La historia oculta de 6 canciones míticas para celebrar el Día Internacional del Jazz
Los orígenes del jazz, como los de casi cualquier estilo musical, se vuelven más difusos cuánto más se intenta definirlos. A menudo se puede leer que el jazz como tal nació en Storyville en Nueva Orleans, un barrio de mala fama abundante en bares y burdeles en los que se cometía todo tipo de ilegalidades entre tráfico de opio, prostitución y asesinatos por cuentas pendientes. Y que en este barrio se hizo un nombre Buddy Bolden, conocido como el primer músico de jazz de la historia.
Sin embargo, historiadores como Donald Marquis aseguran que si nos remontásemos a testimonios y entrevistas de la época, a hechos demostrables, casi ninguno de los primeros músicos de jazz tocaron nunca en el barrio de marras. Mucho menos Buddy Bolden, que no pisaba burdeles ni sitios que considerase moralmente dudosos. Amén de que él mismo, “bien puede ser la figura más enigmática que esta música ha producido en su historia”, decía músico e investigador Ted Gioia en Historia del Jazz. No se conserva ni una sola grabación de este músico, y sus creaciones no aparecieron mencionadas por escrito hasta 1933, dos años después de su muerte, y unas tres décadas después de que Bolden hiciera su aportación al revolucionario nacimiento de un nuevo estilo de música norteamericana.
Esta indefinición la encontramos tan solo dando unos poquísimos pasos en el terreno de sus orígenes, pues los antecedentes del jazz se remontan a la africanización de la música americana durante los siglos siglos XVIII y XIX. Sus raíces se encuentran en melodías entonadas por esclavos, cuyo acervo también está presente en el nacimiento del blues y en gran parte de la cultura norteamericana.
No es de extrañar, pues, que cuando hablamos de algunos de los temas más conocidos e influyentes de esta música también existan múltiples lecturas de su origen. Rescatamos algunas de El canon del jazz: los 250 temas imprescindibles, delicioso ensayo escrito por Ted Gioia y publicado España por Turner, así como de la célebre lista de las canciones esenciales del jazz que eligieron más de dosmil oyentes de NPR Music y la cadena estadounidense Jazz24. Casi todas las hemos escuchado una y mil veces y, sin embargo, desconocemos su origen y significado. Celebramos el Día Internacional del Jazz rastreando la historia detrás de grandes canciones.
So What, de Miles Davis
So What,
So What es la primera canción del álbum más vendido de la historia del jazz: Kind of Blue de Miles Davis, y una de las melodías más escuchadas de su obra. Sin embargo, no la haría famosa él sino a su contrabajista Paul Chambers. La canción, algo insólito en 1959, se puede interpretar como un diálogo constante entre el contrabajo y los solistas de viento, que parecen preguntarse y contestarse algo constantemente de forma brillante. “Si el jazz fuese una guerra”, decía Ted Gioia en El canon del jazz, con esta canción “Davis anunció de repente el fin de la carrera armamentística: dejó a un lado los misiles y las cabezas nucleares y optó por apañarse con el equivalente musical de palos y piedras”.
La canción era la expresión de una voluntad íntima de Miles de desnudar la música que tocaba, de tratar de forma reduccionista el jazz. ¿Cómo? Podríamos decir que las canciones populares del jazz de la época exigían, por ejemplo, que el solista cambiase constantemente de escalas. En cambio, lo que proponía Davis era alejarse de toda variación y limitarse a una sola escala sin remilgos. Al mínimo. Aquello irritó a más de un músico de su banda, pero cambió la historia del jazz.
My Favorite Things, de John Coltrane
My Favorite Things
Cuando Coltrane tocaba My Favorite Things, casi todo el mundo la conocía pero no precisamente por el músico de Richmond. Esta canción, compuesta originalmente por Richard Rodgers con letra de Oscar Hammerstein II, se hizo muy popular gracias a The Sound of Music, el musical de Braodway que entraría en los anales de la historia convertido en una película aquí conocida con el nombre de Sonrisas y lágrimas.
No obstante, en su día casi nadie veía la pieza como algo traducible al jazz, y muchos miraron de reojo a Coltrane cuando defendió que aquello era un diamante en bruto. Cuanto más le decían que no había manera de adaptarla, más se empeñaba él, hasta el punto de que la primera vez que la grabó en estudio, en 1960, la pista duraba catorce minutos y ocupaba más de un tercio del elepé homónimo. Sea como fuere, quienes le contradijeron metieron la pata porque la canción se convirtió en un tremendo éxito y, con los años, se ha convertido en uno de los más célebres devaneos de la historia entre el cine y el jazz.
I Can't Give You Anything but Love, de Ella Fitzgerald
I Can't Give You Anything but Love
A los especialistas les encanta discutir sobre la autoría de este célebre tema, pues su origen sigue siendo incierto. Se dice que la compuso Fats Waller, gran pianista de swing, que en 1929 le contó a un periodista que había malvendido una composición que se había convertido en todo un éxito. Años después Andy Razaf, afamado letrista que había trabajado con Waller, abrió el interrogante en torno al robo de la canción. En el lecho de su muerte, una amiga íntima le pidió que tararease su letra favorita de cuantas había escrito, a lo que Razaf contestó entonando I Can’t Give You Anything but Love.
Sea como fuere, la canción se convirtió en una de las más escuchadas de la era del swing. De hecho, se hizo tremendamente popular tras el estreno en Broadway de The Blackbirds of 1928, un musical en el que se interpretaba la canción mediante una coreografía de escaleras que Shirley Temple haría famosa. Pero sin duda la versión más célebre vendría a cargo de la voz de Ella Fitzgerald que la tocaría toda su vida. En 1974, tras décadas dándole vida sobre los escenarios, la Reina del jazz sorprendió a todo el mundo con una versión junto con Clark Terry que luego se incluyó en el álbum Fine and Mellow. Hoy es considerada una de las mejores canciones de la historia del jazz.
Take Five, de Dave Brubeck
Take Five,
“En su momento estaba dispuesto a cambiar los derechos de autor de Take Five por una maquinilla de afeitar usada”, confesaría en Dave Brubeck en 1976 en una entrevista radiofónica. El pianista y compositor le había pedido a su saxo alto, Paul Desmond, que le compusiese una pieza para un disco que reuniría canciones con métricas poco habituales. Pero cuando descubrió lo que Desmond había preparado, arqueó la ceja pensando que aquello iba a ser un fracaso sonoro. Se equivocó y reconoció su error, pues no solo se convertiría en una de las canciones más radiadas del jazz, también en unos compases que influirían en las primeras bases de rap, en las interpretaciones de bandas marciales y hasta en el canto habitual en corales.
Ante la sorpresa, Desmond aseguró que aquello era una señal y que la canción tenía un propósito que se les escapaba. A su muerte dejó estipulado que los ingresos derivados de los derechos de autor de esta canción irían a parar a la Cruz Roja estadounidense. Se calcula que la institución lleva recaudados seis millones de dólares con aquella canción que bien podría haberse cambiado por una maquinilla de afeitar. “Puede que Take Five sea el éxito musical más insospechado de su época”, escribía Ted Gioia en El canon del jazz.
Take The A Train, de Duke Ellington
Take The A Train
Take the A Train podría no haberse escuchado jamás y hoy no sería una de las canciones más famosas de El Duque del Jazz si este no hubiese mantenido una abierta batalla con la ASCAP -la SGAE norteamericana-. A mediados de los cuarenta, la sociedad de autores le prohibió abrir sus conciertos con la canción con la que lo había estado haciendo, Sepia Panorama. Ante el veto, buscó una sustituta y Billy Strayhorn, colaborador habitual, sacó un as en la manga que llevaba tiempo trabajando: Take the A Train. Este no se la había enseñado antes por miedo a que pensase que se parecía demasiado a una canción de Fletcher Henderson, acérrimo rival de El Duque. Pero cuando se atrevió a hacerlo, aquello le encantó y desde entonces la orquesta de Ellington abriría siempre con Take the A Train.
Con los años, El Duque hizo varias versiones del trabajo de Strayhorn. La más famosa, titulada Manhattan Murals, pasó a la historia del Carnegie Hall con el nombre de Ellington como coautor de la pieza. Sin embargo, la huella de esta canción de Ellington-Strayhorn se quedaría por siempre en la historia del jazz.
God bless the Child, de Billie Holiday
God bless the Child
De los rifirrafes con la ASCAP también surgieron otras voces y canciones, algunas fundamentales para la historia del jazz como fue la de Billie Holiday. En 1940, la SGAE norteamericana se declaró en huelga para sacar mayor retribución de las emisoras de radio, lo que se tradujo en que muchísimos compositores se quedasen fuera de las ondas durante meses. Pero como no hay mal que por bien no venga, resultó una oportunidad de oro para aquellos que no estaban afiliados a la ASCAP. Así fue como Billie Holiday consiguió que su God bless the Child se convirtiese en una de las canciones más populares del momento.
La canción nació del encuentro de la cantante con Arthur Herzog, un compositor neoyorquino. Se conocieron después de un concierto y, mientras hablaban de lo que podían hacer juntos, Holiday soltó “God bless the Child”. Herzog le preguntó qué significaba y Holiday le contó que era una expresión popular del barrio obrero en el que se crió, en Fell’s Point, Baltimore: “Es lo que siempre se decía cuando tu madre tenía dinero, tu padre tenía dinero, tu hermana y tu prima tenían dinero, pero tú no tenías ni un centavo”, le dijo. La expresión se convirtió en canción... y la canción en hito del jazz.