Ana Tijoux nació en Lille, donde el aire sopla más británico y belga que francés y, por supuesto, chileno. Pero desde la cuna ya escuchaba las antiguas leyendas de los mapuches, de los Rómulo y Remo indígenas que fueron criados por un puma y una zorra, de la fortaleza y astucia que desde entonces recorren los valles del Wallmapu. Creció en una casa de identidad criolla y se llevó estos cuentos a Chile cuando sus padres regresaron del exilio por la dictadura de Pinochet. Ya en Santiago, los mitos se convirtieron en duras letras de denuncia sobre el “terrorismo de estado” al que está sometido su pueblo y la brutal frecuencia con la que ocurren femicidios.
Tijoux se abrazó pronto al movimiento callejero de la ciudad, donde podía rabiar contra el imperialismo y el machismo vigentes sin más armas que una buena rima y una base. También descubrió que era el canal perfecto para confesar su desarraigo cultural e incluso remover las conciencias dormidas por el régimen. Así es como su banda Makiza, integrada por tres MC's más, irrumpió en las radios señalando a altos cargos de la dictadura en temas como En paro y sembrando la polémica con La rosa de los vientos.
Como un amor adolescente, el grupo fue dando bandazos y lanzando singles a medio fuelle en su última etapa para sortear un final inevitable. Pero de su ocaso surgió el renacer de Anita y el fenómeno que se propagaría no solo por los escenarios de Estados Unidos y Europa, sino también en sus universidades. En 2007 debutó con su primer disco en solitario y apenas una década después presenta el quinto avalado por grandes cabeceras como The New York Times y admiradores como Thom Yorke, de Radiohead.
La francochilena se deja caer por Madrid -concretamente el jueves en la sala Shoko- para dar un concierto cargado de simbología mapuche, pero también de cajones peruanos y acordeones mexicanos. Calaveritas es el sencillo de su último álbum, con el que ha querido hacer un homenaje a la tradición latinoamericana y dar un salto creativo radical. Y con radical nos referimos a que no encontraremos ritmos hip-hop ni actitud underground entre sus nuevos boleros y “valsecitos peruanos”.
Este cambio de estilo ha saltado al vacío de la mano de su propio sello, con el que también ha estrenado la independencia musical. Y aunque muchos temen que haya perdido la chispa reivindicativa de sus discos 1977 y Vengo, Tijoux les invita a que “lo escuchen pensando”. “Mas radical me parece el no explorar un estilo de música que es nuestro y que ha estado en nuestro inconsciente histórico familiar”, responde contundente.
Ritmos de metanfetamina
Después de la coctelera de ritmos que reinaba en su primer disco, bautizado oportunamente como Kaos, firmó la excelencia musical cuatro años después con 1977. Las letras estaban tejidas con mimo junto a sus propias experiencias y una elegancia jazz que llamó la atención de sus vecinos norteños. Comparado con sus siguientes álbumes, este disco es el más autobiográfico del repertorio. En Oulala mira por primera vez a sus raíces francesas, con Crisis de un MC abre las carnes del rap hasta las entrañas, e incluso trata las rutinas de pareja en Problema de dos.
Aunque fue 1977, tema que da nombre al disco, con el que cruzaría de un salto el muro mexicano hasta el país de las oportunidades. El que puso las manos para ayudarla a impulsarse fue Thom Yorke, líder de la banda británica Radiohead, que invitó a sus seguidores a pararse por la discografía de una joven chilena desconocida por aquel archipiélago. Después llegó la oportunidad de poner música al dúo de cocineros de metanfetamina más famoso del mundo. Breaking Bad desencadenó el efecto dominó hasta la redacción del New York Times, donde no dudaron en calificarla como “la respuesta latinoamericana de Lauryn Hill”.
“La canción se había compuesto sin expectativa alguna mas allá de hacer un tema que nos gustase y de la misma manera sentimos que fue recibida”, confiesa sincera, diciendo que además cuando le anunciaron que aparecería en la serie ni siquiera tenía televisión. Lejos de seguir la estela de esos artistas que reniegan de sus hits más conocidos, Ana Tijoux disfruta cuando el público le pide que toque 1977, aunque siempre sorprende con una versión inédita. “Cantar 1977 siempre es bacán para mí, pero lo mejor es oxigenarte y reinterpretar tus propias canciones”, desvela.
Una rapera de universidad
Si su segundo disco supuso la carta de presentación internacional, los dos siguientes le catapultaron hasta encabezar la fila de artistas chilenos más brillantes de su generación. El álbum La bala incluyó en 2012 un trío de ases reivindicativos -La bala, Shock y Desclasificado- que serían solo el aperitivo de lo que estaba por venir. Vengo, lanzado apenas dos años después, provocó su aterrizaje desde los escenarios hasta las salas de conferencia de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos.
“Cada cantante mujer debe competir en un juego infinito de provocación. Ahora nada es suficiente y nada es demasiado. El objetivo es mostrarlo todo, fijando siempre un nuevo desafío con una vara cada vez más alta: quién puede mostrar más y más, quién puede lograr las contorsiones más extremas del modo más acrobático, quién es la más deseable, y quién tiene la mayor habilidad para anular la más bella feminidad y transformarla en algo y no alguien”. Este fragmento pertenece al ensayo La cultura de la basura. Ana Tijoux on misogyny and pop music, que la cantante publicó en el Walker Art Center de Minneapolis.
Gracias a diversas charlas y estudios sobre la cosificación de la mujer en el sector musical, las universidades de Harvard, UCLA y Duke quisieron cederle un atril y un micrófono para que difuminase los prejuicios entre sus alumnos. Un alegato que se repite en Antipatriarca, la canción más dura de Vengo, que se transformó de inmediato en un himno inspirado por un manifiesto del Movimiento Por La Dignidad y elaborado por mujeres residentes en las villas miseria argentinas.
“Ahora que viajo más me doy cuenta de que los femicidios y la violencia ejercida se normaliza en muchos países. Escucho de forma recurrente los asesinatos de compañeras, abusos, maltratos, violencia verbal e incluso psicológica”, lamenta Tijoux, mientras insta a todos los sectores a replantearse qué tipo de sociedad queremos construir juntos.
Aunque la cantante ha desvelado en alguna ocasión que sufrió violencia machista durante dos años, también admite que no se ha encontrado con ningún hombre así en el ámbito laboral. “Trabajo mayoritariamente con compañeros hombres que me atrevo a decir que son feministas y con los cuales vamos pensando juntos los roles de genero y la violencia ejercida”, afirma.
Tijoux reconoce que se especializó en un género donde la mujer suele ser la diana de las críticas e insultos de los MC's y no la que lanza los dardos contra el patriarcado. “Ahora el machismo esta en todas partes, así que hacer una caricatura de que el hip hop es machista sería obviar que vivimos en un mundo patriarcal. El género musical es solo un síntoma”, concluye.
Cantando a todo el Sur
Todos los callados/ Todos los omitidos/ Todos los invisibles. Ana Tijoux comenzó siendo censurada por señalar a los candidatos de derechas chilenos y ha terminado cantando a las aspiraciones colectivas. Somos Sur es un himno a los movimientos de resistencia global que están levantando a África, América Latina u Oriente Medio. La interpreta junto a Shadia Mansour, una MC palestina que ya ha sido considerada como la primera dama del rap árabe. Ambas comparten ritmos, ideales y un fuerte escepticismo sobre la paz como recurso publicitario y casi mercantil.
“Violenta es la paz disfrazada de mentira, la paz institucionalizada como terrorismo de Estado. Se nos ha hecho una caricatura de ella, se nos vendió una imagen mundial revestida de símbolos y bajo una máscara de paz tapada en sangre”, dijo Tijoux a Píkara Magazine. Un discurso que no pretende que se repita a modo de muletilla en cada atril -como el del feminismo- a no ser que sea realmente comprendido y asimilado. Porque el arte, para ella, no es la llave hacia la transformación social, sino un eslabón más con muchos altavoces.