Cuando la crisis creativa, el insomnio y una sostenida adicción a la heroína te roban las ideas, ¿qué puedes hacer? Pues una de dos: o te dejas arrastrar hasta el pozo, convirtiéndote en uno de esos has been del mundo musical que todos conocemos, o imitas al protagonista (Gustave Kervern) de En un patio de París. Tras constatar su lamentable estado en pleno concierto, este músico francés decide dejarlo todo atrás (y queremos decir todo) para ejercer como portero de una casa de vecinos en la que la mismísima Catherine Deneuve ejerce como habitante entrañablemente chiflada.
La tragicomedia de Pierre Salvadori, que podría convertirse en uno de los sleepers del verano gracias a su ternura e imprevisibilidad, no es una película excesivamente musical. Pero sí vale para recordarnos que el rockero en decadencia es una figura más querida de lo que parece por el cine. Aquí tienes unos ejemplos que van desde la estrella cuya fama se desmorona al segundón poco dispuesto admitir que su arroz está más que pasado.
Spinal Tap (Rob Reiner, 1984)Spinal Tap
Mira más allá de los amplis que llegan al once, del pepino en la entrepierna y del bateras fallecido en un extraño accidente de jardinería. ¿Qué te queda? Pues una mirada desprovista de compasión hacia unos tipos a los que el éxito se les escapa de entre las manos. Aunque haya pasado a la historia como una comedia descacharrante (que lo es) y como una obra pionera del mockumentary o falso documental (también lo es, aunque con matices), este ejercicio de erudición rockera a cargo del autor de La princesa prometida y de Christopher Guest es una de las mejores meditaciones sobre el trauma que los 80 supusieron para los grupos dinosaurios de la década anterior. No es extraño que los heavies, una de las pocas tribus urbanas que saben reírse de sí mismas, la acogieran con vítores.
Performance (Nicolas Roeg, Donald Campbell, 1970)Performance
La tensión provocada por los fotogramas de Performance llega a cotas difíciles de describir. Pero, si hacemos caso a los rumores, la angustia de la platea se queda en nada si la comparamos con aquella que se vivió entre bambalinas. Aunque, cuando se rodó, los Rolling Stones se habían sobrepuesto con fuerza a la pérdida de Brian Jones, este psicodrama sobre la relación entre un gángster fugitivo (James Fox) y una estrella del rock perdida en su propio infierno (Mick Jagger, quién si no) supone un interesante, si bien deformado, vistazo al microcosmos de drogas y promiscuidad generado por entonces en torno a los chicos de Sympathy for the Devil. El hecho de que Anita Pallenberg, novia y compañera toxicológica de Keith Richards, ejerza como protagonista femenina ayuda bastante a ello.
Rock Star (Paul Schrader, 1987)Rock Star
Michael J. Fox y Joan Jett, juntos. Interpretando a dos hermanos músicos cuya mamá, para colmo, es Gena Rowlands. Y con el guionista de Taxi Driver dirigiendo y firmando el guión. ¿Hace falta algo más para que Rock Star te parezca tentadora? Pues allá va: Bruce Springsteen escribió Light of Day, la canción cuyo título es también el de la película en versión original. La película, detestada por su propio autor a día de hoy, ha quedado como una pieza bastante circunstancial, pero ver a la divina Joan encarnando a una prometedora cantante cuya carrera amenaza con morir antes de nacer (debido, claro, a que la chica es una bandarra y una descocada, y madre soltera para colmo) tiene su encanto. Superpuesto, faltaría más, al de ver a la propia desatando la chulería que le caracteriza sobre el escenario, o hablando con Fox sobre “tecnopop metalero”.
Anvil: El sueño de una banda de rock (Sacha Gervasi, 2008)Anvil: El sueño de una banda de rock
Abandonamos por un momento el terreno de la ficción para darnos con la más cruda, o crudísima, realidad. Los miembros del grupo canadiense Anvil, del cual el director Sacha Gervasi fue roadie en sus tiempos, pasaron de compartir cartel con la crema y nata del metal a protagonizar situaciones tan humillantes como la de verse atrapados en la estación de tren de Lorca (Murcia, España) por culpa de una hoja de ruta mal planeada. Y sufrieron por ello, así como por otras dantescas situaciones, ya que los dioses de la música eléctrica no tienen piedad para con aquellos que se quedan en el camino. Si estás pensando en dejarlo todo para seguir tu sueño como estrella de rock, te aconsejamos que no veas esta película, porque cambiarás de idea inmediatamente: la escena en la que un componente del grupo fracasa miserablemente como teleoperador bastará para ello.
This Must Be the Place (Paolo Sorrentino, 2011)This Must Be the Place
¿Cuánto hay del verdadero Robert Smith en el personaje encarnado por Sean Penn en esta película? El maquillaje y el cardado nido de pájaro están ahí, desde luego, así como el matrimonio con una chica mucho más realista y down to earth que él, la vocecita aflautada y, sobre todo, el carácter depresivo y patológicamente tímido. Al menos, el líder de The Cure aún no ha sentido la tentación de ir por esos mundos persiguiendo a criminales de guerra nazis, pero a través de su figura y de su leyenda This Must Be the Place describe muy bien uno de los abismos a los que puede precipitarse una estrella del pop: el resultante de saber que, aunque tus discos sigan vendiéndose a espuertas, la responsable de su éxito es una parte de ti mismo que te abandonó hace mucho, mucho tiempo.
Siempre locos (Brian Gibson, 1998)Siempre locos
Elaborada desde el conocimiento (su director sobrevivió a los 60), Siempre locos es una de esas películas que satisfacen sobre todo a los coleccionistas de guiños: el personaje de Bill Nighy, sin ir más lejos, no tiene por qué ser necesariamente Ozzy Osbourne, y el parecido con Syd Barrett, o con Peter Green, de ese guitarrista desaparecido y añorado tal vez sea mera coincidencia. En todo caso, y visto el provecto estado en el que ya por entonces se encontraban la mayoría de grupos británicos de la vieja guardia, es un placer contemplar a esta panda de jubiletas (además de Nighy, la banda Strange Fruit está formada por Timothy Spall, Stephen Rea, Billy Connolly y Jimmy Nail) regresar a la palestra mientras huyen de terrores tales como el olvido del público, el impago de royalties o el ogro por excelencia de los rockeros británicos: la declaración de la Renta.