El teatro es un ejercicio de perspectiva que va y viene, del pasado al presente, con la intención de ubicar las preocupaciones y los debates que parecen nuevos. Es reflexión iluminada, pensamiento en acción. Belleza y compromiso. Ese es, al menos, el teatro que defienden Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta, que en Una noche sin luna dirige a su compañero actor por uno de los papeles de su vida: Federico, en defensa de su libertad de expresión. Botto-Lorca está sublime en la precisión con la que el intérprete define un personaje fundado en la independencia de pensamiento y de creación. Preciso y veraz también en la narración con la que salta sin parar de la realidad al escenario, de la historia a la actualidad.
Una noche sin luna es la historia de quien vivió su soberanía hasta las últimas consecuencias. “Me cancelaron el 18 de agosto de 1936”, dice el personaje sobre un escenario que se descompone y muta en unas cunetas o en el barco de Teseo. Todas ellas son metáforas de la memoria. El García Lorca de Botto es un hombre alegre, risueño y respondón, que no se amedrenta con las críticas de una sociedad cavernaria. Lorca no se ofende e invita al juego de la democracia mientras atiende y responde a los que le cuestionan su libertad. Los creadores de este espectáculo han puesto el foco en el Lorca incómodo y diferente para la España patriotera, que conserva la fe en el pensamiento único y la normalidad. Quizá sea eso lo más revelador de este montaje: lo que ofende no es lo que se mira, sino la mirada.
En el escenario se subraya que a la derecha ultra y centrada le molesta todo de Lorca: no entienden su poesía, no entienden su ambigüedad ante España, pero es su homosexualidad lo que les parece insoportable. Y Botto sube al escenario a un condenado a muerte para preguntarle por qué lo mataron, para que el público que pase por el Teatro Español (hasta el 11 de julio) no olvide que no murió, que fue asesinado. Porque la cancelación, en 1936, era la muerte para un escritor que se expresaba sin miedo ante los bárbaros. La cancelación, 85 años después, es el éxito del victimista incapaz de responder a las críticas contra sus planteamientos políticos, sociales o económicos. Los cancelados hoy son los autores de mayor gloria, sin obstáculos para multiplicar sus opiniones aquí y allá a cambio de los salarios más sabrosos. Cuanto más ofendidos se presenten, mejor fin de mes se aseguran.
El teatro de Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta ubica las dudas actuales: la cárcel, la muerte no son un falso debate sobre la libertad de expresión. Los artistas condenados por criticar a los Borbones, tampoco. La persecución de estos elementos considerados antisistema no ha conseguido callar a ninguno de ellos, desde Lorca a César Strawberry, Cassandra Vera, Guillermo Zapata o Willy Toledo. Ya entenderán por qué la perspectiva que proyecta Una noche sin luna es tan desalentadora a pesar de todo: porque en España después del asesinato de Lorca hay quien insiste en tipificar en el Código Penal la libertad de expresión.