Una vez le dije que la canción que más me gustaba de todas las suyas era En la oscuridad, y entonces ella me la cantó tan cerca que incluso me lo creí. Fue en Tarifa, a la puerta de su casa, unos antiguos billares del centro que ella misma había convertido en un restaurante bautizado como Los huevos de María. “Te voy a dar yo a ti de comer, mi niño, que te veo mu flaco”, me decía frunciendo la boca, dándole sentido al doble sentido. Y me sacaba fuentes de huevos rotos con papas de Sanlúcar y güisqui; mucho güisqui.
Entonces vivía Juan Luis Muñoz, porquero ilustrado y sabio de Tarifa, y nos daba la madrugá riéndonos y talycualendo con Jesús Quintero o con quien se apareciese por allí. Fueron mis años salvajes, cuando el cielo de Tánger se podía tocar desde la orilla de una playa que arrastraba lunares de pañuelo y besos perdidos para siempre.
Porque mi verdadera infancia, la patria, a decir de Rilke, la viví a los treinta y pocos años, y a veces pienso que aún está allí, pasando la Puerta de Jerez, esperándome en el Café Central de Tarifa donde solíamos desayunar después de una noche mojada en güisqui, cerrando los bares de un pueblo que le cantaba a su paso la de la Lista de la compra, la canción que ella se marcó con Lichis, el de La Cabra Mecánica.Tú que eres tan guapa y artista, tú que te mereces un príncipe o un dentista. Y en ese plan, ella siempre tuvo respuesta para todo, incluso cuando le cambiaban las preguntas. Cuenta Adrián Vogel que una de esas noches de rumba y mandanga, enredados en el juego de la noche compartida con amigos, ella se pidió un güisqui y el camarero preguntó: “¿Y cómo lo quiere?” Y ella respondió: “Conmigo. ¿Cómo voy a querer el güisqui? Conmigo”.
Era deslenguada y rumbosa. Su boca era un incendio, una ocurrencia de fuego difícil de extinguir. Luego está todo lo demás, lo que no se cuenta. Porque fue la artista que mejor interpretó al Sabina, sin duda, quien le hizo una canción a medida, canalla y crepuscular a la vez. Se titula Con dos camas vacías y es una rumba al estilo de aquellas rumbas que sólo ella y el Bambino eran capaces de desgarrar. Venía incluida en el disco Donde más duele, una genialidad producida por Gonzalo García-Pelayo; un trabajo único que lleva y trae las canciones del Sabina por un camino de polvo y de fiebre.
No sé si fue disco de oro o de platino, pero de lo que estoy seguro es que fue el disco más vendido del “top manta”. A Gonzalo García-Pelayo se le conoce como el hombre que ha dejado en bancarrota los casinos de medio mundo, pero poco se habla de que fue él, y no otra persona, quien descubrió a esta trianera de vida perra y voz doliente. En fin.