El metro de Bilbao en Madrid de repente se hace un laberinto. Creyendo que las escaleras serán tantas que me desgastarán físicamente, busco el hueco en el que se esconde el ascensor. Voy y vuelvo por un círculo de pasillos interminables, no lo encuentro, alguien observa mi desesperación, lo veo de lejos, pulso el botón, me da un calambre, me quedo mirando mi mano en el breve tiempo de conflicto con el material ajeno a mi cuerpo.
Aparezco en otro andén, en un espacio aún más subterráneo, me siento por debajo de todo, creo mirar a la gente con desconfianza. Estoy perdida en el metro y las escaleras, hormigonadas en el suelo, existentes desde hace mucho más que la luz y las válvulas y el movimiento de un cubículo que sube y baja por el espacio a cambio de nada, parecen de repente lo único cierto en todo este tiempo perdido. Acabo entregándome a ellas. Camino hacia el local de La Imprenta pensando si no encontrar la salida forma parte del lenguaje. Es la primera vez en mi vida que me van a echar el tarot. Un tarot poético.
Ni siquiera creo en nada. Observo cautelosa de qué manera me induciré esta vez al engaño. Alicia Louzao es escritora, filóloga y profesora de lengua y literatura. En este encuentro con elDiario.es cuenta que primero escribió unos poemas que podrían ser una carta, un libro o un fanzine, pero terminaron siendo una baraja. No sabía a qué naipe correspondería cada verso ni mucho menos qué futuro auguraría a cada persona que lo leyera. Cuando está delante de mí, pienso que ya lo sabe todo.
Cuenta que Julia Sánchez, la ilustradora, observó los poemas y encontró, a través de una palabra, una frase o una sensación el significado visual de cada poema, y comenzó a dibujar. Así, paradójicamente desde la incertidumbre, nació un tarot literario de mitología gallega con lecturas metafóricas, que utiliza la belleza de la literatura, la naturaleza, el paisaje y la espiritualidad para acercarse a la vida. Lo presentará el sábado 11 de febrero en la librería La Imprenta.
Meigallo quiere decir “embrujo”. Cuando la baraja se despliega en la mesa, comienza un paseo onírico. Siguiendo con la vista el orden de las cartas, hay un camino pictórico del alba a la noche siguiente a través de los azules, los morados y los claros, que a la ilustradora se le ocurrió hacer porque la primera carta decía “Aurora” y la última “Luna gris”. Se hace de día y vuelve a oscurecer en la baraja de naipes. Invade el embrujo. El padre de Alicia era científico y creía convencidamente en el vínculo entre lo que alguien dice y lo que ocurre después. “Es el poder de la sugestión”, dice la poeta. Quizás tenga mucho que ver la atmósfera mágica que ofrecen los cuerpos mitológicos de las cartas, los pájaros, los árboles, la música, el bosque. Entrar en el Meigallo parece un viaje hacia la intimidad encantada.
Alicia saca la primera carta. Dentro de la baraja incluye un manual de papel en miniatura que explica cómo tirar el tarot, y dice: “Debe posicionarse en medio. Esa carta te representa a ti”. La que sale lleva la palabra “Flama”. La ilustración, unas manos que recogen una rosa sobre un fondo de volcanes en erupción, guarda en la otra cara un poema de Louzao: “En la mano acoges / lo que quema. / Es lícito mantener / las cosas que se prenden / y mirar fijamente / lo que va a morir. / Mi niño, asustado, / se abre el cuerpo dulce / y no comprende, / mi niño, / que debe alejarse / de las flores que muerden. / Cascanueces valiente / que se vuelve ceniza”. Alicia revisa el libro de instrucciones y dice, con una voz en la que todavía queda poesía, que sobre esa carta hay una herida abierta.
He crecido escuchando leyendas y rodeada de ambientes mágicos. Cuando eres de un sitio así, te empapas de su cultura
Hay algo que me preocupa, confiesa. Yo le miro intentando descifrar algo en el camino de su mirada perdida entre una carta y la otra, pero no hay nada más en ella que me pertenezca. Pienso que ya he caído en el absurdo de intentar que una desconocida desengrane una tristeza grande y ajena en un encuentro de media hora, y al mismo tiempo me resulta inevitable. A veces me atrae la idea de depositar en el otro las tentativas de mirar hacia delante. Pero en este tiempo de pensamiento, ya me he dado cuenta de qué está hablando.
“He crecido escuchando leyendas y rodeada de ambientes mágicos. Los veranos los pasaba en casa de mis abuelos en Vilatuxe, una aldea totalmente de la Santa Compaña”. Se refiere a la leyenda más extendida en Galicia, sobre una procesión de muertos que pasea entre los árboles y que puede capturar a quien se encuentre en su camino, a no ser que trace un círculo en el suelo y entre en él. “En mi casa también hay una figa, una cerámica típica de Sargadelos que protege la casa”, dice Louzao. “Cuando eres de un sitio así, te empapas de su cultura. Todas estas cosas me condicionan”.
Astrología en la crisis vital
La mitología está en auge. La generación Z habla cada vez más del signo del zodiaco, de la astrología y del horóscopo. Louzao explica que quizás los jóvenes, hoy, buscan muchas respuestas: “En un momento vital en el que no encuentras trabajo, sigues viviendo con tus padres y te caen encima cientos de plagas bíblicas, es totalmente factible querer ir a una pitonisa a ver qué está pasando”. Aunque los problemas de la crisis milenial y zeta solo puedan resolverse a través de un impacto global mucho más grande y, por supuesto, con la ayuda de los profesionales de la salud mental, el tarot puede ser sin embargo una nueva forma de meditación personal.
“Creo que, en los momentos más agitados de nuestra vida, puede que intentemos encontrar respuestas en lugares en los que antes no nos habíamos planteado encontrarlas”, dice Louzao. “Es una cuestión de fe. Igual que una iglesia o un templo es una cuestión de fe, podemos buscar respuestas en cualquier sitio. Este tarot poético es, más o menos, una respuesta”. Acabo pensando que todo es verdad: no el tarot, no los astros, no las brujas, no el futuro, ni siquiera el pasado. La verdad está en todo lo demás, en la gente que se sienta en una mesa a esperar que le intercepte un movimiento automático, inesperado, ridículo, deseado. Como esos parásitos que invaden a los gusanos y les hace continuar el camino de tierra con una vida que no es la suya pero que, al menos, se le parece, me siento igual frente a las cartas que dictarán mi supervivencia. Pero lo que ambas sabemos, mirándonos a los ojos, es que al salir de aquí continuaré siendo yo la única responsable.
Poesía y brujería
Incluso su tesis doctoral quedó impregnada del paisaje y la historia a la que pertenece. Sobre “las relaciones de sucesos en el Siglo de Oro”, Louzao investigó los primeros periódicos en los que se volcaban “las anécdotas y acontecimientos que ocurrían, desde bodas hasta crímenes de cuchillo, bautizos, fiestas, actos de brujería, exorcismos o milagros, que ejercían de notas propagandísticas del catolicismo ante el protestantismo para inculcar el temor en la sociedad”. Los conflictos vitales del pasado no se alejan tanto de la contemporaneidad. Explica Alicia que “cuando uno se siente perdido o confuso, acude a estas divinidades igual que otra gente lo hace a Dios”. Sea por sugestión o por cuestión de magia, estar frente al tarot también es una manera de pensar en uno mismo.
Dice Alicia Louzao que la poesía y la brujería están más cerca de lo que parece: “Todos los conjuros son poemas”. Para hacer la queimada, un licor típico de la tradición gallega, se pronuncia el conjuro de “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas”. Al imaginar a una bruja rodeada de oscuridad o mirando al cielo, recuerda la poeta, “las palabras que le salen para contactar con el más allá son sonoras, son solemnes”. Allí está la poesía. De los cuentos, las leyendas, los mitos, las tradiciones y las herencias literarias, la escritora no quiere olvidar nada. Meigallo es una salida hacia la poesía y la magia más real de la vida. Aunque no lo parezca, son la misma cosa. “No lo digo yo” confiesa Louzao, “es así tradicional y culturalmente. La puerta al más allá es un lenguaje poético”.
Cuando salgo de la librería, no queda nada más. Camino como si nada, no pienso en nada, no hay nada más que lo tangible de la calle, que lo es todo, y no voy pensando en nada, ni siquiera en mí. Entro al metro y no encuentro la señal de la línea azul, no hay ningún andén que me lleve al lugar del que vengo, no hay nada de lo pactado cuando llegué hasta aquí. Le pregunto a una chica en qué parada estamos, y aunque parece que va a reírse, me responde que en San Bernardo. No sé cómo he llegado hasta otro sitio sin darme cuenta y por qué me he confundido hasta el final, pero esta vez no creo que haya nada más allá de la abstracción que me define, nada más allá de la realidad que tengo y que recojo entre mis piernas que se mueven hacia el tren haciendo ahora el trasbordo de la aceptación. Llego al cine y en los anuncios que preceden a Babylon, mi amiga Elena me pregunta qué tal el tarot. “Bua, me lo ha adivinado todo”.