La escena musical de principios de los años setenta vibró con los New York Dolls. Su electricidad vino a transformar el sonido de una época que empezaba a cansarse del rock progresivo y de los punteos infinitos.
Malcom McLaren utilizó al grupo como fogueo, como ensayo de los disparos que vinieron después con los Sex Pistols. Por decirlo de otra manera, los New York Dolls fueron el eslabón perdido entre el glam rock y el punk rock.
Tomaron su nombre del Hospital de Muñecas de Nueva York, un sitio donde iban a parar las muñecas rotas. Salían a escena con pelucas, botas de plataforma y labios pintados, contoneándose al ritmo de un rock tocado a toda velocidad. Fueron unos adelantados, o unas adelantadas, según se mire.
El primero en caer fue Billy Murcia, el batería. Murió en la bañera donde intentaron reanimarlo tras una ingesta de tranquilizantes y alcohol. Tras este episodio macabro, la popularidad de los New York Dolls creció. Con todo, el verdadero éxito del grupo se debió al sonido desaliñado de la guitarra de Johnny Thunders, un personaje carismático que pasó por Madrid a principios de los ochenta para dejarnos el sabor a hiel de unos conciertos pasados por la heroína. Si mal no recuerdo, actuó en la Escuela de Caminos y en la desaparecida sala Astoria, en el Paseo de Extremadura.
También dejó grabado un documento único para la televisión, un concierto que hizo vestido de torero para La Edad de Oro, el programa que conducía Paloma Chamorro. Aprovechando su estancia, pasó por el estudio del fotógrafo Alberto García-Alix, quien lo inmortalizó en un retrato que ha dado la vuelta al mundo. Porque Johnny Thunders es uno de esos personajes que forman parte del imaginario de una época que invitaba a la autodestrucción.
Thunders murió en el año 1991. Enfermo de leucemia, se retiró a un hotel de Nueva Orleans donde una sobredosis de metadona hizo el resto. Pero volvamos a los New York Dolls, pues su otro guitarrista, Sylvain Mizrahi, más conocido como Sylvain Sylvain falleció hace unas semanas. Nacido en El Cairo y criado en París, se formó como músico en los Estados Unidos. Su guitarra rítmica sirvió de base para que Thunders se enguarrase con las distorsiones; idas y venidas de olla que Thunders llevaba hasta su mano diestra, afilada con la púa. Todo hay que decirlo, porque Thunders trataba a su guitarra como si le estuviese metiendo un pico tras otro.
Steve Jones, guitarrista de los Sex Pistols, confesó lo mucho que imitaba a Thunders. De no haber sido por él, de no haber sido por Thunders, los Sex Pistols hubiesen sonado de otra forma, o no hubiesen sonado. Es más, cuando los Pistols ya tenían el grupo formado, pensaron en un segundo guitarrista, para lo cual pusieron un anuncio en el periódico en el que se decía que el guitarrista no podía ser peor que Johnny Thunders.
Pero si hay algo más que compartieron los Pistols y los Dolls, ese “algo” fue a una mujer, una bailarina de un club de streptease llamada Nancy Spungen, quien confesó que, antes de rodar por el catre con Sid Vicious, se lo montó con todos y cada uno de los miembros de los New York Dolls. Estas y otras cosas son las que se cuentan en el libro “Por favor, mátame” (Libros Crudos). Una historia oral y coral del punk contada por sus protagonistas y uno de los trabajos más influyentes en el periodismo musical de las últimas décadas. Si no lo han leído, no sé a qué esperan.