Lil Nas X retrata el reto de ser un adolescente gay afrodescendiente

Pablo Vinuesa

1 de octubre de 2021 22:36 h

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Un sector considerable de la escena musical afilaba pacientemente sus colmillos esperando un resbalón de Lil Nas X para justificar su falta de consistencia artística. Como pasa con aquellas expresiones nuevas que cuesta asimilar del todo pasada cierta edad, la posibilidad de desenmascarar a un farsante del internet se anticipaba golosa. Además, el cantante norteamericano había conseguido unir en su desprecio a buena parte de la audiencia más conservadora, especialmente aquella para la cual el country es la representación musical de los más sagrados valores de la nación.

Para estos, el arrollador éxito del single Old Town Road no iba a ser fácil de perdonar. Primero, porque la idea de mezclar una pegadiza melodía de country con una base de trap que incluía un sample de Nine Inch Nails era poco menos que un sacrilegio. Y en segundo lugar, porque Nas suele hacer morder el polvo a quienes osan desafiarle. Como la primera versión del tema fue expulsada de las listas del género por no ajustarse a la ortodoxia, el de Atlanta contraatacó con un remix junto al mismísimo Billy Ray Cyrus. Pulverizar todos los récords de permanencia en la lista Billboard era la venganza más dulce.

Hay que tener en cuenta que al principio, hablamos de finales de 2018 y principios de 2019, aún costaba distinguir si lo suyo era legítimo, fina ironía o una bomba de relojería alojada delicadamente dentro del “sistema” para reventarlo desde dentro. La duda era aun más razonable para aquellos desconocedores de la existencia de una yeehaw agenda, movimiento que denuncia el blanqueamiento de la tradicional estética vaquera y que en los últimos años han abanderado artistas como Solange, hermana de Beyoncé, o Mitski.

Otra de las razones para desconfiar era que Old Town Road, esa especie de No rompas más infeccioso y de estética 2.0, comenzó su ascenso triunfal compartiéndose en TikTok. El tan intenso como agotador trabajo en redes sociales es clave en la figura de Lil Nas X desde sus inicios. Encargar un número abusivo de remixes o favorecer la creación de vídeos con imágenes del videojuego de Rockstar Red Dead Redemption II eran maneras hábiles de mantener vivo su producto.

Esta soltura de Nas se basa en dos pilares distintos. El primero es obviamente generacional: al nacer en 1999 se le presupone nativo digital. El segundo, que ya antes de alcanzar la fama actual consiguió cierta repercusión negativa al mando de dos cuentas de Twitter en tributo a Nicki Minaj. Sus tácticas fueron consideradas spam por la plataforma y a día de hoy todavía hay quien le recuerda mensajes fuera de tono; un clickbait excesivo que el cantante asume y por el que ha pedido disculpas.

En junio de 2019 y ya con el apoyo de Columbia Records lanza el EP 7, que fue mal recibido por la crítica. Ciertamente no había nada que pudiera sostener la apuesta en esa recopilación de canciones poco inspiradas. Al margen de dos singles medianamente aceptables como Panini o Rodeo, que continuaba en su línea de referencias country junto a Cardi B, lo más interesante era su salida pública del armario con la animada y bailable C7osure (You Like). Este último es, precisamente, el momento de inflexión más interesante de su carrera.

Afortunadamente, a día de hoy la presencia de artistas LGTBI en el mainstream ya no es una rareza. Pero el debate cambia si hablamos de un artista negro inicialmente vinculado al trap, un género heteronormativo hasta rozar la parodia en muchas ocasiones. Y por si no había quedado suficientemente claro con C7osure (You Like), Lil Nas X se reafirmó con el espectacular vídeo de MONTERO (Call Me By Your Name). Además de homenajear a la reconocida película de Luca Guadagnino, hacerle un lapdance al mismísimo Diablo dejaba poco espacio a la interpretación. El tratamiento para los ofendidos: beberse dos tazas sin respirar.

Es a partir de este momento en el que Lil Nas X se enfunda su glamuroso traje de Montero (parte de su nombre real, Montero Lamar Hill) y retoma su febril actividad de marketing para promocionar el inminente álbum. Subió a YouTube hasta ocho vídeos relacionados con el single, una insistencia complicada de tolerar a ciertas edades. También concedió otra perla: el pegadizo single Industry Baby, rotunda reivindicación ante sus críticos y nuevo desafío para las mentes cuadriculadas. Las potentes y divertidísimas imágenes de sexo carcelario encajaban a la perfección con un estribillo adhesivo y un arreglo de trompetas sintetizadas cortesía de Kanye West.

Anticipado por un polémico teaser en formato de baby shower, el pasado 17 de septiembre se publicaba Montero (Columbia Records / Sony España), su primer larga duración. Por fin tanto aficionados como detractores iban a tener carnaza fresca para opinar (con muchísima intensidad) en redes sociales. Con una estética recargada, ensoñadora y colorista aparecía como viene siendo habitual en los artistas de su generación, con visuales para cada canción bajo el brazo.

Y, ¿qué nos dice Montero? ¿Estamos ante la engañifa musical de este inicio de década o hay un artista interesante detrás del fenómeno mediático? La respuesta es tan ambigua como su catalogación estilística. A ratos suena urbano, en otros rinde tributo a los Beatles y a Outkast (muy obvio en Thats What I Want), pero también se apunta a esas melodías grunge que tanto gustan a los traperos depres. Montero es un disco de pop moderno y desprejuiciado, más cercano a las propuestas de Brockhampton o Doja Cat, quien le acompaña en la juguetona Scoop, que a las de Migos y 21 Savage.

Por esta misma razón, Montero carece de coherencia como disco. A nivel musical y al margen de los singles ya conocidos, donde probablemente más luzca sea en temas como Dead Right Now, Don’t Want It o One of Me, con piano de Elton John. En ellos mantiene sonidos actuales pero introduce atmósferas más interesantes que en su catálogo previo. También resuelve bien el trap arquetípico de Dolla Sign Slime, con Megan Thee Stallion, y el hermoso cierre de Am I Dreaming, donde Miley Cyrus acompaña a la perfección sin hacer sombra.

Curiosamente cuando más se muestra convencional a nivel sonoro, en canciones como Lost in The Citadel, Tales of Dominica, Void o Life After Salem, más revela quién es realmente Montero Lamar Hill: un músico capaz de mostrar sin tapujos la complicada tarea de crecer como un adolescente gay afroamericano en un entorno muchas veces hostil. Está el Lil Nas X que presume de Grammys y el Montero que recuerda el bullying en la escuela, su homofobia interiorizada, los pensamientos suicidas o la inestabilidad que provoca crecer en una familia desestructurada.

A pesar de las buenas canciones y de una cuidada producción del dúo Take a Daytrip, su intención de abarcar demasiado hace que Montero no sea un disco perfecto. Por otra parte, sí hablamos de un disco perfecto para definir a la Generación Z. Este álbum, en definitiva, confirma la intuición de que Lil Nas X tiene la capacidad de reflejar fielmente la vida de los jóvenes actuales. Y por si fuera poco promueve la aceptación global de ciertas estéticas que en algunos estilos ya deberían de estar asimiladas. Solo por esto último, como demuestra su abrazo metafórico y literal en el vídeo de Sun Goes Down, ya habría merecido la pena.