Bad Bunny es el artista que merecíamos gracias al reggaetón y no a pesar de él
¿Qué es el reggaetón? Para monseñor Builes, un fanático obispo colombiano de los años 50, el ritmo latino era sinónimo de comunicación directa con el diablo y cualquiera que se atreviese a mover las caderas a su son, susceptible de ser excomulgado. Pero no hace falta remontarse a mediados de siglo para que ciertos estilos musicales sigan siendo considerados de segunda ni para saber que, de todos ellos, el reggaetón siempre será el rey de los vilipendiados.
En los últimos tiempos, los oyentes de reggaetón han salido del armario gracias también a que el género se ha adaptado a los cambios sociales con un lavado de cara necesario. No ha perdido su armonía ni su esencia, sino que sus letras machistas y sus mensajes denigrantes ya no pasan desapercibidos. Aunque sigue despertando cierta repulsa, las escuchas han aumentado un 119% desde 2014 según Spotify y eso es gracias a los nuevos exponentes.
Ahora hay muchas más cantantes femeninas que antes y hombres que no necesitan injuriar a la mujer para calzar sus canciones en las listas de éxitos. De estos últimos, hoy toca hablar de Bad Bunny, un puertorriqueño de 25 años que no solo ha puesto a bailar a continentes enteros, sino también a pensar en las consignas que difunde a través de un género liviano.
El 'conejo' lleva mensajes políticos fuera de la órbita del trap oscuro de una forma más orgánica que la de sus veteranos compañeros de género. La gran mayoría ha tenido que suavizar estrofas que antaño pasaron sin filtro por todas las emisoras y mesas de mezclas del planeta pero que ahora, aunque existen por decenas, quedan eclipsadas por otro tipo de reggaetón como el que nos ocupa.
Así es la música: funciona por referentes y por símbolos. Y en un género tan dado a la imaginería machista como el latino, cualquier guiño a la inclusión, al feminismo y a los valores sociales goza de un altavoz mucho más potente que cualquier otro.
Benito Antonio Martínez (nombre real del artista) lo está usando para erigirse como el referente que necesitaba toda una generación para no tener que arrepentirse del estilo que más suena en sus auriculares. Y, a la vista de sus últimos logros (incluido su último disco, YHLQMDLG) no es pronto para afirmar que lo ha conseguido.
Del supermercado a la Super Bowl
Hace cuatro años, Martínez estaba pasando productos por la caja automática de un supermercado de San Juan, Puerto Rico, mientras componía de forma independiente mezclando a sus referentes de salsa como Héctor Lavoe con el latineo más actual. Se había matriculado en comunicación audiovisual, pero abandonó para dedicarse por completo a su incipiente carrera en SoundCloud e Instagram.
Como empiezan todas las leyendas, el suyo fue un salto propulsado por un cazatalentos con un olfato felino y por un momento en el que la exaltación latinoamericana estaba en auge gracias a los alegatos racistas de Donald Trump.
A mí me gustan mayores, de Becky G, fue solo el comienzo y por el camino él mismo fue acusado de machista. Pero uno no llega a la Super Bowl a base de carambolas. El último show de la NFL fue el canto de la latino gang (formada entre otros por Jenifer López, Shakira y J Balvin) al orgullo hispano, en el que hubo tiempo para perrear en español y para denunciar las jaulas en las que Estados Unidos mete a los hijos de los migrantes mexicanos.
Si Bad Bunny pudo cantar Callaíta en un acto tan reivindicativo fue precisamente porque él ha demostrado que no se muerde la lengua para hablar de sexo, ni de sentimientos ni de política. Pero, es más, si pudo cantar Callaíta en un inteludio politizado fue porque el reggaetón ha sido el altavoz que necesitaban los cantantes latinos comprometidos en esta era.
Si Bellacoso y Despacito llegan a las radios de América y Europa, cuando sus cantantes lideren la revolución en Puerto Rico, por ejemplo, la noticia llegará también a las cabeceras de sus medios.
Así que la música latina necesitaba a Bad Bunny tanto como él necesitaba al estilo que está alumbrando su meteórica carrera. Es un juego de favores que le ha abierto las puertas de Harvard y de algunos de los programas de late night más famosos del país vecino donde ha podido predicar lo que le ha venido en gana, como reza el título de su nuevo disco.
Harvard, vello púbico y Alexa: el conejo comprometido
El inicio de la faceta comprometida de Benito Antonio es difuso, ya que, como decíamos, él mismo ha participado en colaboraciones que han sido acusadas de incluir algunas de las consignas más sexistas del reggaetón. Por eso, justo después de que le tildaran como tal en la canción M.I.A, que cantó junto al rapero Drake, lanzó su poderosa Solo de mí. La letra contradecía a la anterior diciendo “yo no soy tuya ni de nadie, soy solo de mí” y llegaba acompañada por un vídeo denuncia al maltrato de la mujer.
“No queremos ni una muerte más. Menos violencia y más perreo (si ella lo quiere, si no, déjala que perree sola y no la jodas)”, escribió el cantante en su Instagram para anunciarla. Esa idea tomó forma en una canción para su nuevo disco titulada Yo perreo sola, junto a la rapera Nesi, que ha dado pie a una campaña viral en la que mujeres de todo el mundo reivindican su derecho a bailar sin ser acosadas.
Este último es uno de los grandes retos del género: huir de etiquetas y demostrar que el mainstream también se puede usar para inocular conciencia en la sociedad. Así, la universidad de Harvard le llevó a impartir una masterclass al respecto en la que Bad Bunny habló sobre la canción-protesta dentro de distintos estilos. Previamente, había hecho lo propio en Miami para apadrinar una beca de estudiantes hispanos con bajos recursos en una de sus escuelas superiores.
A diferencia de su amigo, el colombiano J Balvin, el veinteañero no teme que le relacionen con la resistencia política de su país. Por eso, el pasado julio, aparcó sus quehaceres profesionales para liderar junto a Residente, ex Calle 13, o Ricky Martin las protestas contra el gobernador de Puerto Rico, que finalmente dimitió: “No es momento de sacar ni promocionar música”, escribió en sus redes sociales. “Mi gente me necesita, y yo los necesito a ellos”.
Pero no solo lanza mensajes a sus 22 millones de seguidores por Instagram de forma directa, sino que la estética de sus videoclips lo hace otras muchas veces de manera velada. En 2018, le echaron de un centro de estética de Oviedo durante su gira por España en el que se disponía a hacerse una manicura y pedicura. Atónito, lo comentó en redes y más tarde apareció en su siguiente videoclip, Caro, pintándose las uñas como acto reivindicativo.
“¿Qué carajo te importa a ti, cómo soy yo?” o “vive tu vida, yo vivo la mía”, cantaba en este tema, donde también incluyó una pasarela con modelos como una chica con síndrome de Down, una drag queen o una chica con sobrepeso. Una muestra de otra de las marcas de la producción de Bad Bunny: la diversidad. Queda claro en el single Bellacoso junto a René (Residente), donde ronda a mujeres calvas, con cuerpos no heteronormativos y con pelo en las axilas.
De hecho, en tuits y en entrevistas siempre ha defendido el vello en el cuerpo de la mujer como un atributo sexy y respetable, algo que ha sido tan aplaudido como cogido con pinzas por incluir fisuras en su discurso feminista. “Es innegable que Bad Bunny no escapa del engranaje capitalista, es un artista mainstream sujeto a las lógicas del mercado”, escribía la periodista Anna Pacheco al respecto.
Eso no ha ocurrido, sin embargo, en su última acción sobre el escenario del late night de Jimmy Fallon, donde presentó su álbum vestido con enaguas y con una camiseta que rezaba: “Mataron a Alexa, no a un hombre con falda”. Alexa era una mujer trans que fue asesinada a balazos en Puerto Rico el miércoles pasado y que solo él reivindicó en uno de los programas de mayor audiencia de EEUU.
Bad Bunny aún tiene mucho que aprender del feminismo, de la política territorial y de la cultura antitransfobia. Ni se ha convertido en un referente en estas materias ni lo pretende, solo usa su altavoz para posicionarlas en la agenda mediática. Y, gracias a ese compromiso y a trasladarlo a los hombres que encabezan su industria, hoy muchas pueden perrear solas con la cabeza bien alta un estilo que ha dejado de blindar y justificar al unísono la violencia sexual y a los hombres que la ejercen.
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