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Luna Miguel desafía 'la muerte de la lectora' leyendo sin pausa durante 48 horas en un escenario

Luna Miguel, autora de 'Leer mata' y creadora de su próxima obra teatral 'La muerte de la lectora'

Ana Tenías

12 de enero de 2023 22:46 h

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“¿Qué es la lectura somática? ¿Cómo cambia un libro el cuerpo de su lectora?”. Con estas dos preguntas se plantea Luna Miguel la cuestión de la interacción entre la lectura compulsiva y el cuerpo, el agotamiento físico y mental de leer y la capacidad de resistir ante un ejercicio violento y abrumador. Cuando leyó el Ulises de Joyce en tres días, enfermó. Cuando lo hizo también con Ana Karènina, se volvió loca. El 25 de abril, la poeta y editora se subirá al escenario del Conde Duque en Madrid y leerá durante más de 48 horas seguidas sin pausa ni para comer ni para descansar. Poniendo a prueba la resistencia física ante la vastedad de la literatura, Luna Miguel pregunta: “¿Morirá la lectora?”.

Luna Miguel publicó el pasado mayo Leer mata, un cuento ensayado en el que desarrolla su tesis sobre la somatización lectora y donde ahonda “en la relación quijotesca entre la lectura y la salud mental”, dice la autora para elDiario.es. A raíz del libro, se le propuso dar una conferencia sobre la lectura y nació la idea de un nuevo proyecto de dramaturgia que ahora se materializa en La muerte de la lectora: “Es el ejercicio que me permite poner en práctica estas ideas e investigar qué incidencia tiene sobre el cuerpo el trabajo intelectual de la lectura”. 'La Lectora' intentará batir su propio récord, dejándose mirar por los espectadores durante más de dos días seguidos.

Sobre lo que espera del público, Miguel dice que todavía no lo sabe. La información del centro de cultura contemporánea (Conde Duque, en Madrid) que acogerá la obra plantea la posibilidad de que los espectadores decidan acompañar a la lectora con sus propias lecturas, emprendiendo todos el mismo viaje y creando otra probable interacción más allá de la que ofrecen las páginas. Pero todo esto es impredecible y es también parte de la obra, cuyas reglas de lectura “las impondrá la filósofa y politóloga Alicia Valdés”, adelanta Miguel. El escenario estará configurado por la artista plástica Paola de Diego.

Por qué leer mata

“Desde niña creo que el trabajo de la lectura se divide entre el goce profundo y el máximo esfuerzo. Entre el estudio y el entretenimiento. Mis padres querían que leyera, pero luego me prohibían ciertos libros de contenido sexual. La relación con la lectura era la misma que la relación con el ocio: la libertad terminaba donde empezaban los placeres más o menos prohibidos. Por eso creo que he desarrollado esta relación masoquista con el acto de leer”, cuenta. La obra es una prueba de amor y dolor a partes iguales, de pasión y esfuerzo, de excesos. Una performance sobre la superabundancia intelectual.

Leer es lo que me da de comer y lo que me hace enamorarme, pero también es un proyecto doloroso

Miguel es hija de la poeta y editora independiente Ana Santos Payán y seguro que eso tiene mucho que ver con su admirable recorrido en la literatura: con 32 años ha publicado siete poemarios, una novela y varios ensayos. No es la primera vez que aterriza en las tablas, porque el año pasado debutó con Ternura y derrota, una obra escrita e interpretada por ella misma con un trasfondo sadomaso de una lectura de Cervantes. Pero quizás es la misma inmersión extrema en el trabajo literario la que ahora le lleva a exponer su dolor.

“Leer es lo que me da de comer y lo que me hace enamorarme, pero también es un proyecto doloroso”, confiesa Luna Miguel. Lo es porque en lo económico, “construir una biblioteca personal es criminal para la cuenta corriente”, en lo social “la lectura te quita tiempo de otros recreos” y en lo físico, dice la escritora, “te daña la mirada, te daña el cuello, te daña el tacto”. Para ella, más allá de exponer el cuerpo y la mente a una de las fuentes artísticas más poderosas de la historia, se trata de “encontrar un sentido o un fin a la locura”.

Retarse a leer, retarse a morir

Por todas las complejidades que nacen de la convivencia con la lectura, la poeta revela utilizar una técnica con la que se fuerza a leer todo lo que desea leer: los retos. El del Ulises “se ficcionaliza en un diario de lectura de Leer mata, en el capítulo llamado Mochi”, y otros se basan en las autoexigencias de recorrerse “toda la bibliografía de un autor o autora en un tiempo, lugar o estado anímico determinado”, explica. Los libros que leerá sobre el escenario todavía no los ha desvelado; tampoco si será una lectura en voz alta o no, pero sí se detalla en la web que “deberá devorar todo aquello de cuanto sus ojos puedan alimentarse”.

Creemos que el trabajo intelectual no es un trabajo corporal, pero se trata de todo lo contrario. Se lee con todo el cuerpo

Retarse a leer es un ejercicio duro pero interesantísimo, todavía más en un momento en el que aflora el debate del consumismo masivo de contenido literario condicionado por el capital cultural. Aunque, en realidad, lo que Luna Miguel quiere explorar tiene mucho más que ver con la incidencia física en la lectura, o viceversa: “Lo más común es separar mente y cuerpo. Creemos que el trabajo intelectual no es un trabajo corporal, pero se trata de todo lo contrario. Se lee con todo el cuerpo. Yo me considero una trabajadora del texto”.

El fin del reto tampoco se sabe. A la pregunta de cuándo muere la lectora, Miguel responde que “morimos en cada libro y en cada libro renacemos”. Lo que quiere en esta pieza es “ser bestia”, dice, y colocarse en un lugar público “a hacer lo que comúnmente hacemos en privado”, basándose en lo que aprendió de las performances de sus autoras de referencia.

Aunque Luna Miguel no lo nombra, seguramente ya sabrá que formará parte de un elenco de artistas y performers que sometieron al público a un tiempo de dedicación exclusiva al libro. Lo hizo el cómico Andy Kaufman en 1980 leyendo imparablemente El gran Gatsby en uno de sus shows mientras era abucheado por los espectadores. El mítico humorista amenazaba una y otra vez con comenzar desde el principio si le interrumpían; cuando dio a elegir al auditorio entre continuar la lectura o reproducir un disco y la gente pidió la segunda, lo que se oía a través del radiocasete era su propia voz narrando el libro.

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