el mismo periódico donde cuarenta años atrás García Márquez había iniciado su carrera de periodista.
En Cartagena tuve ocasionales encuentros con García Márquez, pues él visitaba con frecuencia la ciudad y era protagonista del Festival de Cine que dirigía su amigo Víctor Nieto. La publicación de Del amor y otros demonios (1994) me alentó a escribir Un ramo de nomeolvides, un libro sobre sus inicios como periodista en el que incluyo testimonios suyos. Poco después, recibí una beca de la Universidad de Rutgers, en los Estados Unidos, para hacer estudios de doctorado en literatura latinoamericana y, desde entonces, no he dejado de enseñar y de escribir sobre su obra. En 1997, poco antes de marcharme de mi país, tuve también la oportunidad de ser su alumno en un taller de narración periodística, ofrecido por la escuela iberoamericana de periodismo que García Márquez fundó en Cartagena. He visto y considerado al Nobel colombiano desde muchas perspectivas: como lector común, como aprendiz de escritor, como periodista, como biógrafo, como pupilo y como académico. Todo indica que seguiré hablando y escribiendo sobre él por el resto de mi vida.
Hace un año me disponía a terminar Caribbean Troubadour, mi libro en inglés sobre García Márquez, y pensé que valdría la pena mirar sus archivos en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin. En 2014, la familia de García Márquez había vendido a esa institución un nutrido tesoro de manuscritos, borradores, fotografías, correspondencia y objetos personales. Durante años resistí la curiosidad, aunque sabía que entre los materiales se encontraba “En agosto nos vemos”. He asumido con reluctancia esto de ser gabólogo y pensaba que algunas tareas es mejor dejárselas a las nuevas generaciones. Pero, en mayo pasado, llegué al Harry Ransom center y lo primero que pedí fue la novela inédita. Tardé poco en comprender que tenía que procurar que En agosto nos vemos se publicara.
La soledad de las palabras
El Harry Ransom Center es como una caverna llena de tesoros. En los días que estuve allí también miré los manuscritos de James Joyce, Jorge Luis Borges, G. K. Chesterton y Evelyn Waugh. Los archivos de muchos otros artistas destacados están allí. La decisión de la familia de García Márquez fue acertada. Es difícil pensar que esos materiales estuvieran mejor guardados y disponibles para los investigadores en otro lugar. Regresé a casa con la urgencia de causar revuelo y, en pocos días, escribí un artículo, “La soledad de las palabras”, que envié a Confabulario, el suplemento cultural del diario El Universal de México, con la esperanza de que fuera leído por la familia de García Márquez.
En el artículo hice una sinopsis de esta novela cuyo paisaje es una mezcla de muchos espacios del Caribe. Conté que es la historia de diez años en la vida de Ana Magdalena Bach, una mujer hermosa y madura (“de cabello indio, piel de color y textura de melaza, ojos de topacio y oscuros párpados portugueses”), felizmente casada y madre de dos hijos. Expliqué que la historia en cinco capítulos se concentra en lo que ocurre cada año alrededor de una fecha precisa, el 16 de agosto, el día del aniversario de la muerte de de su madre.
Por razones que al principio no son claras, la madre pidió ser enterrada en esa isla a la que sólo es posible llegar por transbordador. Ana Magdalena hace sola el viaje anual para llevarle flores, y esa aventura alejada de su familia es su único espacio de libertad. La novela comienza con el viaje en que Ana Magdalena tiene un encuentro sexual con un hombre de aire melancólico que conoce en el bar del hotel. Los une, entre otras cosas, el gusto por Drácula, la novela de Bram Stoker, una de las favoritas de García Márquez. Aquella noche de amor clandestino terminó de manera inesperada. Al día siguiente, Ana Magdalena descubrió que, entre las páginas de su ejemplar de Drácula, el hombre le había dejado un billete de 20 dólares.
El viaje a la isla se repite cada año con variaciones. A lo largo de la novela, somos testigos de la transformación del personaje, de la forma como la culpa afecta su matrimonio, de sus triunfos furtivos y sus fracasos. En uno de sus viajes se entrega en un auto a un hombre con aire de “vampiro triste” (poco después, Ana Magdalena descubre que es un criminal buscado por las autoridades, “estafador y proxeneta de viudas alegres y solitarias, y probable asesino de dos”). En otra ocasión, Ana Magdalena cree haber seducido a un empleado del hotel, hasta que el chico le cobra por sus servicios. Cuando no encontró con quien acostarse, se llenó de pesadumbre y lloró de rabia “por la desgracia de ser mujer en un mundo de hombres”. Para Ana Magdalena, “perder una noche era perder un año”. Llegó a preguntarse “si sería capaz de salir a la calle a parar automóviles hasta encontrar a alguien que le hiciera el favor de su agosto”.
Su única confidente era su madre muerta. Ana Magdalena descubre que alguien más le lleva flores y concluye que su madre tuvo un amante en esa isla. Con los años entiende que el destino de ambas está más unido de lo que imaginaba. La última vez que visita la isla, cuando ya tiene 50 años, Ana Magdalena se acuesta con un hombre que dice ser obispo y, a la mañana siguiente, decide desenterrar los huesos de su madre y llevárselos a casa.
En el archivo del Harry Ransom Center hay un informe de lectura que cuestiona la calidad de la novela. Es posible inferir que ese único juicio determinó la decisión inicial de la familia de García Márquez de que no se publicara. En mi artículo me dediqué a dar razones para justificar que se reconsiderara esa decisión. Hablé de su forma, su lenguaje y su contenido. Destaqué sus referencias literarias y musicales. Señalé la aceptación de la muerte, el homenaje implícito a su madre y los ecos de otras obras de García Márquez. Expliqué el poco trabajo de edición que requería. Dije que ese esfuerzo de un hombre batallando con las últimas fuerzas creativas que le quedaban merecía consideración. La razón de más peso era que esta novela, la única suya donde el personaje principal es una mujer, representa un final mucho más digno para el conjunto de su obra.
Al artículo en México le siguió una extensa entrevista radial que se transmitió en Colombia. Al poco tiempo supe, a través de su biógrafo Dasso Saldívar, que los hijos de García Márquez y su agencia literaria estaban reconsiderando la decisión y buscando otras opiniones. El pasado 28 de abril me desperté con la noticia de que la novela saldrá a la luz el año entrante y con una invitación de elDiario.es a contar la historia detrás de la noticia. Si llegaron a este punto, esa historia es la que acaban de leer.