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Arte y provocación sobre el escenario

'Mierda de artista' se estrena en los Teatros del Canal y después irá al Grec de Barcelona / Jaime Villanueva

Prado Campos

“Durante todos estos años me he detenido, igual que tantos otros frente a mil, dos mil, Dios sabe cuántos, cuadros de Pollock, Newman, de Kooning, Noland, Rothko, Rauschenberg, Judd, Johns, Olitski, Louis, Still, Franz Kline, Frankenthaler, Kelly y Frank Stella, bizqueando unas veces, otras con los ojos abiertos como platos, aproximándome y alejándome, esperando, esperando, siempre esperando ese… algo… ese algo que de repente aparece; en pocas palabras, la visual recompensa a tanto esfuerzo, el premio que debe aguardarnos allí, que todos y cada uno (tout le monde) saben que está… allí esperando, ese algo que irradie directamente desde los lienzos colgados en estas paredes de blanca pureza inmarcesible, en esta habitación, ahora, hasta mi propio nervio óptico. En resumen, durante todos estos años he creído que en arte, más que en cualquier otra cosa, ver es creer. Bien, ¡cuánta miopía! Ahora, por fin, el 28 de abril de 1974, ya podía ver. De golpe he recuperado mi visión. Nada de ”ver para creer“, tonto de mí: ”creer para ver“, porque el Arte Moderno se ha vuelto completamente literario: las pinturas y otras obras solo existen para ilustrar el texto”.

Tom Wolfe en su mordaz La palabra pintada (1975, reeditado por Anagrama) comienza con estas palabras a desgranar la parodia en la que, para muchos, se ha convertido inconscientemente el llamado arte moderno, el conceptual, las vanguardias o el contemporáneo. Un arte que buscaba ser revolucionario pero que ha terminado, defiende, viviendo pendiente de la literalidad del texto que le da sentido, devoto –y dependiente– de los críticos-gurús, o creadores de la palabra pintada como les llama, y de la alta sociedad, o el culturburgo.

Lo que nos preguntábamos es cómo no siendo ajeno el arte al teatro, este no le ha hincado el diente con más ansia en estos tiempos al siempre controvertido arte contemporáneo y su concepción, su simbolismo y, sobre todo, su valor (económico, sí). Pues bien, dentro de esta controversia Mierda de artista llega desde hoy a los Teatros del Canal para sumarse a esas escasas obras que se rinden a este polémico mundo artístico y económico a ritmo de un musical sarcástico, divertido y con mucha retranca.

La producción de Kaktus Music (Pegados), que se estrena en Madrid y en julio se podrá ver en el Romea dentro de la programación del Grec de Barcelona, se centra en la vida y la obra del artista Piero Manzoni. Este italiano harto de que nadie hiciese caso a su obra “de verdad”, optó en 1961 por cagarse literalmente en el sistema artístico-comercial. “Estos imbéciles de burgueses milaneses solo quieren mierda”, cuenta un amigo que exclamó unos meses antes de su creación más célebre: una serie de 90 latas de Mierda de artista que contenían 30 gramos de sus excrementos conservados al natural, según rezaba la etiqueta, vendidas a precio de oro. Aunque en 2007 este mismo amigo de fatigas, Agostino Bonalumi, dijo en Il Corriere della Sera que dentro había yeso. Otros aseguraron que varias latas explotaron o que dentro de ellas encontraron otra de menor tamaño, como afirmó en 1989 el también artista Bernand Baziiel.

Hubiera lo que hubiera, esta creación de Manzoni es una de las más sonadas sátiras artísticas de los últimos tiempos y no sabemos qué diría el artista hoy (murió con 30 años de un infarto, tan solo uno después de esta ocurrencia) si supiera que una de las últimas latas se vendió en 2013 por más de 109.000 euros y hay otras que se exponen en la Tate Gallery de Londres, el MOMA de Nueva York o el Centro Pompidou de París.

Albert Boadella, director artístico de los Teatros del Canal, celebra esta provocación de Manzoni que podemos ver recreada ahora en este musical. “La mierda de Manzoni es motivo más que suficiente para hacer un musical. Siempre me ha extrañado por qué no se hacían más obras sobre el arte, un tema que tiene que ver con esta crisis porque habla del valor real de las cosas”, dijo para agregar que las claves, muy a lo Wolfe, están en que “la cantidad de estupideces que tienen importancia varían según la inteligencia comercial de quien hace el negocio” y en “el experto-comisario que dice por qué una pintura de lunas y soles de mi nieta no vale 800.000 euros como una de pajaritos y estrellas de Miró o una pared desconchada de Tàpies”.

“Pensé que las mujeres de la limpieza acabarían con el arte contemporáneo”, aseguró el director entregado a la causa y tras contar una anécdota real de una exposición de Tàpies en la que una lo hizo porque creía que eran cartones, pero “no porque aumenta y lo vemos cada año en un sitio como Arco, una muestra tan divertida y cómica que es como una apología de la estupidez humana”.

Pero volvamos a la obra. Y viajemos, con un estética muy Fellini, hasta el Milán de los años 60 a ritmo de canciones (todo en directo) que homenajean a los musicales clásicos y a la música italiana de mediados del siglo XX. Mierda de artista nos cuela en el estudio de Manzoni. Es reconocido pero no lograr vender sus obras “buenas”, las de verdad, y para contestar ante esa realidad decide crear sus latas de heces. Una periodista, su novia, un amigo artista y su marchante (algunos de estos personajes han sido tomados del entorno real del artista) hilan las relaciones de poder, consumo, celos, intereses económicos, cinismo y provocación que arman este surrealista vodevil. Eso sí, deja claro Ferran Gónzalez, uno de los autores del libreto junto a Joan Miquel Pérez y que da vida a Manzoni, no hay moraleja. “Son versiones de lo que puede ser el arte pero sin concienciar. Es un tema apasionante pero no queríamos posicionarnos. ¿Quién es peor el que pone el precio o el que lo paga?”, se pregunta dejando a cada cual sus impresiones y referentes.

“La gente tiene pasta y siempre se la gasta comprando obras de arte sin criterio y con total impunidad. No importa lo que cueste mientras que se demuestre que aquello que he comprado es algo nuevo y totalmente original. El arte es pasta”, canta en este sentido Manzoni en el musical momentos antes de su reveladora y olorosa innovación artística.

“La obra de Manzoni es el punto álgido de un modelo artístico que entra en colapso. Es una bomba de relojería”, señala Pérez. “La gente no creía en él como verdadero artista, en su verdadero arte, y por eso hace estas críticas pero tenía éxito con ellas [también hizo huevos duros con su huella dactilar, globos con aliento de artista o pedestales para que te subas y te conviertas en arte] y no lo concebía. Aunque también cobraba las obras, se quejaba pero no iba regalando sino comerciando. Y ganó mucho dinero. Pero no daba crédito. ¿Cuál era la fórmula?”, añade Ferran González para aseverar que hay algo de postureo y salir en la foto detrás. Y también de hacerse el entendido, claro. “¿Qué te parece que es?”, se preguntan los personajes ante un retrato que parece “un culo” señalando directamente al espectador, al visitante del museo o la galería y al comprador pero es que, prosiguen, “no sé qué quiere decir, no sé qué me quiere transmitir, miro el cuadro y quedo igual pero el cuadro es colosal”.

La más celebrada: Arte

ArteYasmina Reza ya nos puso en la tesitura del polémico debate artístico en su celebérrima Arte aunque bien es cierto que los ejemplos en este terreno que se han visto sobre las tablas son exiguos. Arte, la obra más representada del teatro mundial de un autor vivo –se estrenó en París en 1994, en 1996 en Londres, en 1998 llegó a Nueva York y a Madrid, ha girado varias veces por España con Carlos Hipólito, José María Pou y José María Flotats, Ricardo Darín, Luis Merlo o Enrique San Francisco, entre otros, y ganado un Tony–, fue en muchos sentidos pionera e irrumpió en la escena poniendo a tres amigos y a todo un patio de butacas delante de un lienzo en blanco por el que uno de ellos ha pagado una suma astronómica. “Una mierda blanca”, para uno de los protagonistas. “Una obra sublime”, para otro. “Una tela blanca”, lo describen también. En definitiva, una provocación con la que teorizar, dejando de lado los discursos políticamente correctos, sobre el arte contemporáneo y la amistad, porque ese era el verdadero trasfondo de la obra.

¿Es el dinero al que se cotiza una obra su referencia de calidad? ¿El hecho de que alguien de lo pague? ¿La palabra de un crítico? ¿El artista es una especie de divinidad? Estas y otras cuestiones salían a relucir en el texto de Reza y también sirven para discutir en Red (Rojo). Esta obra, escrita por el guionista norteamericano John Logan (Gladiator, El último samurái, Hugo, Skyfall…) y ganadora de seis premios Tony (se estrenó en 2009 en Londres y estas últimas temporadas está girando por Latinoamérica), retrata la vida de Mark Rothko a partir del millonario encargo que recibe para pintar unos murales en el exclusivo Four Seasons de Nueva York. “¿Qué ves?”, le pregunta el pintor a su ayudante en la primera línea de la obra. A partir de aquí, las conversaciones entre artista y discípulo divagan sobre la visión del arte y de su arte, la relación del artista y su obra, el porqué de sus ventas –¿los miran de verdad, les provocan revelaciones o simplemente quieren darse prestigio?–, los límites éticos de su trabajo y la barrera de lo comercial.

“Francamente , hoy en día, sin una teoría que me acompañe, no puedo ver un cuadro”, concluía Wolfe en este libro dando su respuesta a esas preguntas que muchos se hacen desde que Duchamp y su fuente irrumpieron dando la vuelta al mundo del arte a principios del siglo XX. ¿Qué es arte? ¿Quién dice que lo es? ¿Estamos locos o es normal pagar por una lata de mierda de Manzoni, por un lienzo en blanco, por una cama deshecha o por una pila de ladrillos? Si sir Nicholas Serota, director de la Tate Gallery, admite, como recoge Will Gompertz, director de arte de la BBC, en ¿Qué estas mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos (Taurus), que se sentía “un tanto 'amedrentado' cada vez que entraba en el estudio de un artista y veía por primera vez una obra nueva. 'A veces no sé qué decir. Intimida”, las respuestas a estas preguntas son tan variadas e imposibles como espectadores, teorías y artistas. Algo que también nos enseñan y plantean estas obras de teatro.

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