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A favor y en contra del concierto 'tiktokero' de Rosalía y el imperio de la cámara sobre el escenario

Cámaras en el foso, cámaras en mano y una cámara en el escenario gravitando alrededor de Rosalía. Motomami es más que un disco, es un concepto que ha llegado hasta la gira que ha dado comienzo este verano y que la llevará por España, América y algunos países de Europa el próximo invierno.

La cantante está en continua metamorfosis, su mensaje es diferente y la manera de comunicarlo también, incluso sobre el escenario. Esto no ha sentado bien a todos los asistentes, algunos de los cuales la están acusando de prestar más atención a la producción de los vídeos en directo que al público.

“Qué fantástico sacar entrada en primera fila para ir a ver al cámara de Rosalía”, se quejaba uno de los fans desde Andalucía. La disposición del escenario de la gira Motomami consiste en una pantalla horizontal situada en el centro y dos verticales a los lados, a modo smartphones gigantes. No hay esquinazo de las gradas o de la pista desde donde no se vea lo que está ocurriendo en el centro, y es gracias a las cámaras. La diferencia con el uso habitual que les dan otros artistas es que la catalana interactúa de forma natural con ellas como lo haría con la de su teléfono móvil. Y eso no ha gustado a todo el mundo.

Me produce estupor que convierta un escenario, el templo de la música en directo, en un plató privado de TikTok

“Como elemento estrella en la puesta en escena figura el cámara que persigue a Rosalía durante todo el espectáculo. No solo asistimos a un karaoke, sino a un karaoke televisado”, ha escrito en Twitter el crítico musical, Fernando Neira, que acudió al primero de los conciertos que ha dado la artista en Madrid. Algunos le han reprochado la dureza de sus palabras, pero él se mantiene firme: “Me produce estupor que convierta un escenario, el templo de la música en directo, en un plató privado de TikTok”, señala de nuevo en conversación con elDiario.es.

Neira piensa en los asistentes que pagaron casi 100 euros para ver “cómo interacciona con un señor que está en el escenario”, algo que le genera “un profundo desasosiego”. Álvaro Luna, diseñador de videoescena en conciertos, teatro y ópera, opina justo lo contrario: “El público no son solo las diez primeras filas. Ella mira a la cámara y juega con ella, pero se está dirigiendo a sus fans”. El experto reivindica que el vídeo sea una parte central del espectáculo, algo que por otra parte llevan años haciendo algunos de los artistas más veteranos.

“Los primeros capos fueron U2 y Pink Floyd. La diferencia es que Rosalía utiliza un lenguaje muy actual y lo hace desde el punto de vista de la democratización del género. Lo diseña como si fuera una plataforma de redes sociales”, explica Luna. Y ella no es la única que ha optado por convertir el escenario en un pequeño set de rodaje. El ejemplo más reciente y cercano es el de C. Tangana, cuyos conciertos son una película de dos horas en la que salen actores, extras y cantantes invitados unidos por una realización de altísimo nivel. El precio a pagar es el mismo: en lugar de solo haber personas e instrumentos, en escena se cuelan grúas, cámaras y mucho aparataje.

Coherente con el proyecto

Rosalía es una artista visual y sonora. Ni sus canciones están completas sin el videoclip ni su personaje se entiende del todo sin la exposición en las redes sociales. Quedó demostrado durante la gestación de Motomami, que fue avanzando por píldoras de TikTok en las que aparecía sentada al teclado, en un telesilla cantándole a su amante o bailando en una habitación de hotel en chándal y sin maquillar. Esa simbiosis con las redes sociales quedó sellada en marzo con la presentación del disco mediante un concierto en TikTok, en formato horizontal y con exactamente la misma realización que ahora le acompaña por partida doble en sus conciertos.

La decisión de que en todo momento se vean las cámaras es algo hecho a conciencia, según explica Álvaro Luna. “Ella quiere que se vea que alguien la está grabando. No hay integración del aparataje, que es una tecnología muy actual y poco profesional a la vez”, cuenta el diseñador, lo que en su opinión le da “mucha frescura visual”. En cambio, Fernando Neira cree que “siendo estupendas las herramientas tecnológicas para dar a conocer el trabajo de una”, es un “error clamoroso llevarlas al directo”.

“Se dirige poco al público y habla para decir dos obviedades sin ningún tipo de gracia, carisma, discurso o ingenio”, dice sobre la que define como oportunidad perdida. “No entiendo que desaproveche una situación tan favorable y con un público tan entregado de antemano para hacer eso”, insiste. Luna le contradice: “La composición visual de Motomami ha consistido desde el principio en meter su mensaje y su discurso a través de una pantalla, y mantiene esa coherencia en los conciertos”.

Por eso en la gira no hay un plano igual que el previo. El zoom a su rostro en la balada Como un G contrasta con La Combi Versace, donde los bailarines cogen una especie de GoPro y se la pasan de mano en mano como si estuviesen en una fiesta. “Todo eso se diseña antes, se realiza y se lleva en una escaleta muy clara con ligeros momentos de improvisación”, desvela el diseñador. “Cada vez más artistas rompen con la idea de que los visuales de un concierto son solo una retransmisión del cantante”, dice destacándolo como una buena noticia.

¿Sustituye el vídeo al instrumento?

Otra de las críticas al directo de Rosalía es la desaparición de los instrumentos en directo en pos de las cámaras de vídeo. “¿Cómo es posible que un concierto sin un solo músico, en una plaza noble como el WiZink de Madrid, suene tan mal?”, se quejaba Fernando Neira. Álvaro Luna lo explica diciendo que “el poder del instrumento ha muerto”. “Vas a un concierto y hay muy pocos músicos en escena, por eso hay que vestirla con otras expresiones artísticas más multimedia. Me parece valiente por parte de los nuevos cantantes”, dice el diseñador de videoescena.

Sin embargo, el concierto de C. Tangana es la prueba de que instrumentos y vídeo no están reñidos en el mismo espacio. 'El Madrileño' sube a coristas, trompetistas, pianistas, bailaores y cantaores mientras les sobrevuelan grúas gigantes con cámaras tan coreografiadas como las de una producción de cine.

En el caso de Rosalía, Motomami tiene una partitura muy sencilla pero con mucho aderezo digital en forma de capas. Por eso, su punto fuerte sobre el escenario es la voz, el baile y la realización de vídeo. En otros casos –se desconoce si este también– las cámaras tienen una intención comercial posterior: lanzar un documental de una gira, un concierto o de un cantante en concreto con fragmentos de sus directos.

La gente no va a un concierto para escuchar, va para ver y sentir

El espectáculo de Rosalía está milimétricamente medido. También si una cámara se echa hacia atrás, ofrece un plano nadir o se pasa de mano en mano. “El rock es diferente y te da la libertad de crear propuestas artísticas diferentes cada día”, distingue Álvaro Luna, que se encargó del vídeoarte en la gira de despedida de Rosendo y en algunos festivales. Para él, “ese recurso forma parte del teatro y de la dramaturgia” y genera “un envoltorio mucho más atractivo en un gran espacio”.

“Las pantallas no solo amplifican a la personita que actúa, sino que la tamizan por la visión artística del vídeo”, defiende. Hace tiempo que los biombos de los conciertos dejaron de mostrar la imagen estática del cantante o los músicos para ofrecer su propia narrativa. En ese momento tampoco gustaron demasiado los recursos sicodélicos porque “distraían de la música”. El diseñador compara estas críticas a las que también recibieron las coreografías cuando se empezaron a incluir en los conciertos: “La gente decía que eran una cosa de televisión y de videoclips, y ahora no se entienden ciertos directos sin ellas”.

Fernando Neira coincide en que “las pantallas gigantes las agradecemos todos” y matiza que “cuando algún cascarrabias como Bob Dylan se niega a ponerlas nos sienta regular tirando a mal”. “Es un recurso maravilloso y se puede usar a modo de despliegue audiovisual”, recalca. Pero el de Rosalía sigue sin ser de su agrado. “Es cuestión de gustos”, entiende Luna, pero añade que “la gente no va a un concierto solo para escuchar, va para ver y sentir. Y cuando además de adornos les ofrecen un concepto, como en el caso de Motomami, salen cosas chulas”, concluye.