Decía de sí mismo que era un fotógrafo callejero, pero lo que le distinguía del resto es que fue un mirón incansable de la vida mediterránea de la Almería luminosa y hermética. Ha fallecido Carlos Pérez Siquier, a los 90 años, el mirón que primero retrató la España oprimida en blanco y negro y, después, la que quería dejar de serlo a todo color. Pasó del fotoperiodismo en blanco y negro en La Chanca, un arrabal almeriense misérrimo, a documentar la fiesta del turismo y su astracanada visual. Su serie La playa, iniciada en los setenta, es un festival inagotable de ironía. En los libros de historia de la fotografía quedará retratado como un pionero de la vanguardia fotográfica en España, que formó la Agrupación Fotográfica Almeriense (AFAL) y su revista en la que plantaron la semilla del inconformismo en un país aislado.
“Yo en esto de la fotografía no me siento un artista. Más que un creador soy un descubridor”. Esto solía decir Carlos Pérez Siquier de sí mismo, empeñado en ser testigo del presente, sin dejar de sorprenderse. No escapó del tiempo que le había tocado vivir y miró su momento histórico, su clase social y el lugar en el que había nacido. Y vio la España que cambiaba a la orilla del mar y creó un álbum de la España achicharrada y estridente en bañador. Pérez Siquier estaba ahí para dejar constancia de las glorias y las sombras del consumismo que se hacía fuerte en la dictadura y terminó reventando en la democracia. Esa fue su autenticidad, el presente, lo único que no varió en su obra mientras su estilo saltaba de un lugar a otro, para renacer continuamente en la calle, lo cotidiano y la intimidad (en público).
“Puedo seleccionar el tema, modificar la luz, la distancia, variar el ángulo, prever el acontecimiento, provocarlo, pero jamas me atrevería a falsear lo esencial de la imagen, pues entonces dejaría la fotografía para dedicarme a la pintura, el cine o el teatro”, escribió Perez Siquier en los setenta en la primera exposición sobre su serie de la playa. Le interesaban solo situaciones auténticas para que por encima de cualquier anécdota prevaleciera el testimonio de una forma de vida o de una época. “Hay cierta ironía y mordacidad en la captación de sus gentes, porque es una crítica a una sociedad de bienestar que, en su contacto con nuestro sol, en su abandono y despreocupación, deja al descubierto su flanco más vulnerable. Yo diría que es un reportaje de la antiplaya o del antiturismo de masas. Es una pequeña vendetta que me he buscado contra esos bárbaros que, con su grosera presencia, están destruyendo nuestro bello paisaje”, reconocía entonces.
España es diferente
Había abandonado el bachillerato en el cuarto año y empezó a estudiar oposiciones para un puesto en Hacienda hasta que le ofrecieron una colocación en el Banco Central. De ahí pasó al Banco de Santander en una oficina de Almería, donde se mantuvo hasta que decidió anticipar su jubilación para dedicarse plenamente a la fotografía publicitaria y de creación, a la edad de 58 años. Su meta era ser subdirector, pues un puesto de mayor responsabilidad le hubiera exigido un traslado seguro y alejamiento de Almería. “Siempre conseguí establecer un acuerdo tácito con mis directores: yo les ofrecía mi conocimiento de la plaza sin erosionar su puesto y ellos a cambio me facilitaban algo de tiempo libre por las tardes y los fines de semana. Era el tiempo que yo necesitaba para fotografiar. El sueldo del banco era para mí imprescindible, pues en aquellos tiempos la fotografía 'artística' en España no daba para vivir”, recuerda el fotógrafo en el catálogo que celebra su Premio Nacional de Fotografía de 2003.
En los sesenta Carlos Pérez Siquier trabajaba como fotógrafo independiente para las campañas de promoción del Ministerio de Información y Turismo, que se centraban en la venta de una imagen de sol y playa de la que el país no se ha desprendido. Saturaba los tonos estridentes de los bañadores y las toallas, los contrastaba con los cuerpos tostándose mientras dejaba que la luz hiciera el resto. Fue un ensayo de larga duración y no lo exhibió hasta una década después de arrancarla. La mostraba en composiciones en forma de damero aprovechando el medio formato que utilizaba.
Cuando conoció la obra de Pérez-Siquier, Martin Parr escribió que era “una de las colecciones menos valoradas pero más originales de la fotografía española de la posguerra”. El británico no había visto nunca el trabajo del almeriense (22 años mayor que Parr), a pesar de ser un claro precedente de sus fotos. Hasta hace unos días en la galería Blanca Berlín (Madrid) pudo verse esa relación entre las playas del Cabo de Gata-Níjar y las del Poniente que Pérez Siquier retrató desde los años setenta hasta mediados de los noventa, y las playas de Benidorm vistas por Parr a mediados de los noventa.
“La mayoría de los fotógrafos cifran su obsesión estética en el paso del tiempo, él la ha asimilado con su principal obsesión vital: su paso por el tiempo”, ha escrito Laura Terré, la mayor especialista en la historia del grupo fotográfico AFAL. “Su secreto ha sido llamar la atención sobre las cosas sin necesidad de intervenir. Presentar un mundo huérfano de autor y sin embargo crear una atmósfera en la que todo parece impregnado de una fuerte voluntad de estilo”, añade la doctora en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona que ha establecido un paralelismo de la visión colorista de Pérez Siquier con pinturas de Henri Matisse, Tom Wesselmann, o David Hockney. Las odaliscas de Ingres también aparecen en el texto de Terré para una exposición en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en 2001. Pérez Siquier nunca abandonó la dimensión documental de la fotografía y su monumental archivo es en buena medida resultado de la paciente labor de una voluntad inquebrantable en seguir mirando hasta la muerte.