Desde el primer momento, ANOHNI destacó por reivindicar con su voz algo tan intangible como las emociones. La artista, que entonces firmaba como Antony & The Johnsons, fue la gran revelación de la música alternativa de 2004 gracias a su segundo disco, I Am A Bird Now, que se elevaba como una plegaria y fue una obra decisiva para abrir la música pop a una nueva manera de expresar y contemplar la diversidad sexual. Nacida en Inglaterra en 1971, Antony Haggerty se integró en la escena underground neoyorquina al poco de trasladarse a dicha ciudad con su familia. Allí tuvo la ocasión de conocer a la activista trans Marsha P. Johnson que, unos días después de aquel encuentro, aparecería muerta en el río Hudson.
Ella fue el motivo por el que ANOHNI inventó el nombre de The Johnsons para bautizar al grupo que la acompañaba en sus primeros álbumes. Ahora, tras varios años de ausencia y un álbum firmado solamente como ANOHNI (Hopelessness, 2016) ese nombre reaparece con su nuevo disco, My Back Was A Bridge For You To Cross. Una obra que a partir de diferentes problemática —la pérdida, el ecocidio, la homofobia y la transfobia, la misoginia— construye un mosaico sonoro y poético que es a la vez una reflexión y un antídoto para seguir adelante en la incertidumbre que nos ofrecen los tiempos actuales. En su portada, un retrato en primer plano de Johnson, que está presente en esta conversación desde el primer instante.
Después de más de diez años firmando simplemente como ANOHNI, para su nuevo disco recurre de nuevo al nombre de acompañamiento de The Johnsons. ¿A qué se debe?
Fue una decisión que tomé por motivos artísticos y espirituales. Quería mostrar de dónde vengo puesto que he completado un círculo. Ahora que mi homónima Marsha P. Johnson es más conocida, quería intentar atraer más atención sobre ese aspecto de la narrativa de mi trabajo. Hoy la gente tiene una idea más clara de quién fue Johnson y eso permite comprender mejor el contexto en el que trabajo.
Por momentos, el álbum tiene una clara inspiración soul y usted misma ha dicho que Marvin Gaye fue un referente importante a la hora de darle forma.
Sí, él fue una de las piedras de toque a la hora de hacer este álbum. Es uno de los músicos americanos del siglo XX que mejor plasmaron el significado de vivir en un determinado capítulo de la historia. Combinó una mirada objetiva sobre la sociedad en la que vivía con una manera de sentir, y así introdujo en su música todo un amplio espectro de ideas y sentimientos. Muchas generaciones de músicos se han inspirado en su álbum What’s Going On.
Quería establecer un diálogo con el álbum 'What’s Going On' de Marvin Gaye, dirigirme a él desde la perspectiva que me ofrece el hablar 50 años después de que fuera grabado
Da la sensación de que ese disco no es solamente una inspiración estilística, sino que lo utiliza también como reflejo para amplificar lo que quería contar en su disco.
Quería establecer un diálogo con ese álbum, dirigirme a él desde la perspectiva que me ofrece el hablar 50 años después de que fuera grabado. Lo hago creando una especie de juego de preguntas y respuestas entre dos momentos específicos en el tiempo, como si ambos pudieran acabar encontrándose y establecer un diálogo entre el pasado y el presente. Creo que el mensaje de What’s Going On mantiene su relevancia. En canciones como Mercy Mercy Me (The Ecology) [un tema cuya letra denunciaba en 1971 los abusos medioambientales] se habla de un futuro que ya había comenzado. En ese momento existían otros músicos con planteamientos similares, pero Gaye plasmaba los suyos con mucha elegancia. Ese disco evoca diferentes conflictos como las guerras, el racismo o la desigualdad social, de una sociedad fragmentada y con todo ello dibuja un paisaje. Y eso es lo que, a mi manera, he intentado hacer con My Back Was A Bridge For You To Cross.
¿Cuándo empezó a gestarse el álbum?
Hace dos años. Llevaba mucho tiempo sin hacer un álbum, y hasta ese momento ni siquiera tenía claro que quisiera registrar otro más. Necesitaba hacer un disco mucho más emotivo que cualquiera de los que he grabado hasta ahora. Pedí consejo a los responsables de mi sello británico y me recomendaron a Jimmy Hogarth. Fue una delicia trabajar con él. Hizo que todo resultara sencillo, algo que nunca me había pasado a la hora de hacer un disco. Nunca me había sentado a escribir con otra persona que me ayudara a hallar la progresión sonora más adecuada para la canción. Jimmy se involucró completamente en el proyecto. Me animaba a intentar cosas. Estoy tan complacida con este disco... Lo amo con todo mi corazón.
A pesar de las influencias de las que ya hemos hablado, este disco no busca ser catalogado como soul.
Hay un par de canciones en ese estilo, pero es un álbum musicalmente variado que discurre en diferentes direcciones. Por ejemplo, es un disco que se basa mucho en la guitarra eléctrica, algo que hasta ahora nunca había hecho.
A veces esas guitarras recuerdan a Lou Reed, un artista que la apoyó al principio de su carrera y con el que trabajó en varias ocasiones.
He pensado en él mientras creaba el álbum, pero no a la hora de buscar la distorsión. Sin embargo, durante la época en la que colaboré con Lou, me enseñó muchas cosas sobre ese tema, sobre todo cuando estuve acompañándole en las giras. Me encantaba su manera de tocar la guitarra, especialmente su lado más tierno, ese que se refleja en algunas canciones de The Velvet Underground. Solía hablar mucho con Lou acerca de la manera que tenía de tocar, su mano era como la garra de un oso, zarpas muy afiladas que a la vez desprendían una intensa calidez. Era un experto en manejar el sonido de su instrumento. Esa habilidad residía en sus manos, en el modo en que las usaba al tocar el instrumento. Yo las miraba moverse mientras tocaba. Y cuando interpretaba Candy Says con él, ese momento estaba hecho de su guitarra y mi voz.
Mi canción 'Sliver Of Ice' es una reflexión acerca de cosas que Lou Reed comentó durante una charla muy emotiva que mantuve con él antes de fallecer
Hay una canción en este disco, Sliver Of Ice, que nace a partir de algo que él le dijo.
Es una reflexión acerca de cosas que comentó durante una charla muy emotiva que mantuve con él antes de fallecer. Estaba empezando a apreciar ciertas experiencias cotidianas de una manera nueva, pequeños momentos de éxtasis que quería guardar como si fueran tesoros. Un día recordé la conversación y decidí escribir el poema del que parte la canción. En la letra, las únicas palabras de Lou son las que hacen referencia a la sensación que le produce tener un trozo de hielo deshaciéndose en su boca.
Este disco comenzó a gestarse durante la pandemia, un acontecimiento cuyas consecuencias seguimos experimentando. Como seres humanos, ¿la pandemia nos ha hecho mejorar o empeorar?
El mundo continúa su rumbo y la sociedad también. Creo que, sin los cambios sistemáticos necesarios, no vamos a poder aprovechar los destellos de otras maneras posibles de vivir que percibimos durante la COVID-19. Aquel fue un momento para reflexionar y apartarnos un poco del capitalismo. Tuvimos la oportunidad de volver a vivir y dejar de sentirnos únicamente como rehenes del sistema en el que estamos atrapados. La pandemia definió un periodo muy complejo en el que todos perdimos a alguien querido. También fue un periodo de reflexión del cual recordamos instantes muy concretos. Todo eso abrió una ventana de oportunidades. Pero esa ventana se ha cerrado ya.
La pandemia fue un periodo de reflexión del cual recordamos instantes muy concretos. Todo eso abrió una ventana de oportunidades pero esa ventana se ha cerrado ya
Hace muchos años, en una entrevista, usted declaró que la capacidad de sentir y de expresar las emociones era algo tan revolucionario que podía considerarse como un nuevo punk. ¿Nos sería más fácil comprender si fuésemos más capaces de sentir?
Sigo suscribiendo esa idea. Vivimos en sociedades occidentales que sistemáticamente suprimen los sentimientos y los instintos viscerales, priorizando eso que llaman enfoque racional, que para mí lo único que hace es sofocar ciertos valores. Suprimir los sentimientos en las decisiones gubernamentales es un reflejo de la supresión de la feminidad. Seguimos inmersos en sistemas misóginos que intentan controlar y reprimir nuestra intuiciones, sentimientos e instintos. Es como si a nadie le importara que seamos incapaces de tomar decisiones sensatas acerca del mundo en el que vivimos. Y para mí, el núcleo de esta crisis está en la aversión a la feminidad, ese miedo religioso hacia cualquier manifestación de lo femenino, de la energía y la creatividad femeninas. Hay una parte de nuestra reserva genética que contiene los efectos de miles de años de violencia contra el cuerpo femenino, de imágenes que conforman un trauma colectivo que todos albergamos en nuestro interior.
¿Y qué cree que puede hacer usted, desde su posición como artista, para intentar combatir eso?
Como artista, mi reto es cavar lo más profundo que pueda para sacar a la superficie parte de todo esto de lo que hablo. La única esperanza para conseguir un futuro sostenible es llevar a cabo un trabajo radical y cuestionarnos a nosotros mismos mucho más de lo que lo hemos hecho hasta ahora. Nos disponemos a cortar el cordón umbilical que nos une a la madre Tierra, a ignorar esa parte femenina tan importante de nuestro yo, porque sobre esa ruptura hemos inventado religiones y sistemas económicos. Parece imposible revertir este proceso destructor, pero ahí es dónde está el reto, en intentar imaginar, aunque ya no sé si somos capaces de hacerlo o si contamos con el lenguaje necesario para ello.
Recuerdo la primera vez que fui a Madrid, en 2005 y pensé “¡qué bien, todavía no han llegado los Starbucks aquí!”
Después de más de 25 años creando, actuando, haciendo música, haciendo de usted misma un estandarte para el colectivo LGTB, ¿cree que al igual que dice la canción que da título a su álbum, su espalda es un puente para que otras personas puedan cruzar a otra orilla?
Yo solamente estoy hecha de aquello que estuvo antes que yo. Mi trabajo proviene del trabajo de otra gente. Esa canción habla de ello, de las relaciones ancestrales y del modo en que nos movemos, disolviéndonos en una especie de ente superior. No creo en aquello que nos es presentado como algo completamente nuevo. El capitalismo nos anima a olvidar de dónde venimos y quiénes hemos sido. No interesa que comparemos nuestra experiencia con la de nuestros ancestros y descubramos la enorme diferencia que existe entre ambas. Separando a los viejos de los jóvenes a través, por ejemplo, de la llamada cultura juvenil, se crea un cortafuegos cultural y la continuidad queda interrumpida. Así resulta mucho más fácil montar un nuevo Starbucks. Recuerdo la primera vez que fui a Madrid, en 2005 [su primer concierto en España como solista tuvo lugar en el Teatro Calderón en mayo de ese año], y pensé “¡Qué bien, todavía no han llegado los Starbucks aquí!”.
Me temo que hace tiempo que ya están por todo el país.
No sabes cuánto lo siento.