Cuando Lydia Koch se fue a Nueva York solamente tenía 16 años. Atrás dejó Rochester, un lugar que poco tenía que ofrecerle salvo los reiterados abusos sexuales de su padre, un vendedor de biblias que ni siquiera era creyente. Cogió un autobús y, en algún momento de 1976 llegó a una ciudad que era perfecta para ella. Como la literatura y la música formaban parte de su estrategia de contraataque y supervivencia, no le costó trabajo hallar lo que necesitaba. En el centro de la urbe estaba produciéndose un relevo musical que transformaría la cultura pop.
El más transgresor de esos grupos era Suicide, dúo compuesto por Alan Vega y Martin Rev, creadores de un sonido que nadie había hecho antes. Lydia asistió a uno de sus conciertos al poco de instalarse en Nueva York. “Por aquel entonces me gustaban las New York Dolls, los álbumes de Bowie posteriores a Diamond Dogs, Lou Reed y, sobre todo, Berlin. Pero la música que se hacía allí en ese momento me parecía demasiado tradicional. Hasta que vi a Suicide”, explica por videollamada a elDiario.es desde su casa de Brooklyn. “Entonces supe que había encontrado mi hogar. No se parecían a nadie. Eran lo opuesto a todo lo que los demás grupos hacían. Y les importaba un bledo si el público los detestaba. Aquella era mi gente”. Lydia empezó a trabajar en un restaurante. Allí robaba comida para dársela a sus amigos artistas: Vega, Rev, Stiv Bators y Willy DeVille, que fue quien le puso el mote (lunch, almuerzo), que poco después sería su apellido artístico.
Durante las últimas cinco décadas, Lydia Lunch se ha valido del arte como arma de combate, denunciando un mundo de guerras urdidas por los hombres y caracterizado por la violencia contra la mujer. La música es su herramienta habitual de trabajo, aunque prácticamente no le queda ningún campo creativo por abordar. Desde 2014 también ofrece conciertos exclusivamente dedicados a recrear las canciones de Suicide y de uno de los componentes del dúo, el fallecido Alan Vega. Lo hace en compañía de un alma gemela, el francés Marc Hurtado, cuyo primer grupo, Étant Donnés, comenzó a funcionar más o menos en la misma época en la que Lydia llegó a Nueva York.
Hace diez años que el espectáculo Lydia Lunch & Marc Hurtado Perform Suicide And The Music Of Alan Vega cobró forma de manera accidental. “Yo tenía que tocar en una ciudad francesa con Alan, pero unos días antes me llamó para decirme que, por problemas de salud, le iba a resultar imposible viajar”, explica Hurtado, hijo de españoles nacido en Marruecos, también por videoconferencia. Fue el propio Vega quien le sugirió que diese el concierto previsto en compañía de Lydia Lunch. Los tres habían trabajado juntos en diferentes ocasiones, desmantelando sonidos hasta convertirlos en ruido para luego reorganizarlos en nuevas formas musicales. “Para mí, Suicide eran la traslación musical del teatro de la crueldad de Artaud. Así que llamé a Lydia y ella aceptó la propuesta. Me dijo que podía convertirse en el doble de Alan sin ningún problema”. Desde entonces, ambos se reúnen de manera esporádica para dar nuevos conciertos de este tipo.
Para esta nueva minigira europea, que concluye el próximo día 25 de junio en Madrid, la pareja ha decidido dar más protagonismo a las canciones de Suicide. “Es una buena oportunidad para sumergirse en el repertorio de uno de los grupos más revolucionarios del siglo XX, una anomalía que surgió entre el garage, el punk y la no wave”, explica Lunch. “Todas las canciones de Suicide son sexis, pero hemos de sacudir un poco el repertorio, si no, puede convertirse en algo aburrido. Son temas que dan pie a la improvisación. Nunca suenan igual, aunque las toquemos varias veces”.
Suicide aparecieron en 1970 haciendo música únicamente con sintetizadores, voz y una guitarra que duró únicamente unos meses en la formación. Su propuesta era mucho más oscura e intensa que la de sus coetáneos, una masa de sonidos electrónicos generados por los sintetizadores baratos de Rev y dirigidos por la voz gutural de Vega. Suicide postulaban la confrontación a todos los niveles y eso, para dos adolescentes que habían experimentado la violencia de la realidad en sus propias carnes, fue una iluminación.
A Lunch le hicieron ver que no estaba sola. Luego descubrió a Mars, la banda neoyorquina que dio paso a la no wave, un movimiento no organizado que buscaba desmantelar el rock y acercarlo al free jazz, la música experimental y el ruido. Teenage Jesus & The Jerks, su primer grupo, fue una de las principales bandas de ese movimiento. Por su parte, Hurtado, que en 1980 montó Étant Donnés con su hermano Eric, nunca pensó que terminaría trabajando con Lunch, Vega, Genesis P-Orridge, Michael Gira, Pascal Comelade o Mark Cunningham, todo ellos pioneros de formas musicales que contaminaron las arterias del rock y la música pop.
Tras la catarsis que fue Teenage Jesus & The Jerks, Lydia siguió montando bandas y trabajando en proyectos que finiquitaba de inmediato. “Trabajo sobre ideas y conceptos, y luego busco a la gente adecuada para llevarlos a cabo”, afirma. Muchos de esos capítulos creativos han dejado huella. Su primer álbum en solitario, Queen Of Siam, aparecido en 1980, es un buen ejemplo. En su libro, Temporada de brujas, la periodista y escritora Cathi Unsworth lo considera, por su tono oscuro y tenebroso, uno de los álbumes que inspiraron la corriente del rock gótico.
“Como el resto de los que he hecho, es un disco que no encaja en ninguna categoría”, dice Lunch. La primera cara tiene una serie de nanas que compuse y en el otro lado hay algunos temas grabados con la big band de Billy Ver Plank, que detestaba tocar en nuestro disco. Escuchaba las partes de guitarra de Robert Quine [productor de Teenage Jesus y futuro colaborador de Lou Reed, Tom Waits y Lloyd Cole] y decía ¡puagh! Lo mandamos a paseo. Mark Knopfler le comentó una vez a Robert lo mucho que le gustaba uno de sus solos en [el disco] Queen Of Siam. Robert le dijo que en realidad esa era yo. Me moría de la risa. Me encanta torturar a la gente con mi guitarra“.
Hace unos meses, Filmin incluyó en sus contenidos The War Is Never Over, un documental sobre Lunch dirigido por una vieja amiga y conspiradora, la directora Beth B., una de las muchas directoras que poblaron el underground neoyorquino de los años setenta. La película la retrata como la artista-terrorista que es, cuestionando y denunciando a una sociedad empeñada en programar su autodestrucción. Lo que aún no se ha estrenado en España es el documental que ha dirigido junto la fotógrafa Jasmine Hirst, Artists: Depressions, Anxiety, & Rage. “Tras la pandemia, Jasmine y yo comenzamos a entrevistar a una serie de artistas y escritores que padecen depresión o ansiedad. Uno de los testimonios es de Shirley Manson, cantante de Garbage. Cuando el grupo empezó a vender millones de discos, su discográfica le dijo si sería posible que resultara tan sexy como Gwen Stefani. Eso le hizo mucho daño. Gente que jamás pensó que tendría tanto éxito con un disco y lo que hace es irle con ese cuento a la cantante del grupo, mamones corporativos”.
Lunch también tiene su propio podcast, The Lydian Spin, que ella define como “un museo cultural en formato audio”. Cada capítulo consiste en una entrevista con un creador “independiente, tozudo, irreverente”. Michael Imperioli, Meredith Monk, Thurston Moore, Buzz Osborne, Jack Sargeant, Roddy Bottum. J. G. Thirlwell, Donita Sparks o el propio Marc Hurtado han participado en el programa.
Por su parte Hurtado tiene prevista la salida de varios discos este otoño, entre los que destacan un álbum con Mark Cunningham y otro con Gabi Delgado, que comenzó a registrar hace veinte años. Con Alan Vega grabó en 2010 el álbum conjunto Sniper. Seis años después, poco antes de la muerte de Vega, Hurtado dirigió Infinite Dreamers, una película sobre Suicide. “Cuando empezamos los conciertos de temas de Suicide, Lydia me sugirió que pidiéramos la aprobación de Martin Rev. Le enviamos algunas grabaciones y nos dio su visto bueno; de no haber sido así, jamás habríamos hecho esto. Es un personaje muy peculiar, vive en su propio mundo, sumido en sus sueños y su poesía. Lo conocí en 1989, en Nueva York, después de haber actuado allí con Étant Donnés. Me lo crucé por la calle y fui a saludarle. Vio que llevaba en la mano un ejemplar de Poeta en Nueva York y me dijo que le parecía una obra maestra”.
Ahora, su objetivo es celebrar y difundir la obra de un dúo que usó la electrónica para hacer poesía urbana. Aunque muchos han intentado seguir sus pasos, nadie ha conseguido superarlos, ni siquiera igualarlos. “Será una catarsis –dice Lydia acerca de los conciertos-. Una lección de historia de algo radicalmente alternativo. Quienes vayan a ir a vernos saben muy bien por qué lo hacen”.