En cualquier parte del mundo, Jimmy Jazz es el escurridizo protagonista de una canción de The Clash; en el Estado español, a quien conocemos es a su tocayo vasco, notablemente más acelerado. Si decimos Chatty Chatty, a pocos les sonará este clásico de Toots and the Maytals, pero seguro que -como Patxi López o Isabel Bonig- han bailado con Sarri, Sarri. Y aunque beber y conducir es un mal negocio, quién no ha pensado alguna vez que vive en una Mierda de ciudad y por eso no quiere salir más.
Estos himnos intergeneracionales cumplen 40 años, los mismos que Fermín Muguruza (Irún, 1963) lleva sobre los escenarios. Celebrar esa efeméride es un motivo más que justificado para volver, con una gira mundial, a las tablas que abandonó hace un lustro, tras quedar “devastado” por la muerte de su hermano Íñigo, cómplice en bandas como Kortatu o Negu Gorriak. La idea inicial era un único concierto, en Bilbao, pero la respuesta recibida lo convenció de que no podía dejar a nadie fuera de la fiesta. El tour, que repasará el legado musical y creativo de cuatro décadas y una treintena de discos, quiere ser “un dique de contención al fascismo” en tiempos de una ultraderecha “envalentonada”.
Por empezar por el final: celebrar 40 años de carrera no es poca cosa...
Llevaba años sin hacer ningún concierto. He estado muy dedicado a lo que han sido las películas de animación -Black is Beltza y Black is Beltza II: Ainhoa-, que cada una me ha llevado ocho años. También he ido haciendo cosas por ahí entre medias, los documentales, el que hice sobre New Orleans, 10 años después del Katrina -Nola? (2015)-, los cómics… Me he mantenido muy activo, pero hace cinco años murió mi hermano y a partir de ahí, aparte de un par de colaboraciones con bandas, no ha habido ningún concierto. Ha sido un alejamiento de los escenarios total. Y ahora que he llegado al 40 aniversario de la maqueta de Kortatu, dije: “O salgo ahora o ya me quedo fuera”.
¿Era ahora o nunca?
Sí, sí, sí. O salgo ahora o ya, agur. Y entonces planteé ese concierto de Bilbao, el 20 de diciembre, alrededor del cumpleaños de Íñigo, que es el 17, y fue un éxito increíble [las 8.000 entradas para Miribilla se agotaron en pocos minutos y lo mismo pasó con la siguiente fecha]. Tuve que hacer un segundo el 21. Era demanda popular, que hiciera más conciertos, que me moviera por otras ciudades... Fue tan grande que en esos meses dije que iba a plantear algo para no dejar a nadie fuera y al final he salido con esta gira.
O sea que empieza por un único concierto y acaba en gira mundial. Los vascos cuando se ponen...
Es que somos así, joder, se nos da un hacha y nos dicen “corta este tronco” y de repente, vamos, cortamos lo que se nos pone por delante. ¡Cuidado!
Dejar los escenarios cuando muere Íñigo, ¿es una decisión consciente, una reacción que le brota del cuerpo? ¿Qué pasa ahí en ese momento?
En ese año, 2019, hay una especie de ejercicio de nostalgia con bandas que tuvieron mucho éxito en una época. Yo también recibí diferentes propuestas y lo que dije es que, de hacer algo, sería reivindicar todo mi legado con un viaje musical por toda mi trayectoria creativa. Empecé a pensar en preparar algo para 2020, pero el 5 de septiembre llega la muerte de mi hermano y quedo totalmente devastado. Es como si me hubiera pasado un tren bala japonés por encima. Es una cosa... Cuando una persona se rompe, pues se rompe, y a mí me pasó en ese momento. Luego, a los seis meses, llegó el confinamiento con la pandemia y para cuando me doy cuenta, yo era otra persona. Completamente.
Me puse a hacer Black is Beltza II, una película ambientada en los años 80. Dar vida a Íñigo a través de la animación fue una cosa para mí casi estratégica a nivel emocional. También, por supuesto, político-cultural, pero primero era emocional, intentar que fuera una terapia para que yo pudiera dejar ese bache del que no salía. En 2022 la estrenamos, estuvimos un año presentándola por todo el mundo y en paralelo estaba haciendo el documental Bidasoa 2018-2023, una cosa que me pedían el corazón y la cabeza: contar lo que nos estaba pasando en el río con esos nueve muertos migrantes. Me dio diciembre y dije que necesitaba unos meses de descanso, y fue entonces cuando que me planteé la idea de hacer ese concierto. Y luego, como has dicho, cuando nos ponemos los vascos... “¿Cómo? ¿Que llenáis los dos conciertos? ¿Que tengo que ir a todo el mundo...? Me cago en... Un hacha no, ¡las dos de Negu Gorriak las saco aquí afiladas!”.
¿Y cómo se encuentra en lo emocional? Después de romperse así, ¿cómo está hoy?
Cuando una persona sufre este tipo de devastaciones nunca se llega tampoco a reponer del todo, ¿no? Cualquiera que conozca sobre temas de salud mental sabe que hay recaídas y que se necesita mucho apoyo; se necesita personalmente mucha fuerza, por supuesto, pero se necesitan muchos apoyos alrededor. Me costó mucho, fue todo un proceso animarme a hacer los primeros conciertos de Bilbao. Y tampoco las tenía todas conmigo, por eso anunciamos uno, que fue una cosa bonita, en un sitio grande... pero tampoco íbamos con la confianza de otras épocas, a arrasar, en ningún momento tenía esa actitud. Y ahora, sin embargo, después de ese abrazo y ese empuje que han sido para mí las ventas de Bilbao, sí que nos hemos animado y vamos a sitios grandes: un Wizink en Madrid, un Palau Sant Jordi en Barcelona, un Fontes do Sar en Santiago...
¿Se esperaba esta respuesta del público o le ha sorprendido?
La verdad es que después de lo de Bilbao me esperaba que fuera potente, pero todavía nos quedan más de 10 meses para algunos de los conciertos y sí que sorprende las ganas de la gente de decir “aquí estamos” y “vamos a ir a la línea del frente”, considerando como una línea del frente cada concierto de estos. Imagínate lo que me motiva y me emociona a la vez. Mucha gente quería decir desde el principio, “hey, nosotros vamos a estar ahí”, “vamos a llenar, vamos a llenar.” Era una especie de objetivo, de victoria político-cultural, de decir “te han intentado callar tantas veces, que ahora que te animas a hacer una gira con tus 61 años, vamos a llenar los recintos”. Porque eso realmente va a ser: un de dique de contención al fascismo.
Has sufrido vetos continuos en los territorios gobernados por la derecha, quejas porque te entrevisten en TVE y hasta un intento de atentado en Barcelona en 2001. Lo más reciente, además de lo de los Goya, los ataques a la actriz Itziar Ituño y los jugadores del Athletic por cantar Sarri, Sarri o la querella contra el equipo directivo del instituto donde colgaron un mural sobre usted.
Lo que me dicen es que es más necesario que nunca, sobre todo, juntarnos, en un encuentro intergeneracional, porque mucha gente ha ido dejando diferentes luchas, por cansancio, por desgaste o incluso desencantos políticos. Pero toca decir que ante todo seguimos siendo antifascistas, que a nosotros no nos han vencido. Hoy más que nunca estamos viendo ese auge, ese envalentonamiento, ese hooliganismo de la extrema derecha. Entonces hace falta otra vez esa reacción, esa nueva ofensiva antifascista y ese tipo de conciertos son también una gran celebración en ese sentido: sirven para reunir, para hacer comunidad, que es también una de las formas más importantes de hacer frente a este auge y este envalentonamiento descarado, soez.
Lleva 11 años sin hacer una gira internacional, pero no toca en Madrid desde 2003, con Manu Chao, en la Cubierta de Carabanchel. ¿Tiene algo de especial poder volver dos décadas después?
Hay que diferenciar: por un lado está la comunidad de Madrid y por el otro la ciudad. La última vez que tocamos en Madrid fue el día que se casaron los reyes, en Rivas-Vaciamadrid, y se convirtió en un concierto emblemático. La Comunidad nos lo prohibió y precintó el lugar donde íbamos a actuar. El alcalde, sin embargo, impulsó un acto de desobediencia civil: rompimos el precinto y entramos, montamos todo, y la policía local estaba con nosotros. El sitio se llenó, la gente vino en coche, en tren, en autobús... Así que mientras se perpetuaba la monarquía que detestamos, nosotros estábamos celebrando el encuentro de ese Madrid. Al día siguiente se puso en marcha una campaña contra Ladinamo, a los que quisieron poner una multa millonaria como organizadores del concierto. Lo frenó otra campaña a favor de la libertad de expresión en la que firmó muchísima gente, entre ellos, Iñaki Gabilondo.
¿Y esa fue la última vez?
En 2016, con Manuela Carmena de alcaldesa, pasé 15 días en el Nuevo Apolo con una obra de teatro con Albert Pla y Raúl Refree y ese mismo año actúo en el Cultura Inquieta de Getafe con un grupo de músicos vascos y de New Orleans con la presentación de Nola?. Pero con mi banda llevo sin tocar veinte años en una gira propia. La gente del Wizink está encantada y, nosotros, más todavía. Pero no podemos ser ingenuos y confiarnos, porque cuando el día antes de la ceremonia de los Goya en Sevilla [Fermín estaba nominado por Ainhoa] apareció una campaña mediática para criminalizarme a mí, a la gala y a todo el mundo del cine.
O sea, que no le sorprendería que pasase algo en vísperas del concierto...
O incluso antes, que haya presiones para que no se pueda hacer. Por eso para mí era muy importante que de primeras hubiese un golpe de efecto en cuanto a entradas vendidas. Tenemos ya casi las diez mil que queríamos, estamos muy felices. Como ese concierto caiga, será un escándalo que traspasará fronteras, porque estamos enmarcados en una gira internacional en la que soy bienvenido en todos los demás lugares.
Lo de la “lona” de Callao tiene que explicarlo...
En Madrid tenemos una campaña muy guerrillera, con carteles en la calle, gente afín... Nada más llegar allí el lunes nos dijeron que durante el fin de semana habían desaparecido un montón de carteles. Entonces decidimos dar la respuesta, troleando. Yo tuiteé: “Parece que 'alguien' ha decidido que desaparezcan nuestros carteles de las calles del foro. Bueno, pues ya estamos en Callao”. Y me fui a Callao y publiqué una foto de una de esas lonas gigantescas, que son carísimas, anunciando que íbamos a tocar en Madrid y escribí: “Nos vemos en la línea del frente”. ¿Qué pasó? Pues que empezó a salir gente por Twitter diciendo “¿cómo se puede permitir esto?”. Hubo hasta una persona que quería convocar a ir a rezar un rosario de desagravio por ese Satanás de Muguruza en Callao, ¡delante de la lona!
Si ahora en Madrid no te rezan un rosario en contra, tampoco eres nadie...
Es por eso que estoy muy emocionado, por ese apoyo de la gente y también por que salga toda esta reacción completamente desquiciada. Yo me moría de la risa. Al día siguiente, me hice otra foto en Callao y puse: “Joder, qué poco sentido del humor tienen algunos, ¡no han dejado ni el andamio!”. Y, efectivamente, no había nada porque todo eso había sido un fake. Es la defensa de lo lúdico que yo he tenido siempre, “aunque esté todo perdido, siempre queda molestar” [autocita del estribillo de Equilibrio, de Kortatu]. ¿Estamos jodidos?, ¿Nos están jodiendo? Bueno, pero como decía Mario Benedetti, hay que defender la alegría como si fuera una trinchera. Entonces vamos a intentar descojonarnos de todo porque estamos hartos. Vamos a utilizar la inteligencia, el ingenio, vamos a intentar reírnos también de lo zote que es esta gente.
¿Y cree que la risa como arma sigue funcionando?
Por supuesto. De hecho, eso yo lo aprendí de Galicia. Antón Reixa [poeta, líder de Os Resentidos y colaborador de Negu Gorriak] nos decía “es que el humor es nuestra arma”. Necesitamos el humor, necesitamos la risa, necesitamos la fiesta... y la lucha, que tiene que ir acompañada de todo ello. Te acordarás de la canción de Beastie Boys: tenemos que luchar por nuestro derecho a la fiesta [Fermín se emociona y canta]: “To paaarty! You gotta fight for your right to paaaaarty!”. Y también por nuestro derecho al tiempo para la fiesta.
Ya que estamos con clásicos del hip-hop, Public Enemy decía que sus canciones eran “la CNN de la comunidad negra”. Su música, con sus diferentes proyectos, ¿buscaba también eso? Contar y cantar la realidad que no aparecía en los grandes medios.
Sí, ellos decían que eran la CNN, pero hay un grupo de hip-hop de Palestina, que hay que mencionarla siempre, que son los DAM, y ellos decían que eran la Al Jazeera de Palestina, parafraseando a Public Enemy, y a mí me encantó.
¿Y entonces a usted qué le toca?
Bueno, yo soy la Euskal Telebista Internacional [risas]. No me voy a pegar ahora aquí la boutade de que aquí yo soy la BBC internacional o así... No, no, no. Yo soy la ETB y por eso también, precisamente, uno de mis sobrenombres es FM. O sea, yo estoy emitiendo constantemente esa cara B de lo que está pasando en el mundo, esa cara no oficial que es la que no se cuenta. Por eso soy Muguruza FM.
Confírmeme algo que no sé si es una leyenda urbana. ¿Con Kortatu llegaron a sonar en Los 40 Principales?
Sí, sí, sí, claro. El impacto de Kortatu fue tan fuerte que lo ponían en la discoteca en la que a mí no me dejaban entrar nunca, porque éramos un poco así... raspas. A última hora solo estaba esa discoteca abierta y estábamos en la puerta y escuchábamos lo que pinchaban dentro. Y yo le decía al matón: “Oye, tú, que está sonando mi grupo”. Y él me decía: “Muguruza, venga, aire, que nos conocemos...”. Y yo, por si acaso, me retiraba un poco...
Aquel joven raspa del 84 ¿se imaginaba estar cuatro décadas después dando guerra? La muerte de Íñigo ha sido el golpe que más ha sufrido, pero en este tiempo ha tenido que ver también cómo mucha gente con la que compartieron escena al principio se quedaba en el camino. Solo el hecho de llegar ¿tiene su parte de triunfo?
Sí, efectivamente. ¿Si yo me imaginaba alguna vez esto? Pues no. Yo era un chaval muy existencialista, que lo sigo siendo, pero en ese momento no pensaba que fuese a pasar yo de los 35.
Vamos, que "no future...".
Son sensaciones juveniles. En cuatro años, casi cinco, hicimos casi 300 conciertos con Kortatu, prácticamente no dormíamos, viajábamos de un sitio a otro... No pensaba que después de 40 años podría estar haciendo esto, llegar a este tipo de recintos, a los que por lo general se acude solamente con grandes promotoras. En nuestro caso, y quiero subrayarlo, seguimos con promotoras independientes y autogestionadas, lo que he defendido toda la vida: nunca he firmado por una multinacional y esa también es otra de las grandes victorias. Y, por supuesto, cantando en una lengua minoritaria como es el euskera. Eso sí que no se ha conseguido nunca y creo que es importantísimo poder contarlo. Cuando no tenemos este tipo de referencias, decimos que no es posible, hasta que ves que alguien puede. Esa ha sido una de las grandes enseñanzas del feminismo: cuando no teníamos referencias de mujeres en los escenarios, costaba más; en cuanto empiezan a existir, ocupando esos espacios, cada vez surgen más grupos de mujeres.