A sus 85 años, el guitarrista gitano Manuel Morao, esencia del toque jerezano, ha querido dejar testimonio de su vida, de su arte y de su tiempo en un libro, “Sinelo Calorró”, que ahora ve la luz para recorrer la trayectoria de un artista que ha tocado las raíces del flamenco.
“Sinelo Calorró” significa, en caló, “soy gitano”. Y es que Manuel Morao, que ha marcado a generaciones de guitarristas y a quien Manolo Sanlúcar define como “la conciencia del ritmo”, confiesa en este libro que, por encima de todo, él “ha querido ser un buen gitano, un gitano coherente”.
Lo cuenta el autor de este libro de conversaciones con Manuel Morao, el catedrático Juan Manuel Suárez Japón.
Suárez Japón, autor de otros libros relacionados con el flamenco como “Cristina Hoyos, gracias a la vida”, quiso invitar a Manuel Morao al ciclo universitario “Los flamencos hablan de sí mismos”.
Con ese ciclo, el catedrático quería calmar su preocupación, porque “en el mundo de flamenco hay toda una generación que ha vivido un tiempo singular que ha cambiado. Si no se recoge su memoria, se perderá mucho conocimiento”, explica en una entrevista con EFE.
Cuando almorzó con Manuel Morao para invitarle a este ciclo, que luego se transformó en un libro, el guitarrista le confesó que, a su edad, ya necesitaba “poner en papel lo que tenía en la cabeza”. Así que le encomendó la tarea de ayudarle a dejar su testimonio.
“¡Qué alegría me da haber aceptado. Ha sido una experiencia extraordinaria en términos intelectuales y humanos”, dice el autor de este libro de 434 páginas que ha editado la Diputación Provincial de Cádiz.
Fue así como empezaron a verse en el patio trasero del bar de Jerez y a conversar delante de una grabadora hasta que “llegaron los fríos”, y los encuentros continuaron en su casa: “Era como estar en el sancta sanctórum de un mito”, dice el autor. En esas conversaciones, sobre la vida de Manuel Morao, se repasa todo un tiempo del flamenco.
Manuel Moreno Jiménez, Manuel Morao, nació en 1929 en Jerez de la Frontera dentro de una familia gitana que respira flamenco y que extiende su estirpe hasta la actualidad.
De chiquillo, su padre le compró un “guitarro”, porque, por un problema congénito de los huesos, no podía, como el resto de los muchachos, trabajar como bracero en el campo.
Se inició con Javier Molina y emprendió una carrera en la que convivió con artistas como la Niña de los Peines, la Perla de Cádiz, Pastora Imperio o Antonio Mairena, viajó con las compañías de Caracol, Lola Flores o Concha Piquer y fue la primera guitarra del Ballet Nacional de Antonio.
Con Terremoto de Jerez, recuerda el autor, creó una alianza que dejó un huella imborrable en el flamenco. “Entre ellos dos crearon un sonido Jerez; igual que hay un sonido Chicago o un sonido Nueva Orleans, pues hay un sonido Jerez, ellos lo crearon”, afirma Suárez Japón.
De su influencia habla en el prólogo Manolo Sanlúcar: “Es una personalidad guitarrística tan propia, pero a la vez tan nuestra, que entra en nosotros, en mi generación, siguiente a la suya, como un crecimiento incuestionable”, mostrando “un camino renovado a través del ritmo”.
“Fue como invitarnos a todos a un examen de conciencia”, añade Sanlúcar, que le define como “la expresión flamenca que transporta desde su identidad el testigo cedido por sus mayores” y asegura que “puso tanto en nuestra generación que muchos lo asumieron sin darse cuenta”.
Juan Manuel Suárez Japón explica que, más que un libro biográfico, ha pretendido “sacar afuera su pensamiento, su experiencia”, la de un hombre que, a través de mucha gente que conoció desde niño, casi “tocó los orígenes de esta cultura” y ha marcado a generaciones de artistas, entre otros a su sobrino Moraíto Chico, fallecido en 2011.
Como a otros grandes de la guitarra que le sucedieron, como Paco de Lucía, a Manuel Morao le ha caracterizado una “autoexigencia permanente”, “un ansia de hacer las cosas cada vez mejor”.
Por eso, cuando a principios de los ochenta empezó a notar dificultades en sus manos, pensó en retirarse y fundó Gitanos de Jerez para producir a nuevos talentos.
Manuel Morao sigue siendo “como una parte del paisaje de Jerez, un monumento de la ciudad”, que él nunca ha descuidado, desde que, de niño, se subió a un escenario por primera vez en una fiesta de su barrio con la ropa nueva que su madre le había comprado para la ocasión.
Manuel Morao se ha mantenido y sigue fiel a esta elegancia y por eso ya no coge la guitarra en público.
“A veces la toco, cuando estoy solo, pero la tengo que dejar porque mi cabeza me manda cosas, y las manos no me obedecen”, confiesa en estas conversaciones. Isabel Laguna.