Titular el biopic de Freddie Mercury como la canción más compleja y brillante de Queen es una estrategia ambiciosa y arriesgada. Cuando salió a la luz el single del disco A Night at the Opera, la crítica fue inclemente y aseguró que sus seis minutos no rascarían ni la sesión “golfa” de las radios. Aún así, solo hizo falta ponerlo a la venta para que se hiciese con el número uno de las listas británicas durante nueve semanas.
En el caso de la película, son doce las semanas que lleva encabezando las taquillas mundiales y 772 los millones de dólares recaudados -su presupuesto no superó los 52-. Parte de la crítica asegura que no es el homenaje cinematográfico que Mercury merecía, que peca de homófobo y edulcorado, y que es la versión que Brian May (el guitarrista) y Roger Taylor (el batería) querían “para abrillantar sus reputaciones en detrimento de Freddie”. Aún así, las cifras hablan por sí solas.
La diferencia entre la Bohemian Rhapsody de 1975 y la de 2019, es que el triunfo de la última se debe única y exclusivamente al magnífico legado de la primera. “Creo que el fenómeno responde a una necesidad que había en el mercado, que no es otra que un biopic comercial de un grupo histórico como Queen”, dice el músico y creador de la página especializada Más Decibelios, César Muela.
En sus dos primeras semanas en taquilla, Bohemian Rhapsody había desbancado al último gran biopic musical, Straight Outta Compton, y había hecho peligrar a la abeja reina del género moderno, Mamma Mia. Pero ninguna tenía al hombre que puso en pie a 74.000 espectadores con una voz capaz de maullar como un gatito y, al segundo siguiente, tronar como un huracán.
“Freddie Mercury lo tenía todo para armar un relato que conecte con la gente: una voz prodigiosa y un talento musical enorme, una vida personal llena de altibajos (que parte de una especie de patito feo parsi y acaba como rock star total), muchas superaciones y fracasos, y un final trágico que, queramos reconocerlo o no, crea un halo especial en su figura”, reconoce Muela.
El problema de la película protagonizada por Rami Malek es que no cumple con el reflejo ficcionado que tanto echaba en falta el cine. Cuando eso falla, siempre queda la música, aunque el periodista no cree “que la gente vaya al cine a ver Bohemian Rhapsody para escuchar los hits de Queen”, sino que es un fenómeno que se podría repetir con otros como Los Beatles, Los Rolling Stones, David Bowie, Whitney Houston o Madonna, por nombrar algunos.
Biopic con intención de karaoke
La banda sonora de la película es una fusión entre las canciones originales, la voz de Malek y del prodigioso imitador de Mercury, el canadiense Marc Martel. Habría sido más sencillo usar las copias originales de Queen o trabajar sobre el sonido en directo de los conciertos de Rock in Rio y de Live Aid. Pero los productores sabían que, si en el guion se podían permitir fallar, su verdadero talón de Aquiles era la música.
El resultado está a la altura gracias a la interpretación del actor de Mr Robot y su entrega tanto en las tomas íntimas como en las de grandes shows, que las cantaba a pleno pulmón. Sin embargo, la narración de una historia no puede depender solo de una buena playlist -aunque eso es lo que ocurre en Mamma Mia- ni en las canciones más conocidas. El propio Malek reconoció en una entrevista que le costó incluir sus dos favoritas de Queen en la película (Lily of the Valley y You Take my Breath Away) porque “no son las que la gente canta en el karaoke”.
No es ningún secreto que el público al que se dirige Bohemian Rhapsody es del todo generalista, ni adepto ni desconocedor de Queen, ni defensor del colectivo LGTBI ni todo lo contrario. De ahí su perfil bajo al tratar el tema del sida y la homosexualidad, y el poco riesgo que querían correr con la banda sonora.
“Es una película comercial y su vocación es llegar al máximo de público posible. La manera obvia es hacerlo con las canciones más conocidas y no me parece nada reprochable. Los singles siempre han servido como aperitivo: si te gusta lo que escuchas, vas a por más canciones y, si te sigue gustando, acabas por descubrir los 14 discos enteros de Queen”, concede César Muela.
Más Live Aid que experimentación
Bohemian Rhapsody termina con el mítico concierto solidario Live Aid, celebrado en el estadio Wembley de Londres en 1985 para recaudar fondos y destinarlos a África Oriental. El evento contó con una cartel estelar, que incluyó a David Bowie, The Who, Elton John y Bob Dylan, pero al final pero fue Queen el que acaparó el espectáculo.
En una entrevista para The Telegraph, Freddie Mercury reconoció que, en realidad, era su oportunidad para medirse frente a los pesos pesados de Reino Unido. “Todos intentarán superarse y habrá fricciones, y me enorgullece formar parte de eso”, declaró.
Queen interpretó Bohemian Rhapsody, Radio Ga Ga, Hammer to Fall, Crazy Little Thing Called Love y We Will Rock You, que termina con We Are the Champions. Un repertorio adaptado al milímetro en pantalla porque, en el fondo, la película tiene las mismas intenciones que tuvo la banda en aquél concierto: meterse a la audiencia en el bolsillo.
Según Muela, este final “es un clímax forzado a propósito porque ni la banda se reunió en ese concierto (de hecho nunca hubo separación estricta y habían acabado la gira mundial de su disco The Works dos meses antes) ni se sabía que Freddie tenía sida por entonces”. La precisión histórica es lo de menos cuando se intenta copar las salas de cine y encabezar la temporada de premios. Pero, siendo sinceros, el título de la película le queda grande: nunca buscaron la deliciosa confusión ni el escándalo de Bohemian Rhapsody, sino el aplauso fácil del Live Aid. Y así se debería llamar.