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El libro que cuenta la historia de los Pixies, la banda que inventó el rock disfuncional y que inspiró a PJ Harvey y Kurt Cobain

21 de enero de 2024 21:52 h

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La música pop está repleta de detalles que pasan desapercibidos en el momento en que suceden. Es una manifestación creativa que parte de lo inmediato. La urgencia como forma de expresión y como objetivo. Después, el tiempo hace su trabajo, y nos ofrece perspectiva para analizar mejor. Lo que hace muchos años nos parecía misterioso, hoy ya tiene una explicación. Y a pesar de ello, el efecto que produce esa música sigue intacto cuatro décadas más tarde. Esa es una de las cosas que se aprenden leyendo Engañar al mundo. La historia oral de una banda llamada Pixies (Liburuak, 2023), traducido por Eva Borrallo y Lucía Rodríguez. Nada era casual en aquella banda lunática de Boston que surgió de la nada y que estaba al margen de todo lo que era considerado fardón en aquel momento, la segunda mitad de los años ochenta. Cuando la prensa británica empezó a alabarlos en 1987, los Pixies no se parecían a nadie. Ni siquiera encajaban en la discográfica que los contrató, porque a la marca inglesa 4AD se la conocía por editar sonidos victorianos y góticos. Pixies era un grupo disfuncional tanto por su música y su imagen como por el modo en que se relacionaban entre sí. Sus cuatro componentes también ignoraban hasta qué punto todo lo que les hacía ser únicos les impediría seguir juntos mucho tiempo.

Escrita por John Frank y Caryn Granz, esta biografía recién editada en España se publicó en lengua inglesa en 2005, poco después de que el grupo superara unas diferencias que parecían irreconciliables y que condujeron a su reunión, diez años después de su ruptura. Engañar al mundo nos cuenta la historia de una banda de rock que hizo algo singular mientras se encaminaba hacia el abismo. Un relato que empezó como suelen empezar estas historias. Charles Thompson convenció a Joey Santiago, hijo de emigrantes filipinos, para que montara un grupo con él. Después entró Kim Deal, que trabajaba en la consulta de una clínica. Pusieron un anuncio para encontrar batería, pero apenas se presentaron aspirantes al puesto (Claudia Gonson, que luego estaría en The Magnetic Fields, fue una de ellas). Entonces, John Murphy, marido de Deal, sugirió que probaran a su mejor amigo, David Lovering, que era ingeniero electrónico. Por su parte, Thompson, que eligió el nombre escénico de Black Francis (luego en solitario lo cambiaría por el de Frank Black) estaba obsesionado por los temas bíblicos y tenía una madre que aseguraba haber visto ovnis. No fue un encuentro de personalidades fáciles, de ahí la energía y originalidad de su música. “Creo que más o menos sabíamos lo que no queríamos ser y ya está”, concluye Santiago en el libro.

Desde el primer momento fueron una irregularidad en la escena musical de Boston, aunque no fueron ni la primera ni la única. Throwing Muses tampoco seguía los pasos de las tendencias en boga y estaba liderado por Kristin Hersh, una figura que fue esencial para el rock universitario que a finales de los ochenta estaba configurando lo que tan solo unos años después se convertiría, gracias a R.E.M., Nirvana y a la MTV, en el rock alternativo. A los Pixies les ocurría lo mismo que a las Muses, no tenían referencias obvias. Boston tenía una escena musical muy definida y ambas formaciones se alejaban de aquellos parámetros que abogaban por el power pop o el garaje.

En el libro se habla de bandas locales previas, como Human Sexual Response, de cuya escisión saldrían The Zulus, dos grupos que en lo musical iban a la suya, y que dejaron huella en la música de Pixies. Una de los primeros profesionales de la ciudad que tuvo fe en Pixies fue el productor Gary Smith, que les grabó la maqueta conocida como The Purple Tape (La cinta púrpura): “Tanto Muses como Pixies eran bandas de personas normales y corrientes pero que, cuando se ponían con la música, se convertían en algo más, transmitían algo que solo se puede describir como de otro mundo”. El modo de gritar de Black Francis proyectaba una furia que tenía que ver más con la ira divina del Antiguo Testamento que con la cólera generacional del punk. Es en esos primeros tiempos cuando también se filtra una de las inspiraciones más notables en las canciones y que el propio Thompson reconoce en el libro: “Si algo ha tenido verdadera influencia en mí, ese ha sido David Lynch. Es muy de presentar algo, pero sin explicarlo”.

Enviaron copias de la cinta púrpura a muchas discográficas importantes, pero ninguna entendió de qué iban. Para entonces, 4AD ya había contratado a Throwing Muses y cuando a través de ellas escucharon a Pixies, decidieron quedarse también con el cuarteto. Toda la atención que su país natal les había negado se la proporcionó Inglaterra. De aquella maqueta salió el minialbum C’mon Pilgrim, que de inmediato puso el foco sobre el grupo. Meses más tarde emprendieron una gira como teloneros de Throwing Muses que terminó de afianzar su popularidad. 1988 y 1989 fueron los años de la pixiesmanía. Inglaterra los adoraba y, a consecuencia de ello, Europa comenzó a adorarlos también. Fue ahí cuando empezaron los problemas. El frágil equilibrio sobre el que se sustentaba la banda empezó a resentirse a medida que sus miembros aprendían a trabajar juntos. Kim era incontrolable, caótica a veces. Además, cantaba la canción que acabó de catapultar a los Pixies. Hasta Iggy Pop se lo hizo saber a Frank Black cuando este fue a pedirle un autógrafo: “Ah, sí, Gigantic”.

Todo lo que ocurre desde ese despegue imparable que tiene lugar en 1988 con el álbum Surfer Rosa, y que llega a su cénit un año después con Doolittle, la obra maestra que ya no podrán superar, se convierte en la chicha de un libro que también refleja el impacto del cuarteto de Boston. Suele decirse que Kurt Cobain se inspiró mucho en ellos –Nirvana estuvieron a punto de ser sus teloneros poco antes de convertirse en el fenómeno que fueron– a la hora de componer, pero en Engañar al mundo también aparecen testimonios elogiosos de PJ Harvey, Courtney Love y Shirley Manson, vocalista de Garbage, quien destaca el magnetismo natural que emanaba Kim Deal, porque “hay muy pocas mujeres que estén realmente interesadas en ser músicas y que no busquen ningún tipo de atención que no sea la que se origina a partir de la música”. Esa misma naturalidad también fue epicentro de conflictos. Su carácter imprevisible la puso en jaque en varios momentos. Eso, sumado a los celos de Francis, generó una tensión que no fue beneficiosa para ellos. Pero también generaban tensiones a su alrededor. Les disgustaba hacer vídeos musicales en una época en la que salir en la MTV lo era todo para una banda de su naturaleza. Al final, la presión del negocio fue asfixiándolos. Las giras pasaron factura. El último álbum, Trompe le monde, se compuso casi todo en el estudio. Un disco que, como asegura el teclista Eric Drew Feldman, resulta inconexo porque el grupo que lo grabó ya era un grupo inconexo. La separación de la banda se fraguó justo cuando Nirvana acababa de inaugurar una era musical en la que las bandas de grupos como Pixies, extraños, inadaptados, ruidosos, al fin podían reinar. Black Francis emprendió una carrera como solista que nunca obtuvo los parabienes cosechados por su antiguo grupo. Deal en cambio triunfó con The Breeders, el grupo que había fundado con su hermana Kelly para mitigar la creciente frustración que le producía estar en Pixies. Pero, así y todo, el descontrol pudo con ellas. Engañar al mundo es la historia de esos cuatro elementos que solamente estando juntos pueden hacer algo que perturbara la música pop.

Diez años después, los Pixies resucitaron porque la presión para que volvieran nunca menguó. Poco después de aquel regreso, Deal, que había estado 12 años sin hablarse con Francis, volvió a marcharse. Siguieron adelante y la demanda por verlos actuar no se resintió. Incluso actuaron en Lollapalooza, el festival itinerante que instauró el poder del rock alternativo en Estados Unidos a partir de 1991, en el cual se negaron a participar en su día. Durante esta segunda fase también han grabado nuevos discos, pero ninguno está al nivel de su etapa imperial. Engañar al mundo corrobora cómo de importantes fueron aquellos Pixies, cuán peculiares eran y qué pocas posibilidades tenían de preservar su magia inicial. Sin duda, la comparación que hace J Mascis, de Dinosaur Jr. entre Pixies y Ramones define, con una sagacidad que también es humor negro, perfectamente ese alambre de espino humano que generó una música irrepetible: “Supongo que se puede estar juntos para siempre y luego morir todo de cáncer”.