Cristina Lucas (Jaén, 1973) suele ser descrita como artista multimedia. Es una forma de verlo y responde al hecho de que Lucas ha trabajado con fotografía, vídeo, infografía, escultura, instalación, performance o dibujo. También puede entendérsela como una artista conceptual que no hace Arte Conceptual, no hay desmaterialización a la vista.
Además, aunque siempre parezca partir de una emoción desencadenante, incluso de una indignación, el proceso ulterior no puede ser más racional y casi clínico. Si a ello se suma el hecho de que Lucas trata todo tipo de temas, desde cuestiones de género hasta otros directamente políticos, se tiene a una artista y a una obra muy difícil de catalogar. Es decir, a una artista de nuestro tiempo.
Su actual exposición en la sala Alcalá 31 de Madrid, Manchas en el silencio, la enfrenta a uno de los mayores espacios expositivos madrileños, que además es sede de varias consejerías de la Comunidad. Todo ello lo convierte en un lugar complejo y difícil que, no obstante, puede ser aprovechado de forma espectacular, tal y como hizo Mateo Maté en la anterior exposición del mismo lugar.
La de Cristina Lucas no es una instalación tan específica como la muestra Canon, aunque se hayan levantado varias arquitecturas: una que forma la triple pantalla donde se proyecta la obra visualmente más aparatosa; y otra que avanza las galerías superiores para que pueda verse desde abajo Clockwise, otra de las creaciones que componen la exposición.
El horror desde el aire
Manchas en el silencio tiene un tema: los bombardeos aéreos sobre poblaciones. Simplemente al enunciarlo vienen a la mente imágenes de horror en este año del Guernica. Pero tiene más implicaciones, todas ellas aplicables ahora mismo. La historia comienza muy pronto, en 1911 o 1912, gracias a la imaginación de un aviador búlgaro en su guerra contra Turquía o de uno italiano en Libia. Menos de diez años después de que hermanos Wright inauguraran, de forma muy tentativa, el primer aparato más pesado que el aire.
De lo primero que se hizo con los aviones fue arrojar bombas desde ellos, que ya eran capaces de hacer cráteres de cuatro o cinco metros de diámetro y un metro de profundidad. Suficiente para matar a varias personas, entre las cuales, y también desde el principio, civiles.
La obra principal de la exposición, El rayo que no cesa, es tremenda. La creación se proyecta sobre tres pantallas: en la primera se muestra un mapa con una explosión localizada en cada bombardeo sobre civiles; en la segunda se documenta el bombardeo; y una tercera enseña imágenes de aquellas catástrofes que pudieron ser inmortalizadas, que por desgracia son abundantes.
El bucle dura 55 minutos y parece claro que pocas personas lo contemplaran entero. Pero la verdad es que impresiona, no es solo para una ojeada informativa. Se han instalado sofás que tienen la doble virtud de resultar cómodos y de recordar la forma en que solemos contemplar estas cosas, frente a la televisión y sentados en... un sofá.
Esta es la visión diacrónica de los acontecimientos, su machacona sucesión en el tiempo. Hay otra sincrónica que también impresiona. En las naves laterales de Alcalá 31 (una planta basilical de libro) se disponen unas vitrinas en las que se muestra la pieza llamada Trenzado. Se trata de unos mapas bordados con cada uno de los bombardeos en diferentes regiones del globo. Hay zonas absolutamente negras, como Afganistán, Siria, Vietnam, Corea, media Alemania, gran parte de la Francia ocupada o también Marruecos en la zona del protectorado español.
Trenzado y El rayo que no cesa, estas son las dos piezas fundamentales, las que tratan el tema de forma muy documentada sin ser unos documentales. El arte puede servir para estas cosas, para transformar lo que sería una larga base de datos en algo capaz de conmover.
Por otro lado, la misma base de datos no está cerrada. Cada día se producen nuevos bombardeos sobre la población y algunos antiguos, en zonas como Indochina, aun no han sido bien documentados. De forma simbólica y práctica, esta actualización seguirá realizándose mientras dure la exposición con en trabajo presencial de alumnos de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Las mesas donde trabajarán se enfrentan a un enorme mural con nombres de poblaciones bombardeadas. De nuevo, la acumulación asusta.
Cómo volar gracias a una ecuación
Otra sección de Manchas en el silencio tiene que ver con algo en principio positivo, pero que trajo consigo el horror que se ha visto. En un pared se encuentra la famosa ecuación de Daniel Bernouille (1700-1782, solo uno de los muchos matemáticos famosos de aquella familia suiza) que, en lo que respecta a esta exposición, desarrolló la idea de presiones diferenciales en fluidos. Según esta, puede justificarse matemáticamente la posibilidad del aparato más pesado que el aire.
La ecuación, L = (½) d v2 s CL, ocupa una de las paredes laterales y también aparece en un vídeo arrastrado por una avioneta Piper, como si fuera un anuncio playero. Daniel García Andújar uso el mismo procedimiento en Mayo del 2011, entonces la avioneta llevaba un cartel que rezaba: “Democraticemos la democracia”.
El último elemento de la exposición es Clockwise, una extensa obra situada en las galerías superiores. Son 360 relojes que van marcando la diferencia horaria por cada grado geográfico, con cuatro minutos cada uno. Es decir, lo que se ve abajo está sucediendo en cualquier momento y lugar indicado en los relojes. No estoy muy convencido de que esta pieza funcione correctamente llevándola a las alturas de la sala. Los relojes (sus agujas, no hay números ni otra indicación) son demasiado pequeños para la distancia y no queda claro qué son, lo cual sí ocurre, y de forma nada ambigua, con el resto de la exposición.
Cristina Lucas, una artista sin un estilo definido
Antes de todo esto, Cristina Lucas ha desarrollado una carrera que oficialmente se remonta a su primera exposición individual del 2001, en la galería La Fábrica en Madrid. Se trataba de series fotográficas como las que incluyen La anarquista o Las fascistas, mujeres de sus casas en poses cotidianas o impensables. Del 2004 es la serie Die Führer, o lo que es lo mismo, fotografías en lugares de poder de un policía, una médica, un cura, un hombre de negocios y una mujer que parece la misma Lucas. Estos comienzos son claramente políticos.
Sin embargo en el 2005 presentó en el Centro Municipal de las Artes Buero Vallejo de Alcorcón la serie Nunca verás mi rostro, que eran acuarelas muy realistas de mujeres tapándose la cara. Lo cual introducía otro tipo de registro. Ese mismo año regresaba con suicidios famosos de escritores, a una fotografía escenografiada bastante explícita. Allí aparecían los nombres de Silvia Plath, Larra, Walter Benjamin o Anne Sexton en situaciones cercanas a las de su suicidio. Era una serie muy potente que, de nuevo, partía de otros supuestos.
Así podría continuarse en obras como Pantone, una videoanimación donde los contornos de las naciones van apareciendo según fueron creándose históricamente. La cartografía aparece también en Mundo económico popular, donde se imprimen los nombres populares del dinero en cada país. También ha realizado cartografías del espacio como Paseo por el universo.
Años luz era otra videoanimación, esta vez en blanco y negro en la que van iluminándose los países según se logró el voto, para el hombre y la mujer. Siempre llama mucho la atención el caso de Suiza, donde semejante cosa no se consiguió hasta 1971. Bien es cierto que en Liechtenstein eso sucedió en 1984, pero es un país tan pequeño que casi no se ve. Aparte de ello ha realizado vídeos como La liberté raissonne, donde los personajes del famoso cuadro La Libertad guiando al pueblo (1830) de Eugène Delacroix acaban disparando contra la Libertad.
También hizo una serie sobre vexilología que no tiene que ver con la manía de Sheldon Cooper en la serie The Big Bang Theory , sino con banderas, por lo general pequeñas, enarboladas por sus respectivos representados. Desnudos en el museo es exactamente eso, fotografías de desnudos en museos clásicos que, por supuesto, están llenos de desnudos. Esta obra ha acabado siendo de las más célebres y moderadamente escandalosas de Cristina Lucas, reacción que justifica plenamente haberla hecho.
Este pequeño repaso indica algo ya insinuado al principio: que Cristina Lucas no tiene un estilo. Pero cuando se sabe que una obra es suya y se la conoce, la reacción suele ser: ¡Ah, sí! ¡Cristina Lucas!
Como señala el comisario de la exposición Gerardo Mosquera, el trabajo de Lucas tiene poco de esotérico. Tampoco es que sean obras unívocas u obvias. Como todo poliedro, en el trabajo de Cristina Lucas se contempla (casi) siempre más de un plano y desde luego hay aristas. Todo cuanto ha hecho es muy intencionado y no se refiere a las recónditas obsesiones del artista postromántico, sino a cuestiones que afectan a todo el mundo, la mayoría de las veces de manera desagradable o trágica.
Tampoco es un juego auto-referencial para entretenimiento de entendidos, aunque está claro que a Lucas le interesan artistas como Alighiero Boetti, Jeff Wall, Cindy Sherman, Jenny Holzer y muchos más. Pero esa cultura artística, lógica en una profesional, no figura en primer plano. Es decir, lo de Cristina Lucas es imaginativo y con sus recovecos, pero perfectamente comprensible por cualquiera que se interese por las artes y las enfermedades de este mundo. Seguramente más personas de las que normalmente se aduce. Solo hace falta mirar más allá del propio ombligo y alzar la vista al mundo. Solo así pueden encontrarse las miradas.