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Biznaga: “Si quieres hablar de la sociedad actual, tienes que hablar de vivienda, trabajo, ansiedad, calle y barrio”

“No queda pan, no quedan rosas”, grita Álvaro García al final de su canción de próxima aparición Lorazepam y plataformas con la carga simbólica de un Auguste Blanqui cuya arenga insurreccionalista inspiraría a la Comuna de París y rebrotaría en mayo del 68. “Quien tiene el hierro, tiene el pan” decía en 1851 el ideólogo francés, que exhortaba a la acción directa apelando a esa imagen colectiva del alimento básico como termómetro de justicia social. Y es en ese marco de carestía e indignación en el que se sitúa Biznaga con ¡Ahora! (Montgrí, 2024), su último álbum, el quinto en su discografía, que sale a la venta el 4 de octubre.

Álvaro García (voz y guitarra), Jorge Navarro (bajo), Jorge 'Milky' (batería) y Álvaro 'Torete' (guitarra) conforman esta combativa banda madrileña que lleva más de una década labrándose reputación y futuro. A pico y pala. “Empezamos de una manera bastante precaria”, recuerda Navarro. “Álvaro [García] y yo, con instrumentos prestados, sacando canciones en nuestras habitaciones, sin local de ensayo. Venimos de ahí. Luego hubo muchos kilómetros, muchas ciudades, muchos conciertos. Eso también hace piña y engrasa la maquinaria. Y a día de hoy estamos en un momento bastante dulce”, a lo que García puntualiza: “Hemos sido una banda que ha tocado en garitos con ocho personas. No nos ha pasado como a esas bandas actuales que nacen ya petándolo”.

Y, sin embargo, sus nóminas dependen ya en exclusiva de la música, extremo que confirman frente a la pantalla y tras una pertinente ronda de presentaciones necesaria en la conjunción de dos Jorges y dos Álvaros. El núcleo fundacional: García (39) y Navarro (41). Los miembros anexionados: Milky (29) y Torete (20). Los cuatro, desde esa heterogénea franja etaria, construyen un discurso comprometido en el que parecen convivir madurez y espontaneidad, lamento nihilista y esperanzada lucha. Contradicciones que despachan con la misma integridad y compromiso ético con que afrontan la disyuntiva entre ser fieles a su mensaje inconformista o plegarse al sistema para llegar a más gente.

“Yo esta contradicción –se arranca Milky– la llevo como el resto de contradicciones de mi vida, como ser vegetariano y coger el coche. Pero es una contradicción necesaria porque nos compensa tener una capacidad económica para luego editarnos nosotros mismos o no tener que vender el máster a una discográfica o poder estar con un sello más pequeñito”.

Biznaga ha conquistado ese difícil equilibrio diciendo sí a festivales –tras minucioso estudio y consenso– pero sin desvincularse de iniciativas autogestionadas. “No muchos grupos pueden decir que han tocado en espacios tan diversos como nosotros y que sigan haciéndolo a día de hoy. Y eso tampoco lo tienen bandas que son exclusivamente de festival. En cualquier caso, Biznaga es un grupo de sala”, remarca Navarro con orgullo.

La mejor canción de Oasis la ha hecho Biznaga

Repiten con Montgrí, el sello de Cala Vento con el que ya editaron Bremen no existe (2022), un primer conato de viraje hacia el pop que ratifican en ¡Ahora!. “Había un propósito de seguir aquella estela abierta con Bremen –explica Milky– pero no ha salido ni una caricatura ni una copia. Este último es más potente, mejor facturado, más luminoso, más pop, más inmediato. Hemos dado un pequeño paso adelante”. Si en aquel hacían acto de presencia las guitarras brillantes en la senda de The Cure, R.E.M. o The Replacements, en este la tuerca gira media vuelta más. Aquí la melodía ya no asoma, se destapa con procacidad. La voz de García sigue aportando su pátina punk identitaria pero tras ella prenden ecos mancunianos y otras estirpes noventeras hasta honrar a Oasis, clase obrera del britpop. Sorpresas de la vida.

“La mejor canción de Oasis en 20 años la ha hecho Biznaga y sale mañana”, decía Navarro en su cuenta de X ante la inminente publicación, hace unos días, de Espejos de caos. Desprejuiciados, ya no se esconden: “A todos nos flipa Oasis. A lo mejor esto nos da vergüenza hacerlo hace tres años, pero ahora hemos dicho, ‘es lo que nos apetece’”, afirma García y Navarro secunda con rotundidad: “Por fin hemos dado rienda suelta a nuestra sensibilidad pop. Siempre nos han gustado las canciones pop, desde el principio queríamos hacer canciones pop. Pero no nos lo permitía nuestra inseguridad e impericia musical. Quizá el contexto en el que nos movíamos, más punki, tampoco lo propiciaba, pero por fin nos hemos ido realizando”.

Tampoco se desprenden de sus manoseados cromos. En las paredes de su local de ensayo pueden lucir con orgullo pósteres de The Clash, Eskorbuto, Beastie Boys, Ilegales o Gang of Four junto a los de High Vis o Home Front, más hardcore y postpunk respectivamente. El sonido importa, en cuanto que se pule y evoluciona, pero parece hacerlo al servicio de un mensaje contestatario, un agit-pop de trinchera para tiempos aciagos y sociedades anestesiadas. Una prelación estipulada ad hoc desde la misma hoja promocional –“Biznaga contra la metáfora”– firmada por el escritor Kiko Amat y en la que este asevera: “La cobardía, si uno la mira de lejos, se parece lo suficiente a la virtud. Biznaga, por el contrario, hablan claro, desde un punto de vista inequívocamente precario y proleta. Entre una metáfora inconcreta y un eslogan palmario, siempre optan por lo segundo”.

La vivienda es el tema

No obstante, ¡Ahora! no es un disco conceptual como lo fue Gran pantalla (Slovenly Recordings, 2020) por mucho que su título lo insinúe. “Son temas que están atravesados por la misma idiosincrasia. Vas a hablar de la sociedad de ahora y tocas vivienda, trabajo, ansiedad, calle y barrio… Al estar todo conectado parece que es un álbum conceptual, pero no era la intención”, explica Milky. Sí aglutinan todas esas cuestiones bajo un mismo paraguas, el de la expresión ¡Ahora!, que les sirve tanto de dechado de contemporaneidad como de proclama revolucionaria.

A lo largo de sus 33 minutos, Biznaga radiografían, entre otros asuntos, la especulación urbanística –El futuro sobre plano–, la explotación laboral y sus efectos sobre la salud mental –Benzodiazepinas–, la falacia de la cultura del esfuerzo –La gran renuncia– o la precariedad laboral –Réquiem por un rider–, creando un desalentador escaparate de conflictos y urgencias. Pero, de entre todos, uno apremia. “La vivienda”, dicen al unísono, protagonista de Espejos de caos, tangencial en otros muchos cortes, cuyo abordaje político es inaplazable. “Se ha convertido en una nueva forma de esclavismo. Es una puta locura que tengas que estar toda una vida trabajando para pagarte un suelo. Es de locos. Y mucha gente ni siquiera puede acceder a una hipoteca, eso ya es dinero a fondo perdido”, se pronuncia García al respecto.

Es el tema que todo lo cala. Impregna, incluso, una de las piezas más movilizadoras del álbum, Ocupar el ahora. Un retórico guiño con el que desestigmatizar el uso de este vocablo, imbuido de una negatividad –similar a la atribuida a ‘hacker’– basada en falsedades y desmesura. Navarro insiste en que hablar de okupación es hacerlo, obligatoriamente, de vivienda: “No se puede hablar de okupación de manera deslindada”, refiere el letrista de Biznaga. “Descontextualizarlo y hablar de okupas sin más conlleva una decisión política muy clara. El mayor factor de generación de okupación es la especulación inmobiliaria. Así de claro. Y me parece que si esto continúa por esta senda muchas más personas, de perfiles muy diversos y ya no tan fácilmente identificables entre las que me puedo incluir yo en cinco años, acabarán okupando porque no les va a quedar otra solución. ¿No quieren que haya okupas? Pues que atajen. El tema es que no creo que quieran porque también les sirve para ganar rédito político y voto. La figura del okupa diabólico que quiere la casa de la viejecita que baja a comprar pan… Ese discurso tan ridículo y tan vacío les funciona. Por eso es necesario predicar con lo contrario”.

Pancartistas agitadores, y a mucha honra

Y eso hacen, predicar. La mayoría de veces a través de sus canciones. Otras, a cara descubierta, sin caer en lo panfletario, respaldando públicamente luchas que consideran ineludibles. De esta manera enarbolan la bandera palestina, apoyan la causa de 'las seis de La Suiza' o contribuyen a la manifestación del 13 de octubre en Madrid por la bajada de los alquileres, a pesar de no poder secundarla presencialmente. “La actualidad manda. Y hay cosas que claman al cielo con las que, obligatoriamente, urge posicionarse”, asegura Navarro.

Postura que concuerda con esa lapidaria frase, “No digas más joder, no sé”, que deslizaban en Madrid nos pertenece (2022) y con la que invitaban a abandonar el discurso desmovilizador, despolitizado y frívolo que parece vampirizar a gran parte de la escena musical española. Una escena que se halla lejos de emular a la británica, cuya iniciativa Love Music Hate Racism –continuadora de Rock Against Racism– vuelve a mostrar músculo al ser secundada por Idles, Fontaines D.C. y Frank Turner entre otros. “Desde que estoy en la música, siempre han venido curvas con el tema de Vox, igual que ocurre ahora en Alemania o en Inglaterra. Y cuando asoma la bestia fascista, siempre hay un manifiesto, como una intentona de reagruparse en torno a la música y por la música, con un mensaje en plan ‘todas estas bandas, todos estos artistas, decimos no al fascismo’. Y la sensación que me ha dado es que ha sido como un chispazo y que tampoco ha tenido una incidencia real” se lamenta Milky.

“Hay gente que lleva con ese discurso, haciéndolo bandera de su propia banda y de sus colectivos, desde hace muchísimo, –señala García. ”Bandas pequeñitas y en sitios autogestionados. Que ahora lo hagan dos bandotes muy tochos [por Idles y Fontaines D.C.] y le llegue a más gente, pues me parece superpositivo, pero es algo que ya existía“, opina García. Navarro asiente y puntualiza: ”Creo que lo que triunfa en la sociedad es la desafección política por causas muy justificadas. Hay una falta de entusiasmo debido a los fracasos de las opciones políticas que representaban un cambio. Por eso es positivo que, más allá del entorno de las okupas, de los centros autogestionados, del punk, del hardcore o del rap, nuevas bandas de chavales jóvenes tengan contacto con la política“.

Es el mismo entusiasmo, alentador y reclutista, que vertebra su nuevo trabajo, ¡Ahora! Con él Biznaga parece apuntar a lo más alto. Musical y extramusicalmente. Es su particular “¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!”, parafraseando de nuevo a Blanqui. Pero lo imposible pide calle y esta se halla en horas bajas. “Las opciones extraparlamentarias de base callejera, de colectivos y demás, carecen del músculo suficiente como para plantear una posición seria o peligrosa. Sí lo ha habido en otras épocas pero a día de hoy está muy disgregado. Pero siempre hay que empezar por algo. No se va a renunciar a esa parte de la lucha política porque pase por horas bajas. Por eso, todos esos colectivos, sindicatos de clase, espacios autogestionados y demás hacen una labor muy positiva. Ya vendrán momentos mejores. Pero no se puede dejar de estar. No todo puede ser votar cada cuatro años”, concluye Navarro.