25 años del villancico con el que Mariah Carey se prometió hacer “las navidades perfectas cada año”

Hace 25 años que un teclado acelerado y unas campanitas abren paso al estribillo de la última gran canción de Navidad compuesta hasta el momento: All I Want For Christmas Is You. Mariah Carey quiso componer un clásico moderno y lo consiguió en tan solo 15 minutos con un organo Casio que ni siquiera manejaba muy bien. Un exitazo a nivel global que emociona, aunque sea un poco, hasta al grinch más pesado. Diva del pop no se nace, se llega a serlo.

Los números barren cualquier atisbo de escepticismo. Ha alcanzado récords como ser la canción más grande en Japón, la más escuchada en Spotify en 24 horas interpretada por una mujer (alrededor de 11 millones de reproducciones el año pasado) y acaba de ganar el premio Guiness por ser la canción festiva (Navidad / Año Nuevo) más exitosa en las listas Billboard 100 por un artista solista. Además, el 16 de diciembre consiguió el primer puesto de dicha clasificación por primera vez, algo que llevaba años esperando“.

Amazon Prime Music estrenó hace unos días un breve documental-publireportaje (ha descubierto un filón en el formato, como en su momento lo hizo Netflix con películas como la de Beyoncé) sobre la historia de la canción para conmemorar su cuarto de siglo. Un relato dickensiano que le va muy bien al tema.

Mariah Carey, vestida de rojo y recostada de lado en un diván, cuenta que cuando era niña sus fiestas no eran demasiado alegres. En realidad, todo fue bastante complicado. Su madre era una cantante de ópera irlandesa y su padre un ingeniero aeronáutico afroamericano. El matrimonio se separó cuando ella era muy pequeña y además de sufrir racismo, también pasó bastantes penurias económicas.

“Mi madre intentaba hacer que la Navidad fuese divertida. Pero no teníamos demasiado dinero, así que nos envolvía una pieza de fruta o cualquier cosa que se pudiese permitir. Entonces me prometí que cuando me hiciese mayor no dejaría que eso sucediese más. Iba a hacer que las navidades fuesen perfectas cada año”, sostiene en un plató con adornos festivos a su espalda.

Cuando en 1994, su discográfica Columbia -dirigida por su entonces marido Tommy Mottola- la instó a grabar un disco de canciones navideñas ella no se mostró muy conforme. Sería su cuarto álbum de estudio, después de haber conseguido el gran éxito con Music Box, que estuvo en el primer puesto de la lista de éxitos Billboard 200 durante ocho semanas no consecutivas. Los discos de villancicos suelen suponer el broche final de una trayectoria, no son propios de una estrella casi emergente.

Finalmente accedió (tampoco le quedaba mucho más remedio) pero fue perspicaz. Quiso incluir un tema compuesto por ella misma, algo no habitual en este tipo de álbumes. Carey no solo es cantante, sino que también compone y produce, así que no estaba dispuesta a ceder todo el control de su trabajo. Por algo ha amasado una factura que se calcula en unos 500 millones de dólares, a la que cada año suma unos 50 millones, a compartir con su co-productor Walter Afanasieff, gracias a All I Want For Christmas Is You.

Según la épica de su relato, “puse la canción It’s A Wonderful Life en la planta de abajo. Se podía escuchar en toda la casa. Y entré en esa habitación pequeñita, donde estaba ese teclado y empecé a tocar. Ni siquiera soy buena al piano. A veces ocurren accidentes felices”. Cuando la grabaron, Carey quiso que el estudio estuviese decorado como si fuese Navidad y hasta bajaron la temperatura para que hiciese frío.

Puede que la artista viviese un momento de inspiración divina, pero el verdadero acierto fue convertir un villancico en una canción de amor con reminiscencias a los trabajos de Phil Spector y las Ronettes. De hecho, en uno de los videoclips que grabaron para la promoción Carey parece una cantante de la Motown de los años 60 actuando en un programa de televisión de la época. Como explica Walter Afanasieff en el vídeo de Amazon “cuando la oyes por primera vez, te da la sensación de haberla escuchado antes. Pero no”.

Un impulso de cine

El éxito arrollador del tema no fue inmediato. No tuvo mala acogida en su lanzamiento pero no alcanzó el estatus de fenómeno global hasta esta década, en parte gracias a la versión incluida en la película Love Actually, el equivalente en el cine de la canción.

Hacía 60 años que un villancico de Navidad no conseguía llegar al top de los éxitos, desde The Chipmunk Song de The Chipmunks en 1958. Y también hacía mucho -¿décadas?- que una comedia romántica ambientada en estas fiestas no se convertía en un triunfo incontestable que va de camino de conseguir el título de clásico. Cada noviembre desde 2003, las redes sociales se llenan de comentarios del tipo “Ha llegado el momento de Love Actually”. Por algo está disponible en las plataformas de streaming más populares.

Obviamente, una de las escenas más aplaudidas -después de la de los cartelitos que Boris Johnson intentó arruinar en su campaña- es la de Olivia Olsen interpretando, como una mini Mariah Carey, All I Want For Christmas Is You en la función del colegio, acompañada a la batería por el niño enamorado y por un coro de gospel. A lo improbable del momento se suma Hugh Grant como Primer Ministro británico dándose el lote con su ayudante-amor-verdadero detrás del telón para que todo resulte imposible. Pero es Navidad y todo en la película encaja como en un puzzle, hay que decir.

Ese empuje recordó al gran público que Mariah Carey era algo más que el personaje estrafalario en el que se había encasillado. Sus cambios de peso, sus comportamientos erráticos, los rumores de sus caprichos de famosa, sus romances o sus posados invernales en Aspen la habían convertido en carne de tabloide y su talento había quedado relegado a un segundo plano.

Su trayectoria no ha sido muy distinta a la de otras estrellas globales. Como Michael Jackson o Whitney Houston, la presión de la fama le ha hecho mella (aunque no tanto como a los otros dos) y después de diversas salidas de tono en público, declaró que fue diagnosticada de trastorno bipolar en 2001.

Como Celine Dion, se casó con su descubridor y posterior jefe cuando ella era muy joven y él mucho más viejo, recibió el abrazo del público pero no de la crítica más “elevada” -Carl Wilson explica muy bien este fenómeno en su ensayo Música de mierda (Blackie Books, 2016)- y acabó teniendo una residencia en el el Caesars Palace de Las Vegas, una especie de retiro para estrellas en horas regulares. Pero, también como ella, ha conseguido reapropiarse de su nombre.

Después de la muerte de su marido en 2016, Dion dio un vuelco a su imagen y pasó de ser una estrella hortera de canción romántica a ser una habitual de las semanas de la moda. Icono de estilo, ha adaptado su música a la actualidad (por supuesto, ahí quedará para siempre My Heart Will Go On) y se ha reinventado. Ya no da tanta vergüenza ser su fan.

Por su parte, Carey ha sabido aprovechar su fama en las redes sociales que tanto se han mofado de ella. Da la señal de salida de la temporada navideña en Twitter con vídeos divertidos, saluda a las ciudades que ponen su canción, entra al trapo en challenges y pone gifs protagonizados por ella misma.

No necesita cambiar de estilo sino potenciar lo que la hace única: un registro vocal de cinco octavas y la capacidad de componer clásicos modernos. Después de 25 años, ha conseguido quitarle la corona de reina de la Navidad y no tiene pinta de que esto vaya a suceder pronto.