Cuando León Benavente inició su andadura en 2012, sus componentes recuerdan que “no había la presión de hacer un WiZink como símbolo del éxito”. Ahora sí. Y al olimpo del supuesto medidor de gloria, se ha unido el Santiago Bernabéu. La vorágine en la que se ha convertido la industria musical –y el mundo en general–, que lleva a considerar hasta las obras de arte como productos de “usar y tirar” y la necesidad de acabar con la violencia y la ignorancia son algunas de las reflexiones que han plasmado en su nuevo disco, Nueva sinfonía sobre el caos, disponible desde este viernes 4 de octubre.
El grupo defiende la convivencia entre las giras en salas y los grandes festivales, sobre los que afirman que el que “intenten dirigir el calendario de ciertos grupos es complicado”. Hablan con calma, se escuchan y ceden la palabra mientras responden a cada pregunta; a medida que avanzan, sienten que están sonando “muy serios”. “Somos mucho más divertidos”, aseguran riendo. Sus canciones, especialmente bailables en este último álbum, hablan por sí solas.
¿Su nuevo álbum es continuista o rompe con sus trabajos anteriores?
César Verdú: Veníamos de cumplir diez años como grupo, una gira de aniversario y un disco que se gestó en la pandemia, más denso y oscuro. Queríamos iniciar una nueva etapa por lo que decidimos hacer uno más fresco, directo y con temas más bailables.
Hasta ahora siempre nos habíamos autoproducido y esta es la primera vez que hemos trabajado con un productor, Martín Perarnau. Dejamos la multinacional Warner, nos estamos autoeditando, hemos cambiado de oficina de management. Ha habido muchos cambios que dan pie a una nueva etapa y década para Léon Benavente. Estamos con las ilusiones del principio.
Da la sensación de que la industria funciona a base de que los artistas saquen canciones continuamente. ¿Cómo conviven con ello?
César Verdú: La inmediatez y la falta de tiempo afecta a la atención que se presta a las obras que salen. En la música sobre todo, donde todo es muy efímero y los discos duran muy poco, hay un bombardeo de información tal que la gente se aturulla mucho. El algoritmo te lo da todo masticado y quita las ganas de investigar. Te soluciona el problema de dedicar un tiempo a valorar lo que realmente quieres escuchar.
Nosotros hemos respetado desde el principio el formato elepé. Una obra que contiene varias canciones y ninguna está ahí por casualidad, sino porque realmente está pensado y premeditado para que convivan y haya una conexión entre ellas. Apostamos por eso pero a lo mejor la gente luego no tiene cuarenta minutos para escuchar un disco, pero sí que nos gustaría que nuestra música se pudiese escuchar de forma más relajada y tranquila.
El algoritmo lo da todo masticado y quita las ganas de investigar en la música. Te soluciona el problema de dedicar un tiempo a valorar lo que realmente quieres escuchar
La canción Úsame o tírame habla de esto, ¿sentís los artistas que lo que ofrecéis al público acaba siendo de usar y tirar?
Abraham Boba: Totalmente, por eso es la canción que abre el disco. Ya nos estamos acostumbrando. Es una pena. Hay muy poco tiempo, todo es fugaz, la capacidad de atención dura muy pocos segundos. Normalmente la gente usa las canciones empezando a escucharlas, adelantándolas y, si le interesan cinco segundos, guay. Si no, nada.
Vivimos en un momento polarizado en el que parece que siempre hay que tener una opinión sobre las cosas, incluso exigirla. ¿Cómo se sienten al respecto?
Abraham Boba: Las canciones acaban hablando por el grupo. Nuestra ideología no está solo en nuestras canciones, también en la manera de funcionar dentro de la industria musical. Tenemos en cuenta a todo el personal que hace posible que estemos trabajando en esto, desde la grabación al directo. Nos autoproducimos, elegimos a nuestro equipo. Esto es incluso más importante. Si venir aquí y hablar de tu ideología política no se transforma luego en actos, se queda en palabrería.
¿Qué opinan del imperio de los macrofestivales?
César Verdú: Vivimos en un país que tiene sus limitaciones a la hora de girar; y eso conlleva que las giras de salas y de festivales puedan convivir de manera saludable. De hecho que lo hagan es fundamental. Desde el principio hemos dado mucha importancia a las salas porque creemos que son el caldo de cultivo de la cultura musical de este país. Ahí es donde parten y crecen los grupos.
Que los festivales intenten eclipsarlas, o intentar dirigir el calendario de ciertos grupos, con exclusividades y ese tipo de cosas; es bastante delicado. Nosotros arrancamos todas las giras en sala porque es un formato mucho más cercano con nuestro público. El feedback es inmediato. Y cuando presentas un disco quieres desarrollar un repertorio extenso, que llegue a las dos horas o un poco más, cosa que en los festivales se delimita al máximo y el público es muy generacional. Es decir, hay muchísimo para todas las propuestas del día en el que tocas. A la sala va el público que escucha tu disco, se sabe tus canciones y está ahí porque sabe lo que va a ver.
Además de las salas, aunque ahora no se sabe todavía qué pasará con el Santiago Bernabéu, ¿en qué medida ha cambiado su aparición en el mapa? ¿Es el nuevo objetivo a llenar, como con el WiZink?
César Verdú: A lo mejor en algún momento sí que lo teníamos en el radar, pero desde hace unos años intentamos hacer nuestro camino. Que las cosas surjan como tengan que surgir; y que si tenemos que hacer un WiZink lo hagamos en su momento, sin la premura ni prisa de que ese sea nuestro objetivo. Además, no porque tú quieras llenar un WiZink va a haber un momento en tu vida en el que lo hagas. Eso es una cuestión del público y la demanda del mercado. Tenemos claro que las giras en salas son fundamentales y divertidísimas, y tenemos la suerte de que desde hace tiempo, se llenan. Ya que eso nos lleve al WiZink... bienvenido sea. Nosotros encantados.
Cuando nosotros empezamos no había la presión de hacer un WiZink como símbolo del éxito
¿Es más difícil arrancar una banda ahora que cuando lo hicieron ustedes?
César Verdú: La gente joven lo tiene más difícil ahora porque hay mucha más oferta que antes y todo va mucho más deprisa. Hay muchos proyectos que están saliendo y están teniendo mucho éxito, pero no sé qué va a pasar con sus carreras a largo plazo. Nosotros que llevamos muchos años, sabemos que mantenerlo es difícil.
Luis Rodríguez: Es cierto que el símbolo del éxito y la manera de medirlo pasa por si haces o no un WiZink, o si haces doce. Cuando nosotros comenzamos no había esa presión. Íbamos labrando el camino mirando más lo que teníamos debajo de los pies, más que poniendo la vista en algo tan lejano.
Eduardo Baos: Cuando empezamos con quince años era muy fácil ir a un bar y decir: “Quiero tocar” y ponerte a tocar. Hoy en día también es mucho más difícil para las bandas jóvenes porque todo está mucho más institucionalizado y tiene que ser mucho más legal. Es muy difícil que sin un Estatuto del artista podamos tener un centro común en el que fijar una serie de normas a la hora de contratar.
Hay muchas excepcionalidades en la música, y muchas veces solo se mira como si hubiera un único tipo de persona que se dedica a esto. Y es todo lo contrario. La diversidad vital que tenemos todo los grupos es muy diferente. Es importante que se avance y haya por fin un paraguas que nos cubra a todos.
¿Por qué es importante que se saque adelante el Estatuto del artista?
Eduardo Baos: Para que no se abuse, para fijar los contratos...
Luis Rodríguez: Hay un problema que va incluso más allá. Una banda de personas jóvenes que empieza, que no tiene un puto duro y quiere ir a tocar a una sala, para hacerlo legal, le van a pagar 150 euros. Van a tener que poner dinero de su bolsillo para poder tocar. Eso es un sinsentido. Un autónomo debería tributar en función de su actividad. Si yo voy a hacer un bolo de 50 euros y tengo que pagar una cuota que es cinco veces más, lo suyo será que tribute en función de lo que trabaje.
Más allá del Estatuto del Artista, ¿en qué debería poner el foco el Ministerio de Cultura para que la industria de la música sea mejor y puedan trabajar en mejores condiciones?
César Verdú: Puede poner el foco en los convenios y estatutos de países como Francia e Inglaterra, que llevan muchísimos años más evolucionados. Todo estaría bien si los copiáramos. Es cuestión de regir, darle la oportunidad y que el Estado se moje. Que las ayudas no vayan solo a cuatro, sino que nos toquen a todos. Incluso todos estos presupuestos que se dan a ciertas promotoras, ¿por qué no se hacen salas de conciertos en condiciones en cada ciudad de España? Con el dinero público que se está pagando para otros proyectos que a lo mejor duran tres días. Por ejemplo.
Es tan fácil como mirar lo que el vecino ha hecho bien y copiar esa fórmula. Si ellos han podido hacerlo, si los músicos en Francia tienen su baja, su paro, su inactividad… Porque la vida del músico no solamente es estar de gira. También conlleva un tiempo en el que estás componiendo y trabajando. Eso parece que no es trabajo, cuando generar la música es lo primero para poder salir luego a tocar. Son pistas que se pueden dar. De ahí a que suceda, hay que tener esperanza, y que ojalá pase.
Al escuchar sus experiencias parece obvio que se podrían y deberían estar dando avances, ¿por qué queda tanto por hacer?
César Verdú: Es competencia de la persona que se tiene que encargar de eso. A lo mejor es que los intereses que este país busca son otros y que el dinero vaya para otro sitio.
Abraham Boba: Cuando se aproximan las elecciones, la cultura ocupa un porcentaje ínfimo en los programas políticos y debates. Es un valor que en España nunca se ha tenido en cuenta y, obviamente, las consecuencias son esas. No hay más que ver un telediario para comprobar cuánto tiempo se dedica a hablar de fútbol y cuánto a cultura. Que no por poner menos fútbol tienen que poner más cultura, pero una cosa está ahí continuamente y otra es tangencial.
Que la industria de la música genera mucho empleo y beneficios está claro. Se demuestra en el mundo de festivales en los que se mueve muchísimo dinero; pero es una cuestión de educación. Este país no está educado culturalmente porque venimos sobre todo de vivir décadas en las que lo que menos le interesaba a un señor que había gobernando era que la gente pensase, leyese, o se acercase a la cultura que no fuese lo folclórico. Ahí es donde está el problema y donde deberían empezar a poner los primeros parches. Empezar a hablar ya no solo de lo que nos afecta a los músicos, sino de otros sectores de la cultura que están igual de precarizados que la música.
Este país no está educado culturalmente porque venimos de vivir décadas en las que lo que menos le interesaba al señor que había gobernando era que la gente pensase, leyese, o se acercase a la cultura que no fuese lo folclórico
¿En algún momento se han cabreado tanto como para plantearse dejarlo?
César Verdú: Esta situación te lleva a desmoralizarte un poco en algunos momentos. Nos dimos sobre todo cuenta con el poco caso que se hizo a la cultura en la pandemia. Y lo que nos costó, aunque nos echásemos a la calle, éramos el último mono. Fuimos los primeros en cerrar y los primeros en abrir. Hay días en los que te da un poco de bajón pero al final sí que nos cargamos de optimismo porque si no te ilusionas por este oficio, es muy difícil salir adelante. No te lo ponen fácil.
Nos sentimos unos afortunados por poder vivir de la música como estamos viviendo. Nos lo hemos currado y en cierto modo, somos el proletariado de la música. Intentamos ayudar con todo nuestro discurso a que los que vengan lo tengan más fácil.
En la pandemia nos dimos cuenta de que la cultura éramos el último mono
Todo ello sin renunciar a que la gente se lo pase bien con su música y baile.
Abraham Boba: Claro que sí, una cosa no quita a la otra. Lo que hay que hacer es observar cómo están funcionando las cosas a tu alrededor y, a partir de ahí, emitir un juicio. Las canciones de León Benavente siempre han intentado cuestionar de forma irónica y con sentido del humor todo lo que tenemos a nuestro alrededor. Quizás esta charla está quedando un poco seria y solemne [ríe], pero nosotros somos gente muy divertida. Nos encanta pasarlo bien, bailar. La gente sale medio trastornada de los conciertos de tanta vitalidad que tenemos. Lo que pasa es que aquí sentados en un sitio, es nuestra peor versión, pero somos muy divertidos.