REM, Jane’s Addiction, Hüsker Dü, The Replacements... La gran mayoría de grupos norteamericanos que a lo largo de los años ochenta contribuyeron a introducir el rock alternativo entre los gustos mayoritarios, estuvo compuesta por hombres. Hubo excepciones como la de Kim Deal, que primero estuvo en Pixies y después fundó The Breeders, una de las bandas que capitaneó el asalto de la revolución ruidosa a las listas de éxitos. Sonic Youth no llegó a vender tantos discos como ellas, pero ejercieron de caballo de Troya para que una nueva generación de artistas invadiera los canales de música mayoritarios.
Como parte de un grupo venerado que funcionaba como foco renovador, Kim Gordon âcofundadora, bajista, guitarrista y vocalista del cuartetoâ aportó mucho más que una imagen femenina en un terreno tradicionalmente masculino. Su voz cuestionó el papel y el espacio de la mujer en el rock en unos años en los que este tipo de cuestiones eran secundarias.
En sus memorias (La chica del grupo, 2015), Gordon reflexionaba así a partir del debut de Sonic Youth en los escenarios londinenses en 1986: “Por lo general, a las mujeres no se les permite ser la hostia. Es como la famosa distinción entre arte y artesanía: el arte y el desenfreno y llevar las cosas al límite es algo masculino; la artesanía, el control y el refinamiento es para las mujeres. Culturalmente, no permitimos que las mujeres sean tan libres como estas quisieran, porque es algo que da miedo”.
Su conquista de esa libertad creativa define un periplo cuyo último episodio lleva por título The Collective. Es el segundo álbum que firma con su propio nombre, y en él, Gordon amplía una vez más su campo de acción, explorando sonidos que no provienen necesariamente de las guitarras. Su disco anterior, No Home Record (2019), incluía la canción Hungry Baby, impregnada por el impacto del #MeToo. “Ha propiciado una plataforma para que las mujeres se manifiesten y hablen de asuntos como el acoso sexual, que están asumidos y normalizados por la sociedad. Es un asunto complicado de resolver porque vivimos en un mundo muy reaccionario, dominado por las redes sociales donde todo es o blanco o negro, no existe la zona gris que permite el debate”, afirmó en una entrevista para El País.
En uno de los temas de The Collective, la artista se mete en la piel de un político ultraconservador que se queja de cómo el feminismo está aniquilando la masculinidad tradicional: “No me llames tóxico solamente porque me gusta tu culo”, dice la letra de I’m A Man.
La de Gordon no aborda sus canciones desde la perspectiva habitual del compositor, porque su mirada es la de una artista visual que hace música, y no al revés. Estudiando en la universidad empezó a darse cuenta de que había cosas que su hermano podía hacer y ella no por el hecho de ser una chica. Así que abandonó su California natal y se instaló en Nueva York justo cuando la década de los setenta expiraba. Allí descubrió el contexto liberador que proporcionaban el arte conceptual y la música experimental. Vio actuar al trío DNA, que como muchas formaciones de la llamada no wave contaba con mujeres instrumentistas contribuyendo a luxar el lenguaje del rock, y sintió que la música también podía ser un vehículo idóneo para expresarse.
En ese momento el centro de Manhattan estaba lleno de artistas visuales como Barbara Kruger y Barbara Ess âambas componentes del colectivo musical feminista Disbandâ o Miranda Stanton âentonces en Thick Pigeonâ que fue quien le presentó a Thurston Moore. Con él, Gordon crearía en 1981 Sonic Youth, la banda que cambió los esquemas del rock durante los años ochenta y noventa. Estuvieron en activo hasta que la relación sentimental entre ambos terminó abruptamente en 2011.
La popularidad de Sonic Youth arraigó en Europa a partir de 1985, y fue creciendo exponencialmente con álbumes como Sister (1987) y Daydream Nation (1988). En 1990 inauguraron una nueva era al convertirse en el primer grupo independiente y heterodoxo que firmaba contrato con una multinacional. Una parte de la comunidad de grupos que ellos habían promocionado siguió sus pasos en un proceso que se desbordó tras el éxito de Nirvana, otra de sus bandas protegidas. Paralelamente a eso, una nueva generación de mujeres punk pasaba a la acción bajo la denominación colectiva de riot grrrls. Su objetivo era construir redes âsellos, clubes, festivales, fanzinesâ en los que las mujeres pudieran manifestarse fuera del machismo inherente al rock. Para ellas, Gordon era un modelo a seguir. Por veterana y por lúcida.
En el tema Kool Thing había equiparado el miedo a un planeta negro del cual hablaba Public Enemy, al miedo a un planeta hembra. En varias fotos de entonces, Gordon lucía una camiseta con la inscripción Girls invented punk, not England (las chicas inventaron el punk, no Inglaterra). “Me la lanzaron durante una actuación”, afirmó en una entrevista para la revista GQ en 2015. “Las mujeres somos siempre elementos anarquistas que se revuelven contra los convencionalismos sociales masculinos, así que, por lógica, el punk es algo nuestro. Hizo que más mujeres tuviesen visibilidad gracias a gente como Patti Smith y Siouxsie, que animaron a otras a romper moldes, pero para mí no fueron una inspiración. En mi caso, la no wave fue mucho más influyente que el punk”.
Mientras formaba parte de Sonic Youth, Gordon estuvo en grupos con otras mujeres. Con Lydia Lunch formó Harry Crews, banda femenina de vida breve cuyo repertorio partía de la prosa del novelista norteamericano homónimo. Free Kitten, su actividad musical paralela más longeva, fue una aventura que llevó a cabo con la ex Pussy Galore Julie Cafritz, una de las mujeres que ella considera icónicas “a pesar de que nunca haya tenido aceptación masiva”. Otras serían Jennifer Herrema (Royal Trux) o Kathleen Hanna, de las decisivas Bikini Kill, cabecillas del riot grrrl.
Gordon también coprodujo el primer álbum de Hole pero, sobre todo, empatizó con la sensibilidad de Kurt Cobain, una de las primeras voces masculinas que desde el flanco de aquel rock alternativo se pronunció a favor del feminismo y en contra de la homofobia. Gordon fue posiblemente de las primeras músicas en visualizar el acoso sexual. “No me toques el pecho, estoy trabajando en mi mesa”, cantaba en Swimsuit Issue, incluido en el álbum Dirty (1992), que se inspiraba en un incidente que tuvo lugar en las oficinas de Geffen, la discográfica a la cual estaban ligados Sonic Youth.
Pero los intereses de Gordon abarcan más allá de esa escena alternativa que ayudó a crear. Madonna, por ejemplo, es otra de las artistas por la cuales ha manifestado siempre un gran respeto: “Creo que cambió la manera en que la gente del rock escribía sobre las mujeres”, dijo a Rolling Stone en 1997. En 1986, Sonic Youth inició un proyecto llamado Ciccone Youth en el que indagaban en las posibilidades de las cajas de ritmos a la vez que sometían algunas canciones de Madonna a tratamiento de choque. En The White(y) Album, que es como se tituló su único disco, había un tema titulado Two Cool Rock Chicks Listening To Neu (Dos chicas molonas del rock escuchando a Neu), que consistía en los comentarios de Gordon y Cafritz mientras oían a uno de esos grupos que solamente los tíos parecían poder apreciar. En dicho disco, Gordon también se apropiaba de Addicted To love, canción de Robert Palmer popularizada por un vídeo en el que un grupo de bellas e inanes instrumentistas acompañaba al cantante. Ella hizo su versión usando el tema original como música de karaoke.
A sus 70 años, Kim Gordon se mueve al margen de las normas y los clichés de la música pop. Recientemente declaraba a The Guardian que “las mujeres siguen sin explorar a fondo la música experimental”. “Yo no necesito que mis canciones estén sonando en todas las emisoras de radio”, añadió. Algo parecido le dijo una de sus referentes, la batería japonesa Yoshimi, que también colaboró en Free Kitten. En el libro Música maestra. Ensayos sobre música y mujeres escritos por mujeres, coeditado por la propia Gordon, Yoshimi afirmaba que “se requiere mucho valor y arrojo para tocar música libre y experimental”. Kim Gordon hizo eso mismo en el contexto del rock. Aquellas bandas disonantes y nada convencionales de la no wave neoyorquina de 1977 le dieron la pauta que hoy continúa desarrollando.