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Sobre la memoria y el olvido, el matrimonio esencial para explicar quiénes somos

Sobre la memoria y el olvido, o el matrimonio esencial para explicar quiénes somos

Sandra Vicente

28 de diciembre de 2024 22:08 h

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Cantaban y cantan los Estopa aquello de que “el tiempo y el olvido son como hermanos gemelos” y rematan con un melancólico “y qué culpa tengo, si ya no me acuerdo”. Los hermanos Muñoz, como muchos otros, le cantan al olvido. Se trata de un olvido metafórico, ya sea por despecho o tristeza tras una ruptura. El mismo al que apelan los Pimpinela cuando reclaman “olvida mi nombre” o Miguel Bosé cuando pide “olvídame tú, que yo no puedo”. ¿Pero qué hay del olvido literal, el que borra recuerdos preciados -o no- y que, irremediablemente, roba un poco de la esencia del olvidador?

La memoria “constituye, crea y estructura la sustancia de la historia personal de cada uno”, tal como decía Aristóteles, que fue el primer filósofo griego -siguiendo el camino abierto por Platón- en determinar la importancia de los recuerdos para la experiencia y la generación de la personalidad. Somos el cúmulo de las cosas que hemos hecho, vivido, experimentado y errado. Pero, también, olvidado.

Sumar un recuerdo tiene un impacto en nuestra personalidad, pero si esa misma personalidad olvida algo, ¿vuelve a ser la misma que era antes de aprenderlo o se genera una nueva versión? ¿Hay algún lugar del inconsciente en el que el recuerdo siga latente? ¿Qué nos afecta más, perder recuerdos siendo conscientes de la pérdida o sin serlo? ¿Qué nos pasa cuando recuperamos recuerdos?

Todas estas preguntas se las han hecho durante siglos filósofos, psicólogos, neurocientíficos, biólogos y artistas, ya que la memoria y el olvido son cuestiones transversales en diversas disciplinas. Si bien ahora son principalmente competencia de la biología porque entendemos que la generación y destrucción de recuerdos se dan en el cerebro, hace algunos siglos todavía pensábamos que este asunto era competencia del alma.

Aunque Platón atribuía la pérdida de memoria a las malas decisiones del alma, hoy sabemos que todo ello se gesta en el cerebro.

Sobre ello habló largo y tendido Platón, que partía de la base de que el alma era eterna y, por tanto, podía atesorar recuerdos de vidas pasadas. “Habiendo nacido muchas veces, y visto efectivamente todas las cosas, tanto las de aquí como las del Hades, [el alma] no hay nada que no haya aprendido”. De esta manera, la llamada 'Teoría de la Reminiscencia' explicaba las nociones sociales, la moralidad y ciertos comportamientos que tenemos 'de serie' los seres humanos.

Pero esta moneda tenía otra cara que aterrorizaba al mundo griego: el olvido. Conocemos el alma porque está unida al cuerpo, a lo tangible, pero si se desprende de este es susceptible de ser olvidada por completo. Y como es eterna, nuestra alma -es decir, nuestra esencia- sobrevivirá en el olvido hasta el fin de los días.

Pero la cosa no acaba ahí. Al perder el alma, perdemos todos los conocimientos adquiridos por esta durante todas sus vidas pasadas. Ese temor no es tan extemporáneo como podría parecer. Al ser humano le sigue preocupando no trascender, caer en el olvido una vez muerto. Como también nos aterroriza perder nuestra memoria. Pero, aunque Platón atribuía la pérdida de conocimiento a las malas decisiones del alma, hoy sabemos que todo ello se gesta en el cerebro.

La cámara del tesoro cerebral

Amnesia, Alzheimer, demencia, disociación... Hoy la pérdida de memoria o recuerdos tiene nombre, diagnóstico y -en algunos casos- tratamiento. Las causas pueden ser físicas o emocionales. “La mente es muy compleja y tiene sus mecanismos de protección”, asegura Enric Soler, profesor de psicología en la UOC. Sus conocimientos de la materia vienen de sus estudios, pero también de su propia experiencia. Soler sufrió amnesia disociativa, un tipo de olvido selectivo, normalmente vinculado a experiencias traumáticas. En su caso fueron abusos sexuales en la infancia.

“Cuando se vive un episodio de trauma y no se está preparado para afrontarlo, la personalidad se fractura en diversos trozos”, apunta Soler. Algunos fragmentos de quiénes somos se quedan escondidos en el subconsciente y la que sigue funcionando es la llamada 'Personalidad Aparentemente Normal', que es la que permite hacer frente a aspectos instrumentales de la vida.

Cuando se vive un episodio de trauma y no se está preparado para afrontarlo, la personalidad se fractura en diversos trozos. Es como tener una parte del corazón necrosada: se puede vivir así, pero plenamente

Enric Soler Profesor de psicología en la UOC

En otras palabras: a ojos externos, parece que todo va bien, pero la parte de la personalidad que rige el desarrollo emocional está bloqueada. “Es como tener una parte del corazón necrosada. Se puede vivir así, pero no plenamente”, explica Soler. Sin saber por qué, quienes tienen un recuerdo bloqueado tienen dificultades para relacionarse, confiar o desarrollar autoestima. Y es que el cerebro no sólo nos protege apartándonos del trauma, sino limitando nuestras funciones sociales para evitar que volvamos a exponernos al peligro.

Quien ha ahondado más en este asunto es el psicólogo holandés Onno Van der Hart, quien ideó la 'Teoría de la Desociación Estructural'. Lo vivido y, obviamente, lo traumático marca nuestra personalidad, pero también lo marca lo olvidado. Los recuerdos se atesoran en lo que el psicólogo denominó Personalidad Emocional, que es la que rige la gestión de los estímulos y la que nos permite relacionarnos normalmente.

Pero si hay una amnesia disociativa, esta parte de la personalidad deja de funcionar puesto que su cometido ahora es protegernos de un recuerdo doloroso que no debe salir a la luz hasta que nuestra Personalidad Emocional se haya desarrollado plenamente. Por eso, en el caso de los abusos sexuales infantiles, el recuerdo puede tardar décadas en salir a la luz. “Siempre hay un detonante. En mi caso fue ver a mi abusador por la tele”, confiesa el psicólogo.

¿Se pueden encontrar los recuerdos?

El olvido puede venir por motivos emocionales, pero también físicos. La conciencia se desarrolla en el cerebro y, si es dañado, puede llevarse consigo recuerdos. La corteza cerebral es la parte más externa y es donde se atesoran los aprendizajes, los recuerdos o la racionalidad. Es la zona más expuesta y puede ser afectada -temporal o permanentemente- tras un accidente provocando, potencialmente, pérdida de memoria.

En ese caso, no todo está perdido. Como señaló Van der Hart, los recuerdos y las emociones están íntimamente ligados. Y precisamente la emoción es lo que más cuida nuestro cerebro. Se gestiona desde la amígdala, “la parte más enigmática y protegida”, según Soler. Allí se gesta todo lo que no controla la razón sino el subconsciente. Lo que pensamos en los arrebatos, lo que decimos cuando nos apasionamos y los sentimientos que nos sobrevienen sin motivo aparente.

Así pues, por mucho que las personas con demencia o Alzheimer puedan olvidar el rostro o el nombre de sus hijos, “cuando están con ellos se sienten igual que antes de perder la memoria. El sentimiento permanece, el problema es que necesitas la corteza cerebral para poder expresarlo”, apunta el psicólogo Soler. Un olor, un plato o una imagen pueden ser suficientes para estimular la amígdala y recordar a nuestro cerebro que tiene -o tuvo- un recuerdo, aunque no lo recuerde.

Por mucho que las personas con demencia o alzheimer puedan olvidar el rostro o nombre de sus hijos, cuando están con ellos se sienten igual que antes de perder la memoria. El sentimiento permanece

Enric Soler Profesor de psicología en la UOC

Hoy en día, al llevar una cámara siempre encima en formato smartphone, no debemos confiar en nuestro cerebro para guardar memorias, sino que podemos dejárselos a la nube -aparentemente más fiable. Pero la fotografía no ha sido siempre un recurso al alcance de todos y hay muchos recuerdos de generaciones pasadas que sólo existen en el cerebro de quienes los vivieron.

Conscientes de eso y, a la vez, del poder de la imagen, el colectivo Domestic Data Streamers de Barcelona ha llevado a cabo el proyecto ‘Memòries Sintétiques’ que, mediante Inteligencia Artificial, puede recrear recuerdos y convertirlos en fotografías. Eso no sólo permite atesorar la memoria colectiva antes de que el tiempo -y la muerte- los borren, sino que sirve como un ejercicio para prevenir y paliar los efectos de la enfermedad y, en algunos casos, recuperar cosas que se creían perdidas.

Por eso, este colectivo conformado por jóvenes desarrolladores barceloneses ha llevado su proyecto a residencias de ancianos y a espacios terapéuticos para personas con Alzheimer o demencia. “Se llama terapia de reminiscencia. Las fotos antiguas, la comida, los olores o la música ayudan a entrar en contacto con recuerdos que todavía tienen”, explica Pau Garcia, fundador de Domestic Data Streamers.

Si bien se trata de enfermedades que todavía no tienen cura, este tipo de tratamientos reducen la depresión y ansiedad en los pacientes. Así lo han descubierto gracias a una red de investigación que comparten con las universidades de Toronto y la British Columbia. Ahora están estudiando los parámetros éticos y médicos para ver en qué momento y avance de la enfermedad es mejor aplicar esta terapia.

Lo que no se recuerda ¿realmente existió?

‘Memòries Sintètiques’ no sólo es usada en pacientes, sino que también estuvo al alcance de toda la ciudadanía. En unas jornadas gratuitas en el museo Hub del Disseny de Barcelona, Domestic Data Streamers hizo una entrevista de una hora a quien quisiera tener una fotografía de algún recuerdo concreto. Una de ellas fue Maria Rosa, de 88 años, convencida por su nieto Ignasi.

Su infancia y adolescencia sólo perviven en su memoria. Igual que el primer encuentro con su marido, a quien conoció en una fiesta de pueblo. Sólo ella sabe la música que sonaba, la ropa que llevaban y la marca de cigarrillos que él fumaba mientras la vio bailar por primera vez, minutos antes de enamorarse.

“¿Cuál es su primer recuerdo de la infancia?”. Así empieza la entrevista, en la que dos chicas le van preguntando por una historia, mientras introducen términos en el generador de imágenes. “Post war (postguerra)”, “kids cycling (niños en bicicleta)” o “narrow street (calle estrecha)”. Las preguntas son precisas para conseguir que la imagen sea lo más exacta posible y, de esta manera, obligan a la memoria a trabajar y sacar información que llevaba escondida mucho tiempo.

Después de unos minutos, la imagen está lista. Es cierto que hay detalles que no son exactamente como eran, pero la fotografía es un retrato bastante fidedigno de los recuerdos de Maria Rosa. “Es bonito volver a ver algo que, aunque no sea exacto, pensaba que no vería más”, apunta la mujer.

La fotografía que tiene entre las manos es un regalo preciado para ella, pero también para las generaciones venideras. Porque otro de los objetivos de ‘Memòries Sintètiques’ es nutrir la corteza cerebral social de la sociedad del futuro, que no es otra que las bases de datos de las cuales se alimenta, por ejemplo, la Inteligencia Artificial.

“Tenemos problemas para recrear recuerdos de ciertas épocas o continentes como África o Asia. Estas bases de datos, al ser alimentadas casi en exclusiva por personas jóvenes occidentales, son muy sesgadas. Y si no educamos a la Inteligencia Artifical, será como si ciertas culturas no existieran”, assegura Garcia. O como si nunca hubieran existido.

Esto es importante, porque tal como asegura el psicólogo Enric Soler, la memoria colectiva funciona exactamente igual que la individual. Y la sociedad también puede olvidar. Ya sea algo traumático o algo a lo que no se da suficiente importancia, como la historia de ciertas zonas o comunidades. Cuando la sociedad se desentiende de estas realidades sucede lo mismo que cuando el alma se separaba del cuerpo en la filosofía platónica: quedaba condenada al olvido. A la nada. O lo que es lo mismo: a no haber existido jamás.  

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