Mausoleos en la Hispania romana: los hallazgos arqueológicos que revelan cómo se enterraban las élites antes de las primeras iglesias cristianas
El hallazgo, hace unos meses, de los restos de una tumba monumental del siglo IV en el yacimiento de Las Calaveras (Renedo de Esgueva, Valladolid) es, pese a sus singularidades, una más de las numerosas estructuras de ámbito funerario construidas en la Hispania romana que han salido a la luz en las últimas décadas, fruto de investigaciones arqueológicas en antiguas villas romanas construidas, como en este caso, en el ámbito rural. Pese al probado interés de la sociedad por la civilización romana —las estanterías de las librerías lucen un casi infinito catálogo de ensayos y novelas de esta temática, por no hablar del taquillazo que anima los cines por estas fechas—, puede decirse que los antiguos mausoleos romanos que se conservan (y pueden visitarse) en territorios de Catalunya, Castilla-La Mancha o Murcia se encuentran dentro de los elementos menos reconocibles del vastísimo patrimonio español, en línea con el desconocimiento generalizado de la ciudadanía sobre el mundo de la Antigüedad.
Lo cierto es que, ante la continua salida a la luz de este tipo de arquitecturas, son muchos los interrogantes que aparecen: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de mausoleos? ¿En qué momento comienza a generalizarse su construcción en la Hispania romana? ¿Cuántas de estas estructuras existen (que se sepa) en la península ibérica? ¿Cuál es su estado de conservación en nuestro país? Algunas de estas cuestiones tienen su oportuna respuesta, pues este tipo de tumbas monumentales —que no son exclusivas de la civilización romana, sino anteriores— han sido estudiadas en profundidad por historiadores y arqueólogos. Otras, como el número exacto de estas estructuras mortuorias, son más complicadas de resolver por dos motivos: el primero, porque no existe un registro que determine cuántas hay exactamente; el segundo, por el hecho de que cada poco tiempo aparece alguna nueva, fruto de los trabajos que se realizan en la actualidad en los yacimientos arqueológicos del país.
“Los mausoleos eran monumentos para honrar, recordar o proteger la memoria de un individuo y, generalmente, la de otros miembros de la familia; la mayor parte de los que conocemos en la Hispania romana fueron construidos en los siglos IV y tal vez en el V”. La información que aporta la profesora Alexandra Chavarría Arnau da respuesta a los primeros interrogantes. En realidad, la civilización romana generalizó la construcción de estas estructuras ya desde el periodo del Alto Imperio (siglo I a. C.-siglo III d. C.) para extender la práctica, acto seguido, por las diferentes provincias. Su valor es “importante” dado que “nos hablan, junto a otros elementos, como los sarcófagos, de la romanización de las élites en el ámbito funerario”, indica Chavarría, catedrática de Arqueología Medieval en la Universidad de Padua (Italia). Lo que resulta menos relevante, a su juicio, es el número de estos testimonios, muy numerosos en todo caso: “Habrá tantos como élites se los podían permitir y deseaban tener ese tipo de tumba”.
Identificar la confesión religiosa
En el contexto cronológico de la civilización romana, los mausoleos —es decir, las tumbas monumentales donde se enterraba la aristocracia— solían situarse en la entrada o en la salida de las ciudades, aunque, según los estudios, también existen propietarios de grandes propiedades que elegían hacerlo en las zonas rurales. Su forma era muy variada: la planta podía ser circular, octogonal o cuadrada y existía la posibilidad de incorporar uno o varios ábsides a los lados. Asimismo, también se pueden rastrear en la Hispania romana mausoleos en forma de templo, sobre un podio, respondiendo al estereotipo de la arquitectura clásica. En el caso del reciente hallazgo del yacimiento vallisoletano de Las Calaveras, los responsables —los investigadores Santiago Sánchez de la Parra y Sonia Díaz Navarro— destacan la monumentalidad del edificio, dotado de gruesos muros, rematados por varias cúpulas, con una antigua cubierta finalizada por teselas de múltiples colores.
Quedan por conocer los detalles de los ritos funerarios desarrollados en estos espacios, cómo y en qué fechas se recordaría al difunto. Pero existir, existían, tal y como apunta la localización de diferentes objetos rituales recogidos en el interior. En este sentido, otro de los aspectos más interesantes tiene que ver con la confesión religiosa de los inhumados y de sus familias, un extremo que, en determinados casos, puede identificarse gracias a los elementos (artísticos o decorativos) encontrados en el interior de la estructura, principalmente, pinturas. Ilustraciones extraídas de las sagradas escrituras —a menudo relacionados con el concepto de la salvación— apuntan, de forma inequívoca, hacia un antiquísimo culto cristiano. Existen ejemplos muy ilustrativos en el actual territorio italiano, como el extraordinario hipogeo (capilla subterránea) de Santa María delle Stelle, cerca de Verona, cuyas bóvedas se encuentran completamente decoradas con este tipo de motivos. O algunas de las estancias del Convento dei Neveri (Bariano, provincia de Bérgamo), profusamente ornadas con escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Ahora, la pregunta es si en la Hispania romana se pueden rastrear estructuras de este tipo, donde se logre identificar claramente cuál era la creencia de sus moradores a través de los elementos artísticos hallados durante la excavación y posterior estudio. La respuesta, claramente, es que sí. Por ejemplo, en el yacimiento tardorromano de Las Vegas, en el municipio toledano de La Pueblanueva, un mausoleo de planta octogonal donde se hallaron varios sarcófagos, entre ellos, el que se expone actualmente en el Museo Arqueológico Nacional (MAN), donde aparecen Jesús y los doce apóstoles finamente tallados (hoy desposeídos de sus cabezas). Aunque, sin duda, para descubrir uno de los casos más sorprendentes hay que viajar a la localidad de Constantí, a pocos kilómetros de la ciudad de Tarragona, donde se halla Centcelles, un conjunto romano “muy bien conservado, con decoraciones pictóricas y musivarias (mosaicos) vinculadas al concepto cristiano de la salvación, con escenas como Daniel en el foso de los leones o los tres hebreos en el horno, iguales a los que decoraban los (citados) mausoleos de Bérgamo y Verona, o más generalmente las catacumbas y los sarcófagos de la Antigüedad tardía”, precisa la especialista Alexandra Chavarría.
Mismos datos, diferentes interpretaciones
De cualquier modo y por sus singulares características, el ejemplo de Centcelles es un caso único en la península, todavía hoy en plena discusión. De hecho, el Museu Nacional Arqueològic de Tarragona (MNAT) ha impulsado un proyecto de investigación (hasta el año 2027) para tratar de identificar cuál pudo ser la función y cronología exactas, despejando así las posibles dudas que se ciernen sobre su interpretación y, de paso, “ampliar y mejorar la experiencia de la visita a Centcelles”. “Este proyecto es una oportunidad de aunar esfuerzos para hacernos preguntas, plantear nuevos retos y avanzar con nuevas perspectivas, con objetivos compartidos tanto con el Instituto Arqueológico Alemán (que ha trabajado en el yacimiento desde los años cincuenta) como con distintos investigadores de los campos de la arqueología, la arquitectura y la restauración y la conservación”, señala al respecto la directora del museo tarraconense, Mònica Borrell. La discusión científica sobre la naturaleza de Centcelles se remonta, por lo tanto, a varias décadas atrás, y las dudas reflejan, no obstante, que los datos arqueológicos pueden ser interpretados desde distintos puntos de vista.
Los hallazgos son frecuentes y los casos, múltiples. Pero, ¿en qué estado de conservación se encuentran los mausoleos levantados en los primeros siglos de nuestra era? “El patrimonio arqueológico en nuestro país es enorme y de muchas épocas distintas, por lo que es difícil estudiarlo y protegerlo todo, aunque también es cierto que un yacimiento bien conservado y puesto en valor es un plus para el territorio en el que se encuentra”, opina la profesora Alexandra Chavarría, quien añade que los conjuntos arqueológicos más importantes de esta época “tienen la atención que merecen”, aunque “sería interesante indagar arqueológicamente en el territorio donde se encuentran para poder contextualizarlos con más detalle y conocer mejor su significado”. Una idea aplicable a testimonios como el de Centcelles (Tarragona), pero también a otros, como el mausoleo de los Atilios (Sádaba, Zaragoza), “Ermita de Llanes” (Albendea, Cuenca), La Alberca (Región de Murcia), Las Vegas (Pueblanueva, Toledo) o el inicialmente citado de Las Calaveras (Renedo de Esgueva, Valladolid).
A todas las cuestiones anteriores, algunas con una explicación más precisa que otras, habría que añadir una más: ¿pueden considerarse estos monumentos funerarios una antesala de los templos y, en particular, de las iglesias tal y las conocemos en la actualidad? La respuesta aquí es más compleja. La profesora Alexandra Chavarría explica que los mausoleos no fueron exclusivos ni del mundo romano ni de la religión cristiana (confesión que se ha podido identificar únicamente en algunos casos), sino anteriores, y que su naturaleza va más allá de una adscripción religiosa. “La mayor parte de los mausoleos que conocemos en la Hispania romana son del siglo IV y, tal vez, del V, y, al menos en ese momento, no se construyen iglesias en el ámbito rural”, puntualiza. “Ahora bien, a partir de cierto momento, en el siglo VI y, sobre todo, en el VII, las élites empezarán a querer ser enterradas en relación con edificios de culto, iglesias”, añade. Un paso que tiene lugar en el ámbito suburbano de Roma y, más tarde, el modelo se reproduce en el campo. “Finalmente, lo que pasa es que las mismas iglesias se convierten en lugar de sepultura de las familias privilegiadas y estas ya no construyen mausoleos, sino iglesias funerarias con carácter privado”, añade Chavarría. De esa etapa, siglo VII, contamos todavía en pie con magníficos ejemplos, legado de una civilización capital en la península, todavía hoy notablemente desconocida: los visigodos.
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