Según los datos actualizados el 17 de agosto, en España hay 389.839 casos confirmados de COVID-19 y los contagios aumentan en varias comunidades autónomas. Pero también hay muchas personas que opinan que las medidas sanitarias, las distancias de seguridad y las mascarillas no son necesarias.
Es el caso de la multitud de personas que se manifestaron contra el uso obligatorio de la mascarilla el pasado domingo 16 por la tarde en la Plaza de Colón de Madrid. Personas que entendían que esta era una medida “ridícula” y un “recorte” de libertades que tenía como excusa la crisis del coronavirus, una pandemia que fue calificada de “farsa” y “mentira” por varios de los asistentes.
Ese mismo día el cantante Miguel Bosé hizo un llamamiento a participar en la concentración antimascarillas a la que él, personalmente, no acudió. La suya se ha convertido en una de las voces negacionistas más relevantes del panorama cultural, pero su caso no es el único.
De Bunbury a Ouka Leele: cultura y negacionismo vírico
De un tiempo a esta parte el músico, cantante y actor Miguel Bosé está en boca de todo el mundo pero no por músico, ni por cantante, ni por actor. El artista ha defendido públicamente durante las últimas semanas que el coronavirus es “la gran mentira de los gobiernos” y ha calificado de “plan macabro y supremacista” el desarrollo de una vacuna.
A principios de junio, Bosé centraba sus críticas sobre el magnate estadounidense Bill Gates, al que se refería como “el eugenésico”. En un hilo ampliamente difundido en Twitter, el cantante criticaba al gobierno de Pedro Sánchez por apoyar el proyecto GAVI, asociación público-privada con el objetivo de garantizar el acceso de vacunas de menores sin recursos. Una entidad que calificaba de “especialistas en vacunas fallidas” que había causado estragos al alrededor del mundo. No sin antes denunciar la incorporación en sus vacunas de “microchips o nanobots” para obtener “todo tipo de información de la población mundial con el solo fin de controlarla”.
“Yo digo no a la vacuna, no al 5G, no a la alianza España/Bill Gates”, tuiteaba al tiempo que se refería al presidente Sánchez como “cómplice” de este proyecto de supuesta dominación mundial. No es el único artista español que se ha visto envuelto en una polémica de este cariz anticientífico.
Otro músico, Enrique Bunbury, apoyó una campaña contra Bill Gates por las mismas razones: participaba mediante un tuit en una campaña global llamada #ExposeBillGates que defiende las tesis de control mediante vacunas que sostenía Miguel Bosé. “Extiende la verdad sobre la agenda de Bill Gates”, rezaba el cartel. Tras las críticas recibidas, el que fuera líder de Héroes del Silencio publicó una carta abierta en la que afirmaba que “se utiliza muy alegremente el término teórico de la conspiración en estos días, para desestimar una opinión que no cuadra con la generalista”.
En torno a las dudas sobre la efectividad de las vacunas en plena pandemia mundial, el rapero Kase.O también se vio envuelto en una infausta polémica, tras sostener en un directo de Instagram que “el autismo es una reacción alérgica a las vacunas”. No tardó en publicar un comunicado en el que pedía disculpas “por haber metido la pata en un tema tan sensible que afecta a miles de personas”. Y añadía que su comentario “no era más que un comentario a un documental sesgado y fuera de contexto”.
Más recientemente, la artista Ouka Leele participó en una concentración antimascarillas organizada por el periodista Rafael Palacios. La misma convocatoria en la que más tarde se hostigó violentamente a la divulgadora científica y youtuber Rocío Vidal, más conocida como La Gata de Schrödinger.
En la protesta, Leele defendió que “ninguna ley puede estar por encima de la ley natural” y que “el amor es la mejor mascarilla”. Y puso un ejemplo bíblico para sostener su tesis: “Tengo una imagen que es la de Jesucristo yendo a ver a los leprosos con guantes de goma y mascarillas, ¡y me parece tan ridículo! Eran personas que estaban aisladas de la sociedad, como nos quieren aislar a los que no queremos tragar. Pero él se acercaba a ellos, les abrazaba y les decía ‘yo no creo en tu enfermedad’. Es que es muy fácil, no es un milagro”.
Viejos bulos, nuevos miedos
“Casi todos los relatos expuestos reaprovechan narrativas preexistentes. A la manera del caleidoscopio, combinan fragmentos sueltos de historias almacenadas en la memoria colectiva para configurar vistosas remezclas. De ahí que un modo eficaz para determinar si una explicación extravagante es conspirativa sea estudiar su semejanza con otras difundidas previamente”, explicaba el sociólogo, profesor e investigador Pablo Francescutti en la Agencia SINC (Servicio de Información y Noticias Científicas).
Francescutti citaba a Shawn Smallman cuando hablaba de la gripe H1N1 en 2009. “Tanto la gente en los países ricos como en los menos desarrollados desconfiaba de quienes describían como élites transnacionales, que podrían tomar decisiones acerca de los cuerpos y la salud de los ciudadanos de las naciones pobres basándose en sus intereses financieros”, afirmaba en un artículo este experto en globalización de la Universidad de Portland.
“Detrás de este tipo de actitudes y posiciones está la idea central de que la ciencia y sus conocimientos no son de fiar”, decía el escritor mexicano Mauricio-José Schwarz en su brillante libro La izquierda feng-shui: Cuando la ciencia y la razón dejaron de ser progres (Ariel, 2017). “Que los resultados obtenidos mediante el uso del método científico son, en realidad, producto de la ideología dominante o del capricho de hombres y mujeres que, en laboratorios secretos, actúan como siervos del poder para atender las necesidades y deseos de los malvados que controlan el mundo dentro de una vasta y siniestra conspiración. Exactamente igual que la derecha anticiencia”.
Según Schwarz la tradición de los antivacunas y las teorías de la conspiración es larga y se remonta a la divulgación del esoterismo y las religiones new-age herederas del convulso siglo XX. Históricamente “el esquema se repite” cuando se enfrenta una “causa razonable” a una “caricatura simplona”. Y pone como ejemplo “la preocupación por la ética de la investigación y la comercialización de los medicamentos frente a una paranoia que rechaza a toda la industria médico-farmacéutica hasta el punto de negarse a disfrutar de sus beneficios y despreciar los métodos utilizados para llegar a sus conocimientos”. Es decir, “una preocupación social responsable situada ante un espejo de feria que lo deforma todo, en unos casos de manera cómica, en otras causando incluso el terror”.
Aunque las afirmaciones anticientíficas referidas en este artículo responden a personalidades de la cultura y artistas, las teorías de la conspiración no entienden de epígrafes del IAE. Dar credibilidad a lo que confirma nuestras creencias no es un fenómeno exclusivo de una profesión u otra. “Son, según los psicólogos, rasgos propios de la naturaleza humana, de la forma en que llegamos a ciertos juicios rápidos y, con gran frecuencia, equivocados. Así ocurre con el sesgo de confirmación”, escribe.
“No hay preguntas difíciles si uno puede inventarse las respuestas”, recuerda el escritor mexicano. Y “las respuestas basadas en hechos, datos y pruebas son una competencia desleal para quien vende afirmaciones inventadas”.
Las afirmaciones de todas las personalidades del ámbito de la cultura que han aparecido en este artículo han sido ampliamente rebatidas por científicos y expertos. No hay ninguna evidencia científica de que la tecnología 5G perjudique la salud, mucho menos de su vinculación con el coronavirus, ni tampoco de que Bill Gates financie vacunas que porten microchips o nanobots para “controlar a la población mundial”, como demuestran los artículos aquí vinculados vía Maldita Ciencia.
Sí las hay, en cambio, de que la desconfianza en las vacunas pone en peligro la inmunidad de grupo contra el coronavirus. Como también hay evidencias científicas de que mejor mascarilla que el amor es una FFP3.