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El Real se rinde ante Hans Zimmer y su historia del apartheid oculta en 'El rey león'

Hans Zimmer y Lebo, cantante sudafricano de 'El rey león'

Mónica Zas Marcos

La primera vez que Hans Zimmer dio un concierto fue como teclista de una banda mediocre cuando apenas le crecía la barba sobre el acné juvenil. De aquella época recuerda sobre todo la “monumental desesperanza” del público ante el que tocaban, en su mayoría desempleados que se acercaban a ellos en busca de entretenimiento barato.

Así surgió la figura ficticia de Doris, una madre soltera con dos hijos para la que escribe y a quien no se permite defraudar, porque “si ella invierte el dinero que tan duramente le ha costado ganar, más nos vale darle una experiencia”.

No sabemos si Doris podría permitirse el espectáculo The World of Hans Zimmer que tuvo lugar anoche en el Teatro Real de Madrid, pero desde luego fue una experiencia digna de su presencia imaginaria. Cuarenta años después de aquel acompañamiento de teclado, Zimmer ha conseguido convertir su nombre en un reclamo comercial tan rentable como cualquier película a la que presta su música.

Desde su comienzo en Hollywood, el alemán ha triunfado con temas melódicos en los que las notas repetitivas son el centro de atención. “Un compositor minimalista con gran olfato para la producción maximalista”, definió Christopher Nolan tras Origen. Algo que le ha procurado no pocos detractores. Pero Zimmer sabe cómo devolver el golpe a quienes le tildan simplón y le ridiculizan frente a otras vacas sagradas de la industria como John Williams o Ennio Morricone, y ayer lo hizo acompañándose de una orquesta fantástica con la que ningún acorde suena superficial.

La sinfónica de la Ciudad de Almería ha sido la encargada de acompañar al maestro en su primera parada por nuestro país, pero parece que llevasen tocando juntos toda una vida. Para darle esa sensación de familiaridad, Zimmer viaja también junto a su banda incondicional de trotamúsicos con los que grabó las originales. Incluyendo al director de orquesta, Gavin Greenaway, que logró disimular con profesionalidad la ausencia de Hans durante -casi- todo el concierto.

Además, una violinista hipnótica, un mago venezolano de los instrumentos de viento y las dos voces femeninas (la soprano para el El código da Vinci y Pearl Harbour y la vocalista de Gladiator y The Holiday) encabezaron un cartel amplio e internacional. Gracias a su presencia, la vista dio paso al oído por primera vez para lucir algunos de los mejores temas de Zimmer fuera de las dos dimensiones de una pantalla.

Esa fue una de las grandes apuestas del compositor: situar a las bandas sonoras en un primer plano y dejar la imagen de aderezo. El Universal Music Festival anunciaba el show como una “experiencia”, por lo que muchos se imaginaron grandes pantallas con las escenas más míticas de Interestellar, El caballero oscuro y Gladiator. Nada de eso. Sobre la tarima del escenario se alzaba una pantalla gigante, pero su intención estaba muy lejos de eclipsar a los músicos que tenía a sus pies.

De ella, salían imágenes abstractas o colores que se movían al ritmo del amplísimo conjunto de cuerdas y la percusión. Y, al final, justo cuando la pieza alcanzaba el clímax, los rostros reconocibles de Tom Hanks en El código Da Vinci, Orlando Bloom en Piratas del Caribe, Kate Winslet en The Holiday o Anthony Hopkins en el -maravilloso- solo de chelo de El silencio de los corderos aparecían en escena.

Una declaración sutil pero poderosa de que la música clásica era la protagonista y los actores de Hollywood el relleno, y no al revés.

La primera parte del concierto funcionó como repaso de algunas de las bandas más olvidadas de Zimmer: el tango de Misión Imposible 2, Rush al completo o la balada de Pearl Harbour. Después de una larguísima y no menos bella interpretación de El Código Da Vinci, Zimmer desplegó las partituras que el público quería escuchar sin dejar de lado su vis infantil.

“Me preguntan mucho que por qué hago animación en lugar de dedicarme a pelis como El caballero oscuro u Origen. Siempre digo que porque tengo niños pequeños, pero en realidad es porque soy un niño pequeño”, dijo el músico desde la gigantesca pantalla antes de dar paso a la representación de Madagascar, Spirit y Kung Fu Panda.

Un recurso que repitió durante las tres horas de concierto y que le permitió rodearse de compañeros y directores como Ron Howard, Nancy Meyers o el invitado de honor para uno de los momentos más especiales de la noche: Lebo, el sudafricano cuya voz siempre estará ligada al nants ingonyama del comienzo de El Rey León y al que Hans Zimmer dedicó su Oscar en 1999 por aquella banda sonora.

Ambos músicos explicaron el valor político de la música de la película de Disney, compuesta en los meses previos a que Nelson Mandela fuese elegido presidente de Sudáfrica y cuando Lebo era refugiado en Los Angeles trabando como lavacoches.

Ndabe zitha, rey de reyes, gobierna esta tierra, reina con paz, sana la tierra, sana con paz”, explicó Lebo. “Scar se convirtió en el antiguo sistema de apartheid y luego Simba se convirtió en Mandela, por lo que existe esta dualidad sucediendo al mismo tiempo”.

En el caso de El círculo de la vida, la primera línea traducida del zulú significa “aquí viene un león”, “pero metafóricamente significa el poder que el león representa. Es una señal para alertar a la nación, ya sean animales o seres humanos, de que el rey está llegando. Así que Nelson Mandela entró y su entrada representó un gran poder, lo que representa el poder de un león”.

Estas píldoras políticas, unidas a un llamamiento a la solidaridad por Venezuela -país de uno de los integrantes de la orquesta-, convirtieron The World of Hans Zimmer en un evento grandilocuente pero comprometido. Las intenciones del maestro apelan a ese sentimiento comprometido que le llevó a crear a Doris hace casi cinco décadas, aunque el precio de sus entradas sea ahora veinte veces mayor.

También pretende eliminar el componente elitista de la música clásica con sus bandas sonoras, pero las tres cifras del ticket se lo pondrán difícil. Lo único universal son las emociones que genera tanto en directo como al otro lado de la pantalla, y en eso Hans Zimmer es el gurú de lo sensorial.

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