¿Cómo retrataría el mundo de hoy una historiadora del siglo XXII? Posiblemente explicaría que estábamos cerrando un ciclo, el de ‘la Edad Occidental’, una era lastrada por la globalización y que dio paso a una nueva etapa marcada en lo económico por el probable sorpasso chino en un planeta tan desintegrado como desigual.
Ese es el punto de partida que el periodista Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) ha buscado para explicar qué cuestiones o problemas definen la época actual. El resultado es ‘El mundo entonces’ (Random House) y aunque se trate de un trabajo meramente descriptivo, la conclusión es que vivimos en un mundo cada vez más resquebrajado en el que una cifra sobresale por encima del resto de indicadores intolerables: mil millones de personas pasan hambre.
“El hambre era la malnutrición de los países pobres, la obesidad lo era de los países ricos”, resume el escritor argentino en boca de su historiadora del futuro. Eso explica que haya llegado un punto en que la civilización sea morirse de un infarto. Ser rico o pobre se traduce en años de esperanza de vida. 20 años más de media si se es norteamericano que si se vive en África. Pero también dentro del llamado mundo rico hay diferencias. Un varón blanco en EUA son siete años más que uno negro.
¿Es el mundo que nos ha tocado? Es el que hemos aceptado. Parafraseando a la vicepresidenta Yolanda Díaz, les voy a dar un dato que Caparrós recoge en uno de los capítulos y que justifica de sobras el título de este artículo: “Solo las grandes empresas norteamericanas evaden, cada año, unos 100.000 millones de dólares de impuestos, suficientes (según la FAO) para acabar en una década, con el hambre en el mundo”. Una vez más hay que darle la razón a Warren Buffet. La lucha de clases la ha ganado la suya.
También el pensador estadounidense William I. Robinson (Nueva York, 1959) analiza el capitalismo global en su último libro, ‘Mano Dura. El Estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI’ (errata naturae). Con mucha más carga ideológica se sirve de otras comparativas que le permiten retratar la peor cara de la globalización. Probablemente lo que cuesta cada vez más es encontrar una cara buena. Publicó este ensayo en el 2020 y ahora se acaba de traducir al castellano. Entre las referencias que mejor ilustran una desigualdad que se ha convertido en crónica destaca la concentración de poder en una élite transnacional.
En el 2018, solo 17 conglomerados financieros globales gestionaron, entre todos, 41,1 billones de dólares, más de la mitad del PIB de todo el planeta. “Ese mismo año -añade Robinson- el 1% más rico de la humanidad, constituido por 36 millones de millonarios y 2400 milmillonarios, controló más de la mitad de la riqueza mundial, mientras que el 80% inferior tuvo que apañárselas con un mero 4,5% de esa riqueza”.
El pronóstico de este profesor de Sociología en la Universidad de Nuevo México es que la digitalización desencadenará una nueva ola de expansión capitalista. Vaticina un crecimiento del nuevo “precariado” global, es decir, condiciones más inestables y peores que en algunos casos, como el del llamado capitalismo de plataformas, ya han sido bautizados por los sindicatos como el esclavismo del siglo XXI.
Otras capas, que en su momento pudieron considerarse incluso privilegiadas por tener un trabajo estable y la seguridad de un techo, son las que están sufriendo una desestabilización social y económica que se traduce en lo que Robinson resume como “una ansiedad social en masa”. Son los chalecos amarillos o una parte de los votantes de Trump.
“Ante la ausencia de una izquierda viable, y con el fracaso del neoliberalismo, vienen los fascistas con un mensaje anti establishment: ‘Yo entiendo tu sufrimiento, yo os voy a restaurar vuestros privilegios, yo os voy a garantizar la seguridad, la estabilidad, os voy a responder al sentido colectivo de ansiedad”. Ese es el mensaje de Trump. Es el mensaje de los racistas en Alemania, en Países Bajos, donde acaban de ganar las elecciones, es el mensaje de Milei en Argentina“, argumenta en esta entrevista en 'El Salto'.
Y después está China. La miopía occidental (hay quien lo consideraría más bien una cuestión de orgullo) nos impide llegar a entender el alcance real de su expansión. De nuevo, los datos de la historiadora del libro de Caparrós ayudan a hacerse una idea: “El desplazamiento de 250 millones de campesinos chinos hacia las nuevas ciudades entre 1980 y 2010 había sido, hasta entonces, la mayor migración de la historia. En esas ciudades a medio terminar el ímpetu chino construyó, en una década, más casas y departamentos que todos los existentes en Europa; entre 2011 y 2013 China usó más cemento que Estados Unidos en todo el siglo XX”. Harán bien en releer estas cifras tan espectaculares porque es muy difícil resumir mejor un fenómeno que no es solo económico.
Bienvenidos a la era oriental.