Conocida por su insólita forma de preservar a sus muertos y la sofisticación de sus modos de vida, la cultura Chinchorro, propia del norte de Chile y una de las más antiguas del planeta, está a punto de dejar de ser un extraordinario legado para convertirse en un hito mundial.
Enclavada en el desierto de Atacama, una de las zonas más áridas del planeta, hace más de 8.000 años, la cultura Chinchorro conforma una de las primeras manifestaciones culturales complejas hacia la muerte y hacia sus antepasados, una expresión que ha llegado en forma de momias plásticas, parecidas a estatuas multicolores.
Hoy día, gracias al “excelente estado de conservación” de estas momias junto a la “enorme cantidad de vestigios” encontrados -12.000 cuerpos en total-, este pueblo andino puede ser nombrado Patrimonio Mundial de la Unesco, afirmó este jueves la representante del organismo, Núria Sanz, en declaraciones a Efe.
La importancia de esta cultura radica no sólo en su curiosa forma de preservar a sus muertos sino también en su precocidad, pues, a pesar de ser menos conocidas, las momias Chinchorro les llevan 2.000 años de ventaja a sus homólogas fenicias.
Se trata, según Sanz, coordinadora general del Programa Temático de Patrimonio Mundial sobre Evolución Humana, “de una de las primeras culturas de cazadores y recolectores que desarrollaron una sofisticada forma de vida y una simbólica manera de trascender entre la vida y la muerte”.
Un complejo proceso de culto que empezaba con la desmembración del cadáver, la extracción de los órganos, músculos y huesos y la substitución de éstos por vegetales, trozos de cuero y madera.
De esa manera, se logró la creación de unas “momias artificiales” con unas cualidades esculturales y artísticas que reflejan el “vital rol de los muertos en la sociedad humana” y la “innovación y virtuosismo” de las técnicas de esta primitiva comunidad americana, explican los expertos.
La exitosa adaptación de este pueblo andino a la extrema geografía y el aprovechamiento de los recursos costeros es otra de las piedras angulares de esta civilización y uno de los motivos por los cuales el yacimiento de Chinchorro está nominado a Patrimonio de la Humanidad.
“Los chinchorros -apuntan los especialistas- muestran ejemplos de herramientas especializadas para la explotación de los recursos marinos, en una de las zonas costeras desérticas más hostiles del mundo”.
Una intensa relación con el mar que se manifiesta gracias al gran amontonamiento de conchas de moluscos marinos descubiertos en la zona.
“El Pacífico es otro de los elementos importantes de este yacimiento, pues siempre se había estudiado mucho la tradición atlántica, pero ahora el mundo pacífico empieza a despertar en la arqueología mundial”, asegura Sanz quien recuerda que hace pocos días se hallaron nuevos restos de arte rupestre en Indonesia.
Otro de los motivos esenciales de su nominación es la “excepcional preservación de los yacimientos y el paisaje” además de la conservación de restos orgánicos y culturales, lo que proporciona una exhaustiva información del desarrollo de las primera sociedades de cazadores y recolectores en la zona andina.
“Hemos hecho una mirada planetaria para darnos cuenta de que esa conjunción de caracteres sólo se produce en la cultura Chinchorro”, subraya Sanz quien reitera la importancia del caso chileno.
No obstante, antes de que se haga realidad la nominación hay que trabajar en torno a las “figuras jurídicas del yacimiento” y la “definición de los límites de cada una de estas unidades”, puntualizó Sanz.
Sin embargo, parte del trabajo más importante que consiste en el análisis exhaustivo de la cultura Chinchorro ya está hecho.
Pues, hoy se presentó “The Chinchorro Culture”, una publicación especializada que servirá como documento para la elaboración de la nominación.
Según Sanz, la Unesco confirma y reitera la importancia de un caso como Chinchorro, y le queda seguir alimentado ese afán y ese espíritu porque las culturas más ancianas del mundo deberían aparecer en la lista del patrimonio mundial para darnos cuenta de como era ese atlas en los primeros momentos de andadura por el orbe.
Júlia Talarn Rabascall