A comienzos de los años ochenta Mario Camus alcanzaba la cumbre de su carrera con premios en el Festival de Berlín por 'La colmena' o en el certamen de Cannes por 'Los santos inocentes'. La joven democracia española se presentaba en el escaparate del cine europeo con películas que trasladaban a la pantalla novelas que habían retratado el país en la segunda mitad del siglo XX. Cineasta elegante, sobrio y apasionado de la literatura, Mario Camus (Santander, 1935) supo trasladar al siempre difícil lenguaje fílmico la narrativa de escritores como Camilo José Cela, Miguel Delibes o su muy admirado Ignacio Aldecoa, del que adaptó tres novelas ('Young Sánchez', 'Con el viento solano' y 'Los pájaros de Baden-Baden'). Pero su impulso como puente artístico entre la literatura y el cine se extendió a clásicos como Calderón de la Barca (El alcalde de Zalamea) o Federico García Lorca (La casa de Bernarda Alba). Sin duda alguna, Mario Camus demostró durante décadas las inmensas posibilidades para el cine de la riquísima tradición literaria de nuestro país y su principal legado artístico apuntaría a recordar ese filón narrativo para las nuevas generaciones de cineastas.
Con realizadores como Mario Camus había irrumpido en los años sesenta el llamado Nuevo Cine Español, que se benefició de una tímida apertura liberalizadora en medio del franquismo fomentada por Manuel Fraga Iribarne como ministro de Información y Turismo y por José María García Escudero, como director general de Cinematografía. De esa hornada surgieron cineastas con una larga y brillante carrera posterior, como Carlos Saura, Basilio Martín Patino, Pedro Olea, José Luis Borau o Miguel Picazo. En palabras del profesor y crítico Casimiro Torreiro en 'Historia del cine español' (Cátedra) aquella generación de Camus tenía como rasgos distintivos “la pretensión de abordar temas viejos desde un prisma nuevo, o sea, la incertidumbre del despertar a la vida de los jóvenes, una mirada entre crítica y desencantada a la cotidianidad, la frustración que deja la falta de libertad en toda formación intelectual y afectiva, o los difíciles vínculos con la familia, que es como decir con la generación que ha vivido la traumática experiencia de la Guerra Civil, gran tabú soterrado”. En esta línea huelga recordar que estos artífices del Nuevo Cine Español se dieron de bruces con los innumerables problemas que la censura puso en su camino y que dificultaron todavía mucho más el acceso del público a aquellas películas. En aquellos tiempos y como tantos otros colegas, Camus también se vio obligado a aceptar encargos alimenticios como dirigir películas para el lucimiento del cantante Raphael ('Digan lo que digan') o de la estrella Sara Montiel ('Esa mujer').
A partir de la llegada de la democracia el talento de Camus, su reconocida habilidad para la dirección de actores y su intuición para rastrear en la literatura llevaron en volandas al cineasta cántabro hacia el éxito de público y el respaldo de la crítica especializada. Cabe recordar que, al margen de los premios en festivales, un filme como 'La colmena', rodado en 1982 con un elenco impresionante de actores (Francisco Rabal, José Sacristán, Agustín González, Ana Belén, Victoria Abril…) figura entre las películas más vistas en la historia del cine español. Así las cosas, Camus supo reflejar como pocos realizadores aquella España sórdida y miserable de la dictadura. Pero antes de aquellos triunfos internacionales el director santanderino ya había tocado el cielo con la adaptación para Televisión Española de Fortunata y Jacinta, una de las grandes novelas de Benito Pérez Galdós y una serie que fue aclamada por millones de espectadores, muchos de los cuales descubrieron entonces la talla del autor de Los episodios nacionales. Al hilo de la trayectoria de Mario Camus, resulta muy significativo comprobar las enormes posibilidades que brindaba y brinda la colaboración entre la industria cinematográfica y las televisiones, una asignatura siempre pendiente en España que otros países europeos suelen aprobar. Durante más de dos décadas Camus no dejó de alternar el cine con la televisión con series que abarcaron desde 'Cuentos y leyendas' (1968) hasta 'La forja de un rebelde' (1990) pasando por su participación en una producción mítica de la Transición como 'Curro Jiménez'.
A partir de los años noventa, Camus se volcó en guiones sobre temas de actualidad ('Sombras en una batalla') sobre el terrorismo de ETA o en argumentos de crítica social como 'Adosados' o 'El color de las nubes', pero sin olvidar las adaptaciones de novelas como 'La ciudad de los prodigios', de Eduardo Mendoza, mientras su carrera se veía jalonada por premios y distinciones, entre ellos el Goya de Honor en 2011. Intelectual versátil y curioso, Mario Camus publicó un par de libros de relatos e incluso hizo alguna incursión en la dirección teatral. En este sentido el cineasta cántabro tenía por costumbre asistir al teatro para descubrir nuevos valores para el cine, algo que ocurrió con Ana Belén, por ejemplo, a la que vio en un montaje del 'Tío Vania', de Anton Chejov, antes de convertirla en la protagonista de 'Fortunata y Jacinta'.
Con Mario Camus desaparece uno de los más brillantes directores surgidos del Nuevo Cine Español, muchos de los cuales ya han fallecido. A pesar de las limitaciones que vivieron en sus inicios bajo la bota de una dictadura, algunos de ellos supieron más tarde trazar carreras de largo aliento que han marcado nuestra cinematografía hasta hoy mismo. Al igual que la 'nouvelle vague' en Francia o el 'free cinema' en el Reino Unido, aquel Nuevo Cine revolucionó la relación de los espectadores con sus cineastas y dejó unas huellas por las que han transitado las siguientes generaciones. Por ello nuestro cine no puede entenderse sin el legado de directores como Mario Camus.