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Jokkoo, política antirracista para las pistas de baile

Nando Cruz

20 de marzo de 2022 21:56 h

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En 2045 tal vez ya no tendrá sentido publicar artículos como este, pero que en 2022 seis afrodescendientes asuman el comisariado de un festival de música electrónica en Madrid es un hito cultural de gran magnitud en un país que, por decirlo finamente, tiene una relación problemática con la negritud. Este año el colectivo Jokkoo, afincado en Barcelona, es el responsable de la programación del ciclo Electrónica en Abril que organiza La Casa Encendida. Solo así se explica que del 31 de marzo al 3 de abril el centro cultural madrileño reciba un puñado de artistas procedentes de Ghana, Tanzania, Angola y Uganda.

Pero, ¿quiénes son Jokkoo? Maguette Dieng (alias Mbodj) y Miriam Camara (alias TNTC) son las únicas integrantes del colectivo nacidas en España. La primera es de familia senegalesa y la segunda tiene sus raíces en Guinea-Conakry. Baba Sy nació en Senegal y vive en España desde hace décadas. Nicolas Beliot (alias Mookie, nacido en Francia y con raíces en la isla caribeña de Guadalupe), Ismaël Ndiaye (alias B4mba, nacido en Francia y de origen senegalés) y Oscar Taylor (alias Opoku, inglés de familia ghaniana) completan la familia Jokkoo. La más joven tiene 28 años y el mayor roza los 40. Los seis están vinculados, con mayor o menor intensidad, a la escena electrónica de baile barcelonesa en calidad de productores o discjockeys.

El que más recorrido tiene es Baba Sy. Entre 2013 y 2017 alternó funciones de camarero y dj residente en la sala Razzmatazz y protagonizó salvajes sesiones de techno agresivo en las fiestas This Is Hardcore como 50% del dúo Babarians. “Daban un poco de miedo”, reconoce Maguette, que lo conoció en aquella época. Baba y Maguette son la matriz del colectivo Jokkoo, fundado hace cinco años a partir de un encuentro cultural de la comunidad afrodescendiente en el que hubo comida, conciertos y sesiones de discjockeys. En 2017, ella aún se dedicaba al patronaje de telas, pero como melómana compartía con Baba una sensación creciente. “Detectábamos que faltaba una presencia de música electrónica africana en los clubs y quisimos hacer algo”, resumen. Ese año Baba se hartó de pinchar música que no le representaba y decidió concentrar sus esfuerzos en visibilizar los sonidos electrónicos africanos que ya empezaban a ser demandados por los festivales y los clubs del norte global.

En Razzmatazz, Baba y Maguette conocerían a Opoku. Coincidieron los tres pinchando como refuerzo en un concierto del grupo anglo-ugandés Nihiloxica en 2019. Automáticamente lo sumaron a la familia Jokkoo. Entre el público estaba Mookie, que intuyó que Jokkoo podía ser un buen barco al que subirse. “No sé lo que es, pero me apunto”, decidió. Ese mismo año, B4mba abandonó Montpellier y se instaló definitivamente en Barcelona. A Miriam no la conocieron en los clubs, sino en eventos de la comunidad afrodescendiente. Miriam vivió una temporada en la Nova Usurpada, “un centro social ocupado de gente migrante y racializada que intentaba cubrir el vacío de okupas antirracistas”, explica. “¡Migra y resiste!” era uno de sus lemas antes del desalojo. En la Nova Usurpada se hacían fiestas. Alguien tenía que pinchar y así empezó Miriam.

¿Qué pincha un discjockey negro?

“Jokkoo es un proyecto, una visión. Nuestra misión es fomentar un respeto por nuestro sonido, nuestra diáspora y nuestro continente en el mundo nocturno”, suelta Baba, que lleva décadas acudiendo a clubs en los que solo pinchan discjockeys blancos. “Hay un sonido electrónico africano que no se escucha. La diáspora africana está haciendo una música brutal, pero no tenemos representación en los clubes. En Europa no se investiga el sonido urbano africano ni la electrónica africana”, lamenta. Maguette añade un matiz: “El sonido negro electrónico que suena en los clubs es el techno de Detroit, el house de Chicago… Puedes ver discjockeys negros, sí, pero casi todos son de la diáspora americana y de una generación más antigua. Es necesario actualizar esa mirada”.

El club de baile es uno de tantos espacios de nuestra sociedad en los que los prejuicios racistas y los equívocos pueden eternizarse. “Ves a una persona blanca en el escenario y no puedes saber qué va a pinchar. Pero ves a un discjockey negro y ya esperas qué va a poner: afrobeat, afrohouse, Fela Kuti… Hay que empezar a romper eso”, propone Miriam. La misión que se ha autoimpuesto Jokkoo trasciende lo musical para adentrarse en lo sociocultural. “Está muy bien que un chico afro de Badalona vaya a Razzmatazz y nos encuentre pinchando. Se va a sentir acogido, va a sentir que encaja. Y eso tiene gran valor”.

Jokkoo es un proyecto, una visión. Nuestra misión es fomentar un respeto por nuestro sonido, nuestra diáspora y nuestro continente en el mundo nocturno

Este fin de semana Jokkoo ha programado una de sus veladas trimestrales en Razzmatazz, con la discjockey ugandesa Catu Diosis y el colectivo afrogalo Maraboutage, entre otros. Representando al colectivo estaba Opoku. Son días excitantes para Jokko. “Uno de los grandes cambios que noto es que tanto clubs como festivales están abriendo la curaduría a colectivos. Un colectivo de discjockeys puede estar más actualizado que un booker. Es una fórmula que no tiene fallo”, celebra Maguette. Por otro lado, la idea de delegar la programación a un colectivo genera un efecto ola vital para la misión de Jokkoo: “Hace que se perciba un movimiento y que haya una mayor identificación del público con los que pinchan. Se genera una familia grande en el público, más allá de la pequeña familia que pincha. Cuando salimos del club, la familia ya ha crecido”, suma Baba.

Misioneros de ida y vuelta

Al hablar de África y de misiones pronto vienen a la memoria aquellos religiosos que llegaron al continente para expandir el cristianismo. Sin embargo, a Jokkoo les gusta referirse a su objetivo como una misión, reapropiándose del término y devolviéndolo a esta Europa en la que ahora ellos quieren propagar la electrónica africana. “Más allá de desarrollar nuestras carreras, queremos cambiar la perspectiva de lo que se entiende por música electrónica de calidad. Programando podemos introducir esta mirada. ¿Por qué este artista nunca ha estado en España si lo hace igual de bien que este otro que viene cada año? Eso es mirar más allá tu carrera y de ese individualismo que siempre ha tenido el discjockey o del artista que se promociona a sí mismo y ya está”, plantea Maguette.

Y para expandir su misión, Jokkoo están empleando todos los instrumentos a su alcance: sus componentes emiten un pódcast en la emisora digital Dublab, han pinchado en fiestas de pequeñas asociaciones culturales y en festivales municipales como BAM-Cultura Viva, en el Sónar y el Boiler Room, programan en museos como el Macba y, en definitiva, meten la cabeza donde pueden. “Todas las plataformas son buenas”, coinciden. Y siendo seis, se reparten en función de dónde se sienta más útil y cómodo cada cual. “Se trata de planear algo que pique un poco y abra una puerta mental. De repente, unas personas pueden interesarse en esta música, conectar con gente que está creando ese sonido en África y, a partir de ahí, conectar con otras personas de la diáspora que también lo hacen. Y todo eso crea una tela de araña que poco a poco va creciendo”, intuye Mookie. Las telas de araña son la red que sostiene la cultura. Y lo interesante aquí es que el vínculo entre Jokkoo y el ciclo Electrónica en Abril se forjó en el punto más lejano de esta tela de araña que entrelaza la diáspora africana.

Empezó en Uganda

En 2019 Maguette y Baba planearon un viaje de placer y descubrimiento al festival Nyegue Nyegue que se celebra en Uganda desde 2015. “Si representas un sonido, tienes que saber lo que se cuece y para eso no vale estar solo sentado frente al portátil”, justifica Baba. “La gente dice que es uno de los mejores de África porque pasa en África, pero es uno de los mejores festivales del mundo. Tiene un line up brutal con representación de artistas de todos los continentes”, amplia Maguette. Tratándose de un festival que abraza todo tipo de sonidos electrónicos del continente africano y su diáspora, Maguette y Baba ofrecieron sus servicios como discjockeys y entraron a formar parte de su cartel.

Unas personas pueden interesarse en esta música, conectar con gente que está creando ese sonido en África y, a partir de ahí, conectar con otras personas de la diáspora que también lo hacen

El recuerdo de su experiencia en Nyegue Nyegue va más allá de haber pinchado allí. “¿Emocionante? Fue más que eso. Era un planeta negro, un paraíso negro”, intenta explicar Baba aún traspuesto por el impacto que le supuso verse rodeado de discjockeys y artistas negros tras décadas acudiendo a pistas de baile 100% blancas. “Además, había muchas dj. Creo que vi pinchar a más mujeres que hombres y fue muy impactante también sentir esa energía femenina”, añade Maguette. Una de las escasísimas españolas en aquel festival ugandés era Mónica Carroquino, subdirectora de La Casa Encendida. El destino quiso que se conocieran a 8.500 kilómetros de Madrid y Barcelona. Llegó la pandemia y el planeta se detuvo, pero el recuerdo de aquel viaje a Uganda no se le borró ni a Baba ni a Maguette. Tampoco, a Mónica Carroquino.

En otoño de 2021, el colectivo Jokkoo recibía el encargo de programar la nueva edición del madrileño Electrónica en Abril. Es, con diferencia, el encargo de mayor envergadura que han recibido Maguette, Baba y compañía hasta la fecha. Y aquí se produce una llamativa paradoja: las instituciones culturales están abriendo sus puertas a la electrónica panafricana con más interés que los clubs de baile. Miriam recela: “A las instituciones les interesa. No sé si es por la cuota de diversidad, pero ahora les interesan cosas que han estado ignorando mucho tiempo. Y les da un capital social”, intuye. Maguette incide en que son las instituciones las que están dando el paso y acercándose a sus planteamientos, a diferencia de los clubs, a los que han tenido que insistir y convencer a base de tiempo. “Pero más allá de la cuota, hay gente en estas instituciones que se interesa por cosas nuevas y le pone amor y cuidado”, celebra Dieng.

En un país donde la presencia de artistas africanos en la agenda musical es poco más que una exótica excepción, Jokkoo ha dado la vuelta por completo a la fisonomía del ciclo Electrónica en Abril. Del 31 de marzo al 3 de abril, La Casa Encendida acogerá actuaciones de la rapera ugandesa MC Yallah, del dúo de trepidante singeli tanzano Duke & Mczo, del productor de kuduro angoleño Nazar, del proyecto palestino de hip-hop Lil Asaf & Ba y del artista multidisciplinar ghaniano Steloo, así como inéditas escalas en España de artistas de la diáspora africana como la inglesa Klein o el francés Nsodos. “Es la mejor programación que he visto en mi vida”, suelta Mookie, mientras repasa mentalmente, una y otra vez, la lista de artistas que componen este cartel inimaginablemente negro.

FOC, su propio club

La penúltima aventura del colectivo Jokkoo ha sido fundar su propio local para no tener que vivir a expensas de lo que encaja o no encaja en las cada vez más apretadas agendas de los clubs. Se llama FOC (fuego, en catalán) y está en la tercera planta de una nave industrial semiabandonada en la Zona Franca de Barcelona, a escasos metros del cementerio de Montjuïc. Aún están trabajando en el diseño arquitectónico y sonoro del espacio, pero ya han montado alguna fiesta. En diciembre pinchó De Schuurman, un discjockey afroholandés con raíces en la isla caribeña de Curaçao. Aquel sábado noche, en la inmensa y diáfana pista del club FOC, hubo una inusual mezcla de colores de piel entre el público. Mientras Baba Sy y De Schuurman se alternaban en los mandos, en una de las paredes del local se proyectaba Afro Samurai, anime japonés de estética futurista protagonizado por un joven de pelo afro que busca justicia en el mundo.