Alison Goldfrapp y Róisín Murphy: duelo de divas en el Alma Festival

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Aterriza en Madrid el Alma Festival, en una primera edición después de venir celebrándose en Barcelona desde el año 2013 en los Jardins de Pedralbes, al menos hasta este año en el que han cambiado de recinto trasladándose al Poble Espanyol. No solamente han encontrado un nuevo espacio en Montjuic sino que también han cambiado de nombre, pasando a llamarse Alma Occident Festival, abandonando el antiguo nombre de Festival Jardins de Pedralbes, una metamorfosis profunda que comprende también el desembarco en Madrid, concretamente en el auditorio del parque Enrique Tierno Galván. Una apuesta por la capital que comienza este año, donde ya hay una gran competencia en oferta de festivales y en el que Alma Festival espera encontrar su lugar.

Para ello podemos decir que el escenario situado en el parque Tierno Galván es un lugar estupendo para realizar los conciertos, primero porque al igual que pasa en el festival Noches del Botánico, el estar rodeados de vegetación y de árboles hace que la temperatura sea más llevadera en estos meses de verano, además de ofrecer un recinto con buena visibilidad y lo suficientemente amplio. La cerveza se cobraba a siete euros más uno más por el vaso reutilizable, sin posibilidad de retornarlo. Además, el festival cuenta con un coqueto espacio llamado Village, un largo pasillo detrás del escenario que se ofrece para beber y comer algo, y con música también, ya que se dispone de un pequeño escenario donde se tienen preparados conciertos de bandas más pequeñas. Aunque este martes la artista madrileña Nina Emocional, que estaba programada para amenizar el comienzo de la noche, no pudo actuar por una indisposición puntual.

La oferta del Alma Festival es variada y ecléctica, ofreciendo caballos ganadores como Deep Purple o Vetusta Morla, pero lo más llamativo son los programas temáticos por noche seleccionados con mucho gusto, muy acertados, como por ejemplo el acierto de unir a Evanescence con Sôber, y sobresaliendo entre todos los conciertos del ciclo, ofrecer algo tan exquisito como programar a dos de las divas más sofisticadas del panorama del pop electrónico actual, Róisín Murphy y Alison Golfrapp.

Las dos tienen algo más en común que haber compartido como colaborador al excéntrico músico y productor Richard X, son dos artistas con ya más de 50 años, con lo que eso supone en esta industria musical tan terrible hacia el edadismo en la mujer. Además, ambas tienen un pasado glorioso con sus antiguas bandas, Goldfrapp y Moloko. Las dos defienden dos discos extraordinarios editados recientemente, The Love Invention a cargo de Alison Goldfrapp y el excelente Hit Parade de Róisín Murphy. Pero sobre todo y encima de todas las cosas, las dos tienen ese hambre por reivindicarse para demostrar su vigencia. Son almas paralelas, y dado el nombre del festival no podía ser más acertado el ofrecerlas en un sobresaliente programa doble.

Con una exquisita puntualidad británica una elegante Alison Goldfrapp salió al escenario escoltada por dos bailarinas, un batería y dos teclistas, una puesta en escena sobria y sencilla, con un sonido impecable y una voz perfecta. Alison se deja la piel en cada canción, pero tras un comienzo un tanto frío la temperatura se empieza a caldear cuando encadena varios de sus éxitos de Goldfrapp con Anymore y Ride a White Horse. Continua la fiesta con Gatto Gelatto, uno de los mejores temas de The Love Invention, que es como si Kraftwerk hubiera colaborado con Miko Mission o Gazebo, puro spaguetti disco kraftwerkiano.

La pulcra y estilizada Alison se desmelena y con las dos teclistas agarrando sus teclados como si fueran guitarras, se acercan al público mientras comienzan los acordes de Ooh La La. La puesta en escena es ochentera, muy retrofuturista, es la foto perfecta de la noche. La propia Alison parece sorprenderse de la respuesta del público, que deja de cantar para escuchar al publico corear esos “la la la las” tan entregados. El trabajo ya estaba hecho, pero Strict Machine trajo aún más, la guinda a su concierto, con todo el mundo bailando y cantando. Alison Goldfrapp editó hace un año su primer disco en solitario, y en sus entrevistas parece dubitativa y muy humilde al respecto de esta etapa de su carrera. Pues muy bien, con noches como las de ayer, Alison seguro que ha tenido una buena ración de empoderamiento para años vista.

La noche de caviar y champagne tomó otra densidad con Róisín Murphy, que ofreció un recital multidisciplinar cuyo espectáculo solo pueda ser considerado como total. Los músicos, su voz, el vestuario, el vídeo, todo se concentraba orgánicamente alrededor de los excéntricos movimientos de Róisín, elevada sobre sus tacones. El espectáculo es ambicioso, arriesgado y totalmente desmesurado, excesivo, abrumador. Así fue el comienzo sincopado de Pure Pleasure Seeker, primera canción de Moloko de la noche, con unas imágenes de Róisín apareciendo como flashes en la noche, casi asustando y sorprendiendo con su ruidista entrada, augurando una noche repleta de sorpresas.

Como un camaleón en el escenario, Róisín fue transmutándose en diferentes personajes a lo largo de la noche. Bastante más clásica, fue jugando con elementos mucho menos arriesgados y mucho más ortodoxos, pero a su manera. Una fan de la fila de atrás dice: “¡Claro, es que ahora es una señora!”. La cantante apareció con un abrigo de pieles como si fuera una nueva encarnación dislocada de Cruella de Ville, siguió bailando como Fred Astaire levantando un sombrero de copa, o vistiendo una chaqueta blanca, que se quitó con el ademán más arriesgado y sexy desde el de John Travolta de Fiebre del sábado noche. Se vistió con una boa de plumas y la boa parecía estar viva bailando alrededor de su cuello, se puso capa y sombrero de copa, y de su chistera salieron hit alucinantes como Simulation, Overpowered, o Sing it Back.

La estrella de la noche se echa encima de sus hombros todo el espectáculo. Sus bailes y coreografías son coronadas en ocasionas por unos intensos gritos de histeria desde la grada, un público que canta y baila totalmente metido en la batidora audiovisual de Róisín, cuyo carisma resulta abrasador. Róisín vacila a un chico de la primera fila pidiéndole la hora antes de acometer The Time is Now, otro éxito de Moloko. El juego con la cámara de vídeo le hace hermanarse con Chaplin o Jacques Tati. Sale por la izquierda de la pantalla y se pone a andar muy seria hasta que desaparece por la derecha. Y luego vuelve por la derecha para salir por la izquierda hasta que en un momento se para, y mirando a la cámara, de espaldas al público, con la pantalla enseñándonos la cara de Róisín con el público detrás, comienza a cantar Can’t Replicate, un tema de su último trabajo Hit Parade. La forma en la que lo hizo fue mágica, dejó de cantar y se paró a escuchar al público, y haciendo bueno el título de este tema, acabó levantando los brazos como si fuera un forzudo circense, se tocó los bíceps del brazo, y sonrió por primera vez durante el concierto. Fue sobrecogedor. Una emotiva imagen y también, visto lo visto, muy merecida.