El diccionario Webster informa de que, desde hace unos 100 años, se llama hip y hep a la gente que está a la última y controla las últimas tendencias, modas y, sobre todo, novedades musicales. Enteradillos, que les llamamos. Los nerds de la música popular saben de los hep cats de los años 30 y 40 que escuchaban jazz y llevaban boina y perilla, de los hippies de San Francisco o del grupo Hep Stars, con los que se dio a conocer Benny Andersson. El prefijo hip forma parte de hip-hop pero, para ser hip, no hace falta amenazar con el puño cerrado y el pulgar y el meñique estirados.
Las revistas de tendencias se empeñan en convertir al hipster en tribu urbana con sus códigos, su uniforme y sus dogmas. Pero tradicionalmente los hipsters han sido siempre bohemios y contestatarios... ¿Ahora? Muchos trabajan en publicidad y son adictos al Mac OS X... ¿Contestatarios? Bueno... Digamos que tiran la maquinilla de afeitar al grito de “¡Queremos hipotecas justas!”.
Los gustos musicales del hipster varían, pero suelen caer dentro del pop, el tecno y la modernez. Prefieren el vinilo a cualquier otro soporte y, en general, saben que queda muy bien nombrar a Debussy cuando llevas dos manguitas. Para los curiosos, inquietos, morbosos y cotillas, hemos preparado está lista de los grandes villanos de la partitura que, a diferencia de Galactus, Victor von Doom o Magneto, existieron históricamente, tuvieron relación con la música, permanecen vivos en nuestra memoria y nos entran prácticamente a diario por los ojos, las orejas, el gusto y, quizás también, el olfato, aunque no es probable.
No se trata de poner en duda el talento y mérito de los citados, sino de dejarnos llevar por el placer de destruir, centrarnos en lo negativo y atender a sus meteduras de pata.
Por supuesto, son mis gustos y manías y se admiten protestas, sugerencias y chistecitos. Por supuesto que, si no estás de acuerdo, no pasa nada: la música es para disfrutarla, para comentar y para intercambiar gustos, sensaciones, opiniones y curiosidades.
1. Gesualdo, Carlo (1560-1613). Asesino psicópata que descubrió a su esposa y a un duque retozando con camisones de puntillas. De un mandoble les atravesó de parte a parte. Luego se ensañó con los cuerpos. Como era príncipe, logró escaparse y se dedicó al masoquismo, la nigromancia sexual y la música. Su cerebro perturbado se expresó musicalmente con 300 años de adelanto y actualmente se le considera más vanguardista y osado que ningún compositor anterior a Schoenberg. Stravinsky, Boulez, Aldous Huxley, Franco Battiato y otros muchos se han declarado fans.
2. Salieri, Antonio (1750-1825). Muchos cinéfilos tienen claro que el italiano envenenó a Mozart. La historia no lo demuestra en absoluto, pero siempre es bonito encontrar a un villano a quien cargar la culpa de las desgracias. Paradójicamente, Amadeus sirvió para despertar el interés por su obra después de más de cien años casi olvidada.
3. Rossini, Gioachino (1792-1868). Es la prueba de fuego para el hipster: triunfador, satisfecho y glotón, su biografía no es la del genio atormentado y turbulento que nos gusta admirar. Al contrario. Su música es juguetona, melódica, fácil y predecible. No tenía escrúpulos para plagiarse a sí mismo con descaro en un corta y pega tal vez provocado por las exigencias de su éxito. Sus recetas culinarias abusan del foie, que es lo más contrario a la ética animalista que existe.
4. Rimsky-Kórsakov, Nikolái (1844-1908). El compositor ruso fue un gran orquestador que solía sacar punta a los trabajos ajenos. Llevó su perfeccionismo hasta el extremo de corregir las obras de sus amigos y compañeros y se pasó mucho cuando, muerto Mussorgsky, retocó y corrigió sus obras –sobre todo la ópera Boris Godunov– depurando lo que para él eran errores y chapuzas técnicas.
5. Scriabin, Alexander (1872-1915). Pianista virtuoso, compositor lírico e innovador y hombre de extraños misticismos, falleció cuando estaba componiendo una pieza con la que pretendía desencadenar el fin del mundo. Se iba a llamar “Mysterium” y debía estrenarse en un bello paraje, acompañada de bailes, coros y perfumes. Nunca llegó a ser completada, no sabemos si por suerte o por desgracia.
6. Schoenberg, Arnold (1874-1951). Hay quien le tiene pavor y considera que, por culpa de sus teorías, el placer de oír música puede convertirse en un susto continuo. Los psicólogos explican que nuestro cerebro funciona por medio de patrones familiares que usamos para medir las cosas nuevas. El hipster nerdo, que ha oído free jazz, ragas, música industrial, etc., tiene ya algunos de esos patrones asimilados y no le cuesta tanto disfrutarlo. Ventajas de las gafas de pasta.
7. Segovia, Andrés (1893-1987). Sacó la guitarra de las tabernas y la llevó a las salas de concierto. Su técnica era tan impresionante que se convirtió en obligatoria y en tortura para todos los aprendices que no poseen sus largos dedos y sus uñas de acero. Virtuoso incomparable y maestro de todos, era un fundamentalista cascarrabias y un pelín maleducado. No soportaba la música moderna y despotricaba con rencor contra los Beatles y Jimi Hendrix.
8. Winifred Wagner (1897-1980). La nuera de Richard dirigió el Festival de Bayreuth hasta 1945. Era amiga personal de Hitler y en cierto modo culpable de que, cuando declaras tu aprecio por la música del suegro, flote en el aire la acusación implícita (y a veces también explícita) de simpatía hacía los crímenes nazis. El equipo de wagnermanía.com, portal dedicado al compositor, nos explica que Winifred “nació en 1897 y no conoció al compositor, muerto en 1883. ¿Qué culpa tiene él del uso o abuso que hicieran su nuera o el dictador décadas después de su muerte? Wagner era antisemita, pero también fue un revolucionario de izquierdas, participó activamente en la revolución de Dresde y fue amigo de Mijaíl Bakunin. Ha sido considerado adalid de diferentes causas que a veces poco o nada tienen que ver con su obra”.
9. Visconti, Luchino (1906-1976). Una película suya convirtió la música de Mahler –concretamente el cuarto movimiento de su Sinfonía nº 5– en lugar común favorito de la gente lista para darse pisto. Pedro Calleja, crítico de cine, publicista y especialista en cultura popular, lo defiende: “Que Visconti y Mahler estén unidos eternamente gracias a Muerte en Venecia no supone una tragedia para la cultura occidental. Uno de los temas principales del film, junto con la 'peste' vacacional y lo que los franceses denominan 'ennui' finisecular, es la gran belleza: no sólo la gran belleza de un efebo rubio jugando en calzón corto por la playa del Lido, sino la Gran Belleza con mayúsculas. ¿Y qué mejor música para ilustrar La Gran Belleza que el Adagietto?”.
10. Chéreau, Patrice (1944- 2013). Director teatral y cineasta. Entró a saco en Bayreuth en 1976 cargado de simbolismos izquierdosos setenteros e hizo echar fuego por la boca a los talibanes de la ópera, lo cual tiene su gracia. Lamentablemente, desde entonces, los espectadores nos tenemos que tragar decorados industriales, levitones, cancanes y redingotes en el 99,9% de las producciones operísticas. A la que te descuidas, te sale alguien vestido de new romantic o en pijama. Las posturas ridículas y forzadas en escena son habituales, sin consideración para el buen gusto ni para la buena emisión de la voz.