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Mercader estigmatizó a su familia pero nunca se arrepintió de matar a Trotski

EFE

Madrid —

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Si Ramón Mercader hubiera disparado a Trotski en vez de clavarle un piolet en el cráneo, seguramente esa familia no habría sido estigmatizada, aunque ni él, ni su madre, Caridad, una agente comunista conocida como “la pasionaria catalana” pero también aristocrática y elitista, se arrepintieron jamás.

“Trotski era para ellos como Hitler. Ningún socialista pensaba que aquello era un crimen sino algo de justicia”, asegura a Efe Gregorio Luri, autor de “El cielo prometido” (Ariel), el resultado de 20 años de investigación y cinco de escritura sobre Caridad del Río y su familia.

Leon Trotski (1879-1940), ideólogo de la “revolución permanente”, fue uno de los organizadores de la Revolución de Octubre y tuvo que exiliarse a México por sus graves discrepancias con Stalin. Mercader fue a buscarle a Coyoacán y le clavó un piolet en la cabeza, una herida que le causó la muerte horas después.

Luri conoció en 1993 a Luis Mercader, hermano de Ramón, por casualidad: había llegado a Pamplona para trabajar en la universidad y era vecino de su hermana.

Le regaló un libro con la biografía de su hermano Ramón y eso le despertó aún más curiosidad.

“A medida que vas leyendo te vas dando cuenta de que hay hipótesis que se desmoronan y otras que se ponen pie y poco a poco se fue imponiendo la idea de hacer un libro”, aclara Luri (Azagra, Navarra, 1955).

En este proceso ha descubierto, sobre todo, “lo poco que se sabía” de Caridad del Río, conocida como Caridad Mercader, y que las fuentes siempre eran las de sus enemigos, “aunque es verdad que había sobrados motivos para criticarla”, admite.

Caridad, dice, era “la pasionaria catalana”, una persona con una energía enormes “organizadora de una de aquellas columnas que salieron para Aragón, que estuvo en México y Estados Unidos buscando dinero y armas para los suyos y con una gran actividad de espionaje”, enumera.

“Desde el 23 al 36 estuvo haciendo de las suyas. Era muy conocida ya hasta el momento crítico en el que se casa -con Pablo Mercader- y el matrimonio la decepciona tan tremendamente que su familia acaba ingresándola en un sanatorio porque no soportan su vida desabrida. A partir de ahí le nace un odio de clase tremendo”.

También le ha llamado mucho la atención la historia “paralela” de madre e hijo: “Lo que añoran es lo que dejaron en la infancia. Él soñaba con gestionar un chiringuito en la playa de su niñez y ella haberse dedicado a los caballos que tanto le gustaban”.

Siempre fue la madre el personaje que más le fascinaba, un interés que nació del tono que utilizaba su hijo Luis para hablar de ella, “con agresividad, con un tono en el que se mezclaba el dolor con una queja honda, profunda”.

Profunda admiradora de Stalin, era una agente respetada y muy valorada por la Internacional y con una relación muy estrecha con Beria -mano derecha del líder comunista-, y artífice de “operaciones” de todo tipo, muchas en los Balcanes.

Era conocida como “la Mercader”, aunque al final de su vida recuperó el apellido Del Río, y uno de sus rasgos distintivos era su “aristocracia”, “su gusto por las medias de seda y los zapatos de piel de serpiente o las buenas comidas”.

Como progenitora estuvo muy lejos de ser ejemplar: “Fue la madre que ninguno quisiéramos. Cuando Ramón volvió a Moscú después de 20 años en la cárcel por el asesinato de Trotsky acompañado por Luis, lo primero que hizo fue echarles una gran bronca porque uno había engordado en la cárcel y el otro llevaba una camisa que no le gustaba. Era psicorígida, según una de sus nietas”.

A la familia y a los comunistas les pareció bien el asesinato porque Trotski era Hitler para ellos: “Si hubieran hecho un anuncio diciendo que se necesitaban voluntarios para matarle habrían salido miles. Nadie sintió pena”.

Los Mercader, dice, han vivido siempre presa del instrumento con el que Ramón Mercader asesinó a Trotski: “Si hubieran usado una pistola... pero el piolet es tan contundente, tiene un extra de crueldad, de ensañamiento. Toda la familia Mercader está estigmatizada por eso”, asegura.

“La tragedia de Ramón es que cuando salió de la cárcel se había convertido en una patata caliente para todo el mundo. Él y su madre fueron conscientes de que estaban fuera de juego aunque nunca dejaron de ser estalinistas”, añade.