El Museo Reina Sofía adquiere la primera obra de Leonora Carrington para su colección: un juguete por 19.000 euros
“Ella vivía a tres cuadras de nuestra casa y nos visitaba casi todos los días. Trabajaban y compartían. Recuerdo la mezcla de olores de la madera, del aguarrás y del café. El blanco de España para los lienzos y los químicos del cuarto oscuro. ¡Siempre estaban haciendo algo!”. Así surgió la idea: había que montar una línea de juguetes creativos. La artista Leonora Carrington (1917-2011) y el escultor José Horna (1912-1963), pareja de la fotógrafa Kati Horna (1912-2000), mantuvieron poco tiempo la producción de objetos artísticos para los más pequeños. La hija de José y Kati, Norah Horna y Fernández, cuenta a este periódico, por teléfono desde México, que los artistas perdieron el interés en cuanto se convirtió en un proceso menos artístico de lo previsto.
El Museo Nacional Reina Sofía acaba de adquirir uno de aquellos juguetes, Ruleta o rueda de caballos, realizado en 1954 entre ambos. Leonora pintó los animales y José realizó el juguete, en madera. La compra a Norah Horna se ha cerrado en 19.000 euros. “Es una pieza única”, asegura la última propietaria que, sin embargo, no ha logrado vender al museo el gouasch original de Carrington. El precio es muy superior, indica Norah Horna, “está valorado en 290.000 euros”.
Desde el Museo Reina Sofía indican a elDiario.es que esta pieza se obtiene en la línea de adquisiciones vinculadas al exilio español. “La producción de juguetes como la de muebles, por parte de ambos artistas, es un testimonio fundamental del trabajo colaborativo; con aires surrealistas a la vez que populares como demuestra la pieza producto de esta adquisición”, añade la dirección del centro.
Norah tiene en su poder todavía una de las obras más preciadas de aquella colaboración entre el escultor y ebanista andaluz y la pintora surrealista en México, en el círculo del grupo de exiliados, del que también formaba parte Remedios Varo (1908-1963). Es una cuna de madera hecha por José y, de nuevo, pintada por Carrington, decorada con animales. Una tortuga gigante, una cabra, jaguares, llamas, caballos y otras criaturas imaginadas y propias de la infancia de la pintora británica.
La cuna y el juguete de la Ruleta de caballos se mostraron en la magnífica exposición retrospectiva que organizó la Fundación Mapfre, en Madrid. En esa cuna es en la que criaron a la propia Norah, que se llama así en honor a Leonora. A pesar del notable interés de esta pieza, la institución pública española no ha hecho oferta. “Ambas son un gran referente del trabajo común entre mi padre, Leonora y mi madre, y de su entrañable forma de compartir y transformar el dolor de las pérdidas y el exilio en un mundo de amor y creatividad”, cuenta Norah a este diario.
En la casa de la calle Tabasco se reunían, recuerda, se juntaban en el taller del padre. Allí también conoció Leonora Carrington al fotógrafo húngaro Emérico Weisz, “Chiki”, mano derecha de Robert Capa, con quien se casó en 1944. Norah conserva el álbum fotográfico en el que aparecen las imágenes de aquel día. También un retrato de Carrington en la playa de Manzanillo Colima.
El arte del exilio
Para la colección del Museo Reina Sofía es importante atender la colaboración que sucedió entre artistas durante el exilio, porque es una de las principales líneas de investigación del centro en los últimos años. De hecho, en 2017 el Museo Reina Sofía adquirió también a Norah Horna diez copias vintage de su etapa surrealista (posterior a la guerra civil), por un precio de 104.000 euros. Entonces el museo aseguró que dedicarían una sala monográfica al trabajo de Kati Horna, pero terminó compartida con las fotos de Gerda Taro y Margaret Michaelis, en la sala Las fotógrafas documentan la guerra.
Como apuntan desde el Museo Reina Sofía, Leonora no está representada en la colección. “Llevamos tiempo buscando obras disponibles a precios que una institución pública pueda pagar. Su valor en el mercado es muy elevado. Este tipo de piezas suponen una oportunidad e inciden en facetas de su trabajo no conocidas”, explican. Ruleta o rueda de caballos ya se encuentra en el museo y en estos momentos está en el área de Restauración, donde analizan y comprueban su estado de conservación. “Formará parte de la sala sobre mujeres y exilio en la que el departamento de colecciones está trabajando”, avanzan desde la pinacoteca.
Carrington viajó desde Nueva York a México a finales del año 1942 y allí murió. En México continuó una de las trayectorias más complejas del siglo XX y menos investigadas. El caballo es una figura recurrente en la vida y en la obra de la artista, no solo en sus pinturas y escritos o en los juguetes, también realizó tapices para decorar la casa del millonario mecenas y poeta Edward James, en la selva mexicana de Xilitla.
Un caballo, toda la vida
El caballo es uno de los animales más empleados por la pintora para autorretratarse, que también usa hienas y árboles. Los caballos del juguete recuerdan al cuadro que pintó en 1938, Los caballos de lord Candlestick, en el que muestra su interés por el proceso de transformación y humanización del animal: el caballo expresa la rabia y la rebelión de la artista contra su progenitor, Harold Carrington (al que Leonora no volvió a ver tras su pronta huida a Francia).
Un padre inflexible y dominador, que trató de imponerle un camino según su clase, que ella nunca aceptó. “Yo sé que soy un caballo, mamá, por dentro soy un caballo”, le dijo la niña Leonora a su madre, mientras practicaba su afición por la montura en Inglaterra.
Tiene un relato escrito en 1938, La dama oval, y en ese relato cuenta que una niña, ella misma, tiene un caballo de madera, llamado Tártaro, y al final del texto, el padre de la niña lo quema para castigarla. Ella dice que escuchaba los más terribles relinches en el momento de quemarlo. “La figura del caballo es un alter ego de Carrington”, explica a este periódico Carlos Martín, comisario de la exposición de la Fundación Mapfre.
“Simboliza la libertad y la pasión, pero también tiene una relación erótica. Los caballos son una figura muy especial en su obra. La obra que ha adquirido el museo es importante por la colaboración de los artistas en el exilio. Pero también por el dominio técnico que demuestra en la realización de estos caballos. Leonora Carrington no está en ninguna colección española y esto es muy importante”, añade Martín.
Hay dos obras que representan a la perfección el íntimo vínculo entre el caballo y la pintora que escribió de sí misma: “No tuve tiempo de ser la musa de nadie... estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser artista”. La primera es Autorretrato (La posada del caballo al alba), de 1937, en la que la británica se presenta en una habitación con una ventana, sentada en una silla mientras gesticula con una hiena fuera de control y un inmenso caballo de juguete colgado de la pared. Al fondo, en la ventana, un caballo galopa. Estas cuatro figuras se han descrito como representaciones de una misma identidad, la de su autora.
La segunda obra, mucho más desgarradora y directa es Dormitorio jardín, de 1941, realizada al poco de llegar a Nueva York acompañada por su nuevo esposo, Renato Leduc, con el que se casó para poder salir de Lisboa rumbo a EEUU. En este período la iconografía de Carrington crece en complejidad, en pleno duelo personal. En 1942 pinta Green Tea, donde se presenta enfundada en una piel de caballo como si fuera una crisálida, a punto de dar el cambio final en su llegada a México. Es el inicio de su nueva vida.
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