Es domingo en Madrid, hace sol y un grupo de jóvenes en la Plaza de Legazpi espera algo que hace un año habría sido inconcebible: un autobús para ir a un festival de música. “¿Sabéis dónde para el bus?”, pregunta desconcertada una de las asistentes. A priori no hay muchas personas esperando, pero los pequeños grupos de festivaleros con tote bags y gafas de sol indican que, efectivamente, ese es el punto de recogida.
Esta ha sido la primera semana en que el horario de las salas de fiesta en la capital se ha podido alargar hasta las 6:00 de la mañana. También ha sido la semana en la que Chapineria, un pequeño pueblo a unos 50 kilómetros de Madrid, se ha transformado durante tres días en un escenario por el que han pasado grupos como Panda Bear o Maria Arnal. También encabezaban el cartel Los Planetas, una de las bandas de indie rock más importantes de nuestro país que vuelve a estar de gira tras el parón por el coronavirus y que ha provocado que cuelguen el letrero de sold out. Se trata del Festival Brillante, nacido de la misma productora que organizó conciertos en diferentes teatros de la capital cuando las reducciones de aforo y el toque de queda no eran tan amables como en estos momentos.
Su preparación en realidad comenzó hace mucho. La Productora Brillante es una empresa formada en plena pandemia, entre otros, por los responsables de Sonido Muchacho, Mont Ventoux y La Castanya y tres sellos discográficos independientes. “Madrid Brillante nace para demostrar que la música continúa más viva que nunca”, reza su eslogan. Y, el festival en Chapinería, es la muestra que intenta cumplirlo. “Montamos los ciclos con intención de ayudar al sector y la continuación natural era organizar un festival que, salvando las distancias, fuera a la vieja usanza: tres días en los que los músicos y el público comparten espacio en un mismo lugar”, explica a elDiario.es Nacho Ruíz, uno de los organizadores del festival.
El portavoz del encuentro hace hincapié en la necesidad de estos eventos para la recuperación de un sector tan perjudicado como es el de la música en vivo, ya que de esa industria depende una amplia cadena de trabajadores que van desde técnicos hasta transportistas. “La gente cuando piensa en músicos lo hace en las estrellas, pero no es así. Eso es solo la punta del iceberg y el resto somos personas que trabajamos y que tenemos que llegar a final de mes”, reivindica.
Unos 40 minutos después, el bus se detiene frente a una pequeña huerta con coles y un espantapájaros que da la bienvenida. Aunque el aire se siente más limpio que en la capital, para nada se trata de una zona deshabitada. La pequeña localidad se ha transformado en un parque temático musical. Hay señales que indican los diferentes escenarios, puestos de merchandising y foodtrucks. Las calles y las plazas están ocupadas por jóvenes que pasean con vasos de plástico en mano y camisetas de diferentes grupos de música.
Chapinería parece, por unos instantes, ser un túnel del tiempo hacia un pasado no tan lejano. La perspectiva cambia al acceder a un concierto: un cartel alerta de las limitaciones del aforo y de la obligación tanto de llevar mascarilla como de permanecer sentado. Todo ello a pesar de que la distancia de 1,5 metros puede guardarse sin problemas, al contrario de lo que podía suceder en otros recintos como en la Feria del Libro de Madrid. Por eso, quizá aprovechando que mientras se consume está permitido que bajarse la mascarilla, era habitual ver a los asistentes con el rostro descubierto.
“Lo de las medidas está bien hasta cierto punto, aunque algunas cosas las veo un poco ridículas, como estar sentado con mascarilla y que luego en una terraza no tengas que llevarla”, critican David, Quim y Belén. Los dos primeros han llegado desde Barcelona, atraídos por el cartel y por las ganas de volver a disfrutar la música en directo. “Los conciertos online al final eran un sucedáneo. Era como pedirte una caña con limón cuando quieres un cubata”, confiesan entre risas.
La política sanitaria para la cultura es diferente en otros países cercanos como Reino Unido o Francia, que desde el 30 de junio permite los conciertos con público de pie. “Sentimos que en España esas medidas están siendo un poco aleatorias y que tienen un punto de cosmética. Nadie sabe qué es lo correcto, pero si pueden estar 20 personas en un restaurante comiendo sin mascarilla yo creo que se podría estar de pie al aire libre”, señala Ruíz. Por eso, quienes están cerca del escenario intentan marcar el ritmo levantando la mano y agitando las caderas mientras que otros, los rezagados a los laterales del escenario, sí aprovechan para saltar como en los viejos tiempos. Es lo que por ejemplo ocurrió con el concierto de Chill Mafia, que culminó con un maquineo a todo volumen por los mismos altavoces que poco después recordaban las medidas contra la COVID-19.
Una ruta de senderismo antes de ver a María Arnal
Una de las particularidades del Festival Brillante es que la oferta musical se combina también con planes de naturaleza y de patrimonio, como las rutas de senderismo organizadas por el centro de naturaleza del pueblo. La intención, como señala Ruíz, es también la de poner en valor una de las zonas más olvidadas de Madrid como es la de la Sierra Oeste. “Los artistas van paseando por el pueblo, se acercan a los otros conciertos, la gente está en las plazas, hay actividades por el campo, se hacen rutas… Hay un cóctel de cosas que creo que merece la pena mantener”, apostilla.
Porque, a pesar del escepticismo inicial de algunos vecinos por cómo se iba a gestionar la ocupación del espacio público, al final la organización también se ha preocupado por trabajar esa relación. “Conocíamos el pueblo y nos parecía que unía la logística de los servicios con una oferta distinta fuera de la ciudad. También era importante que fuera un evento sostenible, que pueda crecer de forma sostenible con el pueblo y traer una riqueza económica sin suponer un problema”, valora el organizador. De hecho, adelanta que ya están preparando la siguiente edición y que les gustaría convertirlo en una cita anual.
Con los últimos rayos de sol llega el concierto de María Arnal i Marcel Bagès, encargados de poner el broche de oro al Festival Brillante. La puesta en escena es minimalista pero cuidada al milímetro: unos sencillos focos y vestidos blancos que contrastan con el negro del fondo. Un juego entre luz y oscuridad que se hace todavía más evidente al caer la noche sobre la sierra oeste de Madrid. Si todo va según lo previsto, volverá a brillar el año que viene.