En 1945, la bodega de Burdeos Château Mouton Rothschild comenzó a encargar a prestigiosos pintores que personalizaran el diseño de la etiqueta de su vino. Apuesta artística, desde luego, pero que también funcionó como reclamo: Picasso, Braque, Miró, Warhol, Cocteau, Dalí, Balthus o Haring firman algunas de sus añadas. Quizá fuera una de las primeras ocasiones en las que se vinculó de manera directa en el mundo del vino la promoción a través de celebridades artísticas, una relación que a lo largo de las últimas décadas se ha mantenido con mayor o menor fortuna.
Algunos de los últimos ejemplos han sido los de Lady Gaga o Lenny Kravitz, que han firmado recientemente ediciones especiales de Dom Pérignon. Pero hay personajes célebres que no se limitan a poner su cara, diseñar una etiqueta o participar en la promoción de un vino, sino que se meten de lleno en su producción: uno de los proyectos más serios y duraderos, sobre todo por su apuesta por el territorio, es el del cineasta Francis Ford Coppola, que comenzó a adquirir viñedo en 1975 —al año siguiente de estrenar El Padrino II— hasta que en 2006 se hizo con Chateau Souverain en Sonoma, California. No solo elabora vinus: el enoturismo (restaurante incluido) es una parte fundamental de su empresa. Varios de sus vinos fueron servidos en el almuerzo de nominados a los Premios Oscar el pasado 7 de marzo, junto al champagne rosado que Brad Pitt elabora en colaboración con las familias Perrin y Péters.
Pitt y su expareja Angelina Jolie forman parte de la lista de las personalidades del mundo del cine que han seguido los pasos de Coppola, demostrando también cierto compromiso por la calidad de su vino, más allá de considerarlo una inversión. Ellos fijaron su interés en Côtes de Provence y encargaron la elaboración de su rosado Château Miraval a Marc Perrin, miembro de una conocida familia de elaboradores del Ródano. Para sacar adelante su champagne, Pitt (ahora en solitario) se ha asociado también con la familia Péters, de Le Mesnil-sur-Oger Otra de las estrellas más rutilantes del universo Hollywood, Leonardo DiCaprio, también se ha implicado en la producción de un vino y cómo no, ha sido con una bodega de marcado compromiso medioambiental, Champagne Telmont, de la que el ganador de un Oscar por El renacido se ha convertido en accionista. Antes que ellos, el músico Sting y su pareja, la actriz Trudie Styler, apostaron por elaborar su propio vino en la Toscana.
Sanclodio, en Ribeiro, fue el proyecto con el que el director de cine José Luis Cuerda volcó su amor por Galicia tras haber rodado allí La lengua de las mariposas, y después de haber triunfado como productor de Los otros, de Alejandro Amenábar. El vino del cineasta es un blanco con variedades autóctonas de la zona: Treixadura, Loureira, Godello y Albariño. Ahora una de sus hijas, Elena, continúa al frente de la bodega en el Valle del Avia. El diseñador de moda Roberto Verino eligió Monterrei para hacer su Gargalo, un vino con el que reivindica la tradición vinícola de su familia y la esencia de la viticultura gallega.
La implicación en el territorio es también el motor del proyecto vinícola de Lluis Llach en Porrera, uno de los nueve pueblos que componen la D.O.Q. Priorat. Vall Llach, creado por el músico y Enric Costa en los años 90, va más allá de los vinos: elabora también aceite y reinvierte parte de sus beneficios en mejorar el pueblo y en el bienestar de sus vecinos: uno de sus proyectos destina parte del dinero de sus ventas a financiar actividades de ocio para los mayores de Porrera. El más reciente de estos ejemplos es el del futbolista canario David Silva. Con interés por el mundo del vino desde hace algunos años —ya era inversor de la bodega Soto Manrique en Gredos—, se ha asociado con el productor Jonatan García (Suertes del Marqués) para hacer Tamerán, que sale al mercado con seis referencias y que tiene como objetivo ofrecer un vino representativo de la isla de Gran Canaria, elaborado con variedades autóctonas y criterios ecológicos. Silva no es el primer futbolista que invierte en vino, pero quizá es quien más ha apostado por vinos guiados por objetivos de calidad y sostenibilidad en el territorio, claves que están marcando los criterios de muchos elaboradores en al actualidad.
También hay quienes han decidido implicarse en el negocio vinícola, aunque no de una manera directa, sino a través de lazos de parentesco: la diseñadora lermeña Amaya Arzuaga (Premio Nacional de Diseño de Moda 2013) se dedica ahora a la gestión enoturística del Hotel y Spa de Bodegas Arzuaga y dirige el restaurante Taller Arzuaga (1 estrella Michelin), en Quintanilla de Onésimo, en plena Ribera del Duero vallisoletana. O el jugador de la selección Andrés Iniesta, que pone su nombre a la bodega familiar en Fuentealbilla, su pueblo de Albacete.
Un nombre conocido no basta para vender un vino
Ni el reclamo de que Miguel Bosé, Michel o Butragueño fueran parte de una veintena de famosos inversores salvó la Bodega Casalobos, inaugurada a bombo y platillo en 2008 y que entró en concurso de acreedores en 2012. Desarrollado en la provincia de Ciudad Real en pleno boom del sector de la construcción, fue un proyecto que no llegó a despegar, a pesar de la repercusión mediática de sus socios, la mayoría sin relación previa con el mundo del vino. Tampoco fue suficiente para la viabilidad de Perinet, en Montsant, la presencia de Joan Manuel Serrat entre los socios. Ni duró mucho la incursión vinícola en la Ribera del Duero de Antonio Banderas, que en 2009 se hizo con el 50% de Anta. Su nombre no fue suficiente para salvar la bodega, que entró en concurso de acreedores pocos años después y que ahora está en manos del grupo riojano CVNE. Figuren como meros inversores o se declaren apasionados del sector, lo cierto es que el nombre de un famoso no concede a un vino el pasaporte al éxito.