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Autora de cómics

Liv Strömquist: “El amor es una amenaza para el capitalismo”

La creadora de novelas gráficas Liv Strömquist

Elisa McCausland

24 de noviembre de 2021 22:31 h

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La autora sueca de cómics Liv Strömquist ha publicado No siento nada (Reservoir Books, 2021), una reflexión sobre el sentimiento amoroso en tiempos de turbocapitalismo y narcisismo virtual. Le interesan no solo estos temas sino también su expresión gráfica y la evolución de las inquietudes sobre el presente, que ya había plasmado en otros títulos como El fruto prohibido (2018) y Los sentimientos del Príncipe Carlos (2019).

Strömquist considera la escena del cómic sueca como “discreta”, con tan solo dos editoriales especializadas y no más de veinte novedades anuales. No obstante, gozan de bastante éxito y a España han llegado Daria Bogdanska (Esclavos del trabajo) y Joanna Hellgren (Frances). Las obras de Strömquist han sido adaptadas al teatro en Suecia, Alemania y Francia. Su trabajo, es un híbrido entre el cómic y el periodismo y le ha llevado también a la creación de podcast, formato que utiliza con dos programas semanales sobre diversos temas. “Me gusta preparar los temas, debatir con la gente, pero creo que hacer cómics es lo que me define”, dice, en una entrevista realizada durante su reciente visita a Madrid: “Cuando hago cómics siento que estoy haciendo aquello que me hace feliz, aquello con lo que me siento más cómoda, más yo; es, sin duda, mi expresión más genuina”.

Siempre me ha parecido sintomático cómo se deciden traducir ciertos títulos a otros idiomas. En el caso de El fruto prohibido, por ejemplo, el título original apelaba al conocimiento (The Fruit of Knowledge).

Es curioso porque, en francés y alemán, la traducción hace referencia al origen del mundo, mientras que aquí en España se apela al pecado original, perspectiva católica mediante. En Suecia, sin embargo, lo que simboliza como señalas es el conocimiento, pero es muy interesante advertir las distintas maneras de abordar esta cuestión según cada contexto cultural, y el camino de vuelta al original. Porque, así de primeras, la expresión “fruto prohibido” a mí me lleva como sueca a pensar en infidelidad, a hacer algo que te ha sido prohibido.

En las reflexiones en torno a la cultura de sus cómics se sirve del collage, tanto en lo relativo a las imágenes como a las palabras y, por extensión, las ideas. En ese sentido, No siento nada se enriquece con el pensamiento de la socióloga Eva Illouz. ¿Cómo se topó con su libro Por qué duele el amor, en el que más se apoya en este cómic?

Me encontré con Por qué duele el amor cuando fue publicado en Suecia, en 2017, mientras buscaba poder dar respuesta a cuestiones que me obsesionaban entonces, y que me siguen preocupando y ocupando hoy: la intersección entre querer controlarlo todo y saberlo todo, algo que define nuestro presente, y el sentimiento de descontrol cuando te enamoras y desenamoras; esa sensación de ser incapaz de pensar de manera racional cuando te arrolla una u otra cosa.

Al leer Por qué duele el amor y otro trabajo de Illouz, El fin del amor: Una sociología de las relaciones negativas, vi especialmente reflejadas mis inquietudes, me sentí influida e inspirada tanto por sus discursos como por su actitud a la hora de analizar las muchas contradicciones que nos atenazan en esta época.

Del pensamiento de Illouz me interesa en especial cómo analiza el hecho de que nuestra cultura esté tan influida por el hecho mismo del yo; de cómo el individuo ve cada vez más importante y positivo trabajar en su mejora. Veo muy enriquecedor poder debatir sobre la optimización del yo como uno de los valores centrales de nuestra sociedad, y su cara más oscura en la autoexplotación del yo a la que estamos abocados.

Esta pregunta tiene tanto de personal como de político, aunque ambas cosas imagino coincide en que van unidas: ¿cree que es posible la experiencia de un amor verdadero bajo el signo del capitalismo y sus estrategias de propagación comunicativas y culturales?

Sí, creo que es posible pese a todo. La habilidad humana para enamorarnos siempre ha estado ahí, tal y como recogen manifestaciones clásicas como los poemas de Safo. Se trata de una emoción, de un sentimiento que siempre se las apaña para emerger en cualquier cultura, y así se recoge en fuentes escritas de culturas muy diversas. Es un fenómeno inherente al ser humano. Pero, como bien apuntas, cómo lo entendemos, cómo lo explicamos, qué significa en cada época, tiene que ver con lo cultural. Sin ir más lejos, es bastante nuevo que el amor esté relacionado con el matrimonio, por ejemplo. Hoy en día el amor, tal y como recojo en No siento nada, supone una amenaza para el capitalismo. Nos hemos acostumbrado a ver cada vez más a las personas como mercancías intercambiables que podemos gestionar desde las apps de nuestros móviles, y esta manera de entender las relaciones, también amorosas, es completamente contraria al amor.

No te puedes acercar al amor como un consumidor. Has de exponerte a que el amor te sorprenda, te cambie, te impresione, te convierta en otra persona completamente distinta de la que has sido hasta entonces. Se trata de procesos que pueden llegar a ser especialmente distractivos y dolorosos y que, por ende, van a estrellarse de lleno contra los procesos de productividad propios del sistema. Por ese motivo, cuando te aproximas a estas emociones como consumidor, el ambiente está diseñado para ese consumo fácil. El enamorarse necesita de un escenario diferente. Soy consciente de que, aun así, el enamoramiento sigue sucediendo en estas circunstancias, pero también pienso que el culto al individuo no le hace ningún favor. Por otra parte, podría pensarse que se trata de un tema que apenas importa en la actualidad, pues se considera más adecuado amarse a uno mismo y fraguarse un yo autosuficiente que no necesite de los demás. Como ves, creo que es un debate muy interesante, con muchas facetas, porque nos enfrenta a qué queremos realmente y a cómo explorar, en el caso de que nos interesen, las formas de relacionarnos con el otro.

Y, en esta misma línea, ¿cree que es posible un amor equitativo entre hombres y mujeres cuando los primeros han diseñado a su favor las herramientas del capitalismo y sus constructos emocionales?

Este es un tema clave. Lo abordaba en mi anterior cómic, Los sentimientos del Príncipe Carlos: donde hay poder, no puede haber amor. Cuando los hombres tienen demasiado poder sobre las mujeres, y esto es algo que la feminista bell hooks también ha tratado en sus libros, el precio que se ha de pagar es la incapacidad de sentir amor verdadero. Si nunca has sentido un lazo emocional con ninguna persona, y valoras el poder por encima de todo, al mismo tiempo tú no sientes nada, de ahí el precio a pagar que decía hooks. Creo que es difícil que el amor pueda producirse cuando hay un desequilibrio de poder.

En nuestro país se conoce poco a Hilda Doolittle, una poeta cuyas experiencias le sirven para articular en su obra otros sentidos para el amor, que ella llegó a concebir como sentimiento sobrenatural, ajeno a nuestros consensos sobre la realidad. ¿Nos puede comentar cómo llegó a su vida y obra y cómo le influyó?

Durante una época estuve interesada en la cultura griega antigua y en el hype que hubo al respecto a principios del siglo XX, que fascinó a artistas y escritores, incluida Hilda Dolittle. Me enamoré de su poesía; concretamente, del poema que recojo en este cómic, La rosa más roja se abre, de cuando se enamoró a sus 74 años de su entrevistador, Lionel Durand, director de la revista Newsweek en París, estando ella internada en un sanatorio en Suiza.

También di con una anécdota muy divertida, no sé si alguien más estará de acuerdo, pero creo que la historia es maravillosa, de cuando, durante el viaje a Creta en barco, Hilda Dolittle experimenta una alucinación: el mar revuelto se transforma en una pintura atemporal de Botticelli, repleta de delfines danzantes, y una figura masculina extraordinariamente apuesta se le revela como su ideal enamorado. Desde ese momento supe que debía utilizarlo en alguna de mis obras. De ahí que, en No siento nada, Hilda juegue el rol de quien cree en la magia y el poder de todo aquello que la ciencia no ha logrado explicar, lo que creo es muy inspirador; es el motivo también de los delfines reveladores del inconsciente que empleo como recurso gráfico.

Pasando a aspectos más generales, ¿de dónde proviene su gusto por el dibujo? Podría decirse que utiliza un lenguaje fanzinero para hacer ensayo.

No sabría decir de dónde procede mi estilo de dibujo. Como dices, el fanzine y la cultura do it yourself han estado ahí desde el principio. La escena punk feminista de los noventa fue decisiva para mi. Hay que entender que todo eso fue antes de internet, cuando el mundo era de otra manera. Descubrí por aquel entonces a Kathleen Hanna y su grupo Bikini Kill, que a su vez tenía su propio fanzine, lo que me inspiró a hacer mis propios dibujos en la línea de este espíritu riot grrrl más enfocado en el hacer como política, al menos al principio. Es por eso que mis primeros cómics responden más a una estética punk, mientras que en mis últimas obras he querido buscar un equilibrio entre el espíritu irreverente de años pasados y un dibujo más sencillo que ayude al lector a abordar temas más complejos.

Este verano tuvimos en Madrid la muestra Aquí llegan ellas… desde Suecia con cómics nuevos dedicada a las autoras de cómic suecas, entre las que usted estaba incluida, como es lógico. ¿Cómo ven el tema de la genealogía feminista en Suecia? ¿Qué redes han establecido las autoras de distintas generaciones?

Cuando empecé a hacer cómics en Suecia, era una de las pocas autoras de esa escena. No éramos más que dos o tres mujeres en una comunidad dominada por hombres y construida sobre dinámicas de colegas en las que las compañeras no estábamos incluidas. Por suerte para mí, apenas conocía a algunos autores de cómic en aquella época. Mis primeros cómics los llevé a cabo en un contexto completamente ajeno al mundo de la viñeta, más ligado al activismo político y feminista.

Ya más recientemente se ha dado una especie de boom de autoras de cómic en Suecia, algo que tengo entendido también ha ocurrido en España, tal y como hablamos hace dos años en el Salón del Cómic de Barcelona; autoras interesadas en temas feministas y de otra índole, organizadas en colectivos o a partir de proyectos como antologías y exposiciones. Algo que, afortunadamente, parece estar ocurriendo en otros muchos países.

En el caso de Suecia podemos decir que, de un tiempo a esta parte, se edita de manera paritaria. Ha habido un cambio real en los últimos veinte años en lo que respecta a esta materia. Durante un tiempo hubo un boom de cómic feminista, producto de una nueva generación de autoras que había tejido sus redes activistas a partir de esta manera de expresarse, pero este boom está un poco agotado. Fue muy popular, pero en estos momentos pareciera que se están buscando nuevas fórmulas, algo que me parece positivo. Solo porque seas una autora no quiere decir que tengas que contar siempre historias desde la misma perspectiva. Es una opción, pero no debería ser una presión. Entiendo que el siguiente paso debería ser poder contar cualquier tipo de historia; a fin de cuentas, todos somos seres humanos y estar luchando constantemente para ser aceptado en un contexto, en este caso el cómic, es muy cansado.

Me llama la atención el interés en Suecia por las narrativas mainstream, incluida la cultura de las celebrities.

Es evidente que vivimos en una sociedad orientada a una cultura de la celebridad. Ha aumentado el interés y también el número de celebrities, lo que nos lleva a analizar esta cuestión desde distintos niveles. En mis cómics utilizo este recurso desde la crítica, para lo que recurro al filósofo Byung Chul-Han, pero también me gusta poder invocar a Leonardo DiCaprio mediante la cita humorística. No solo me ayuda a conectar mejor con el público, sino que además me permite ser más clara en el mensaje que quiero hacer llegar.

Su última investigación se centra en las relaciones entre redes sociales y las concepciones hegemónicas de la belleza femenina. Háblenos un poco sobre su próximo trabajo.

Se llama Inside the Mirror Room y se acaba de publicar en Suecia. En él se debate cómo la belleza y la apariencia física se han convertido en una obsesión de nuestros días. No es que no haya importado antes, pero me interesa analizar cómo la belleza se ha ido convirtiendo, poco a poco y tecnología mediante, en el centro de nuestras vidas. Ahora mismo todo el mundo tiene un móvil, todo el mundo puede hacerse una foto en cualquier momento… Esa sobreabundancia de imágenes redunda en una obsesión constante por cómo se aparece en las mismas. La pandemia ha normalizado en videoconferencias la imagen de nuestros rostros, como también lo hacen los selfies, omnipresentes en Instagram. Creo que todo ello está conectado con la optimización del yo que he abordado en No siento nada. En nuestra cultura el individuo está siempre en el centro de todo, por lo que vemos el yo como un proyecto controlable y revisable; un work in progress constante que requiere de un esfuerzo constante por nuestra parte para mantenernos siempre al día.

Ha llegado a comentar que una buena forma de olvidarse de la belleza física y sus imposiciones es olvidarse de una misma y volcarse en otros intereses, que permitan expresar una belleza personal de otro tipo. ¿Qué papel cree que puede llegar a jugar en ello la imagen-cómic?

Trabajar con cómics hoy, desde mi punto de vista, es subversivo. En Inside the Mirror Room, sin ir más lejos, hablo como te decía de la tiranía de la imagen en Instagram, y lo hago por medio del dibujo, lo que es francamente liberador porque son dibujos que hago a mano, no apelando a ningún tipo de tecnología y mucho menos a herramientas en red. En este sentido, creo que soy hasta cierto punto invisible para toda esa tecnología de seguimiento y homogeneización diseñada para extraer mis datos. Prefiero ser quien soy para la persona que lee mis cómics.

Como autora, creo que todo lo relacionado con las redes sociales es un ecosistema de control; y no solo por mis datos, también por esa necesidad de estar siempre alimentando debates, comentando, participando del ruido. Sin embargo, cuando lees un libro, un cómic, hablamos de un tiempo y un espacio para ti y contigo misma, en el que escucharte y debatir con tranquilidad en relación a aquello que tienes entre las manos. Un espacio de libertad que entiendo es cada vez más importante y subversivo en estos tiempos que vivimos.

¿Qué potenciales le ve al cómic en esta época de sobreexposición de las imágenes?

Como hemos hablado a propósito de Instagram, las redes sociales o los útiles digitales, precisamente es en estos momentos cuando creo que el cómic en tanto expresión física tiene más potencial que nunca para subvertir los sentidos hegemónicos de la imagen. Tanto por su producción artesanal, física, como por su recepción en la intimidad.

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