El primero en caer fue el Reggaeton Beach Festival. El Ayuntamiento de Madrid le negó la licencia por problemas en su plan de movilidad, seguridad y niveles de ruido. Le siguió el DCODE. En su caso, por no llegar a tiempo a conseguir un cabeza de cartel “a la altura” de Lewis Capaldi, que se cayó a finales de junio, dejando al evento con apenas dos meses de margen de maniobra. Pero todavía quedaba uno más. El Primavera Sound anunció que no volverá a la capital en 2024 al no tener un recinto “con garantías”. Con esta noticia culminaba una semana, la pasada, aparentemente trágica para los macrofestivales de música: ¿Se está agotando el modelo?
“Son casos muy distintos”, apunta Nando Cruz, periodista y cultural y autor del libro Marcrofestivales. El agujero negro de la música (Península), en el que analizó sus entresijos. En efecto, el problema del Reggaeton Beach Festival fue el recinto en el que iba a celebrarse, localizado en Villaverde. Un espacio inaugurado este mismo verano, que demostró no estar preparado para una actividad de esta envergadura tanto en el Mad Cool como el concierto de Harry Styles celebrados en julio.
En el primero, por las quejas de los vecinos por la superación de los niveles máximos niveles ruido permitidos durante sus tres jornadas. El segundo, por las colas kilométricas que se acumularon en las puertas del show del cantante británico, así como la caótica salida de sus 65.000 espectadores.
El consistorio de José Luis Martínez Almeida negó la licencia para que el Reggaeton Beach Festival pudiera llevarse a cabo en el recinto Iberdrola Music, alegando que “no se garantizan las condiciones de seguridad ni de evacuación adecuadas para un evento de estas características”. La decisión fue comunicada el 19 de julio. Un día después, el DCODE anunciaba que cancelaban su edición para 2023, que iba a acoger el Campus de la Universidad Complutense de Madrid el próximo 9 de septiembre.
La organización explicó que no habían sido capaces de “ofrecer un cartel a la altura” tras la cancelación de la gira del que era su principal reclamo, Lewis Capaldi. El cantante anunció a finales de junio que iba a tomarse un descanso “por ahora”, después de que el síndrome de Tourette que padece le dificultara terminar su concierto en Glastonbury jornadas antes. Su baja provocó que el equipo trabajara “a contrarreloj”. Sin embargo, “el poco tiempo de maniobra” y las “agendas cerradas de los artistas” les impidió conseguir un nuevo nombre que pudiera compensar la ausencia del artista británico. “No pueden sustituirle porque el éxito del DCODE no está basado en la marca propia del festival, si no en el artista que convoca a tantísima gente”, argumenta Nando Cruz al respecto.
La sangría no había terminado. Pese a que todavía no se había llegado a confirmar que el Primavera Sound fuera a repetir experiencia en Madrid en 2024, el 21 de julio se despejaron las dudas. La organización hizo público que, por el momento, no volverá a la capital. Tras su caótica primera edición celebrada el pasado mes de junio, concluyeron que “la ciudad no cuenta con un recinto capaz de albergar con garantías un evento de nuestra magnitud y formato en lo que a exigencias del público, requisitos de producción y despliegue musical se refiere”.
“A pesar de que el balance fue más que satisfactorio en un plano musical, no se cumplieron las expectativas que teníamos y la experiencia del público por determinados aspectos logísticos no fue la deseada”, expuso Almudena Herrero, directora de la edición madrileña del festival, que concluyó: “No se dan las condiciones necesarias”. Cabe recordar que el debut del evento en la capital, en el que actuaron artistas como Depeche Mode, Rosalía y Villano Antillano estuvo marcada por las fuertes lluvias que provocaron la cancelación de su primera jornada, planeada para el jueves 8 de junio.
Los conciertos del viernes y el sábado sí se mantuvieron, pero se vieron mermados por los atascos a la entrada de la Ciudad del Rock y el colapso en las colas que se formaron especialmente en la noche del sábado; en la que hubo quienes tuvieron que esperar hasta más de tres horas para coger las lanzaderas que llevaban desde Arganda del Rey a diferentes puntos de la ciudad.
“Parece que cualquiera puede hacerlo, y no”
Consciente de que la casuística de cada cancelación ha sido diferente, Nando Cruz extrae que lo que tienen en común es la “constatación de que no es tan fácil montar un macrofestival”. “Parece que cualquier ciudad que quiera uno, puede conseguirlo así por que sí. Y no, es muy complicado”.
“En el DCODE se añade que lo que les ha fallado es el cabeza de cartel. En el mundo hay muchísimos macrofestivales, pero no hay tantos cabezas de cartel capaces de llenarte ese recinto. Con lo cual, si te falla, te hunde el festival”, y añade que eso “es la prueba de que lo que en realidad estás montando es un macroconcierto con unos cuantos grupos de relleno y un cabeza de cartel que podrías haber puesto en un estadio de fútbol”.
En el mundo hay muchísimos macrofestivales, pero no hay tantos cabezas de cartel capaces de llenar sus recintos
En vista de que aun así, cada año aparecen más macrofestivales, más que ante un agotamiento del modelo, lo que que se denota es una fatiga: “Está empezando a quedar claro que no hay gente dispuesta a ir a tantísimos festivales”. En parte, por las condiciones que se están dando. “La gente empieza a estar harta de ser maltratada en estos recintos y se queja cada vez más. Exige condiciones de habitabilidad en estos espacios, poder pasarlo más o menos bien, que no le estén estafando”, indica.
Un negativo contexto al que habría que sumar la polémica suscitada por el que lleva desde el año pasado siendo el campo de batalla del consumidor de festivales: las pulseras 'cashless'. Mad Cool, Reggaeton Beach Festival, FIB, Love the 90's y un largo etcétera de eventos de este tipo imponen cantidades mínimas y cobran gastos de gestión para poder recuperar las cuantías que no se llegaron a gastar dentro de los recintos. Prácticas que, desde Facua-Consumidores en Acción y OCU (Organización consumidores usuarios) consideran “abusivas” y han denunciado.
Quién pidió que existieran estos recintos
Nando Cruz valora que “las administraciones tendrán que ponerse las pilas y no ir cediendo estos espacios al libre albedrío y que cada uno haga lo que quiera”. “Cuando crezca su control, se verá qué festivales pueden subsistir cumpliendo todas las normativas y cuáles tendrán que cancelarse”. El periodista se remonta a mediados de los 2000 para explicar el germen de la proliferación de este tipo de propuestas. Fue entonces cuando ayuntamientos y comunidades autónomas descubrieron que los festivales eran un gran reclamo turístico para generar consumo.
“Llevamos más de una década en la que cualquier municipio medio grande quiere tener su festival porque eso le pone en el mapa, le hace parecer moderno y trae a mucha gente”, comenta sobre un clima que propició que aparecieran “promotores hasta debajo de las piedras”. Comenzaron a ofrecerse a los ayuntamientos para que les prestaran recintos asegurándoles: “Te voy a traer e los mejores grupos del momento, va a venir un montón de gente y nos vamos a forrar todos”. Así surgió el boom por los macrofestivales.
Un tipo de eventos que, si bien podrían haber sido albergados en estadios de fútbol, sus características llevaron a que las empresas pujaran por preferir construir nuevos espacios. Estar dentro de las ciudades cuenta con el hándicap de estar rodeados de población y generar enseguida problemas vecinales. Pero ante todo, como afirma Cruz: “En estos recintos la concesión de las barras depende del propio recinto. Es decir, toda la cerveza que se se bebe dentro no va a los bolsillos de los organizadores. Además, no quieren un concierto que empiece a las 22 y acabe a las 00; necesitan una jornada desde las 16 a las 3 de la mañana”.
“Por eso muchos festivales lo que están pidiendo es espacios en los que poder juntar a 80.000 personas que, por supuesto, no todas las ciudades tienen porque no son espacios que haya demandado ningún ciudadano. Lo han demandado determinados empresarios”, expone. De aquí plantea otras dos reflexiones. Por un lado, entender que la pregunta no es tanto “por qué las ciudades no están preparadas para acoger estos grandes eventos, sino por qué una ciudad debe tener un espacio que funcione durante solo tres días año simplemente porque le interese al bolsillo del propietario del festival”.
Muchos festivales piden espacios donde juntar a 80.000 personas que, por supuesto, no todas las ciudades tienen, porque ningún ciudadano los ha demandado
Por otro: “¿Por qué debemos tragar con esta forma de consumir la música en vivo totalmente aborregada y basada en tener a la gente encerrada durante horas y días, en algunos casos a temperaturas insufribles, solo para que consuman cerveza mientras los grupos están tocando al fondo en dos, tres u ocho escenarios? A los que además, no puedes acceder porque obviamente solo puedes estar en uno a la vez”.
El festival idóneo para el futuro
Es complicado pronosticar qué pasará con el futuro de este tipo de eventos. El periodista cultural defiende que tendrá que aparecer “un cambio de tendencia”, que pase porque “lo mejor no sea tener el festival más grande, sino el que garantice las mejores condiciones al público”. Una de las frases más repetidas en las ingentes colas que colapsaron la salida del Mad Cool en su última noche, sobre un barrizal, a oscuras, y que se prolongaron durante horas en las que dio tiempo hasta a que amaneciera, fue: “No pienso repetir”.
“La gente puede tragar una vez las incomodidades, pero si le vuelves a tratar fatal, empezarán a decir, como ya está pasando: 'Yo aquí no vuelvo'. Y esta frase es una condena. No hay campaña de marketing que la revierta. Espero que los festivales empiecen a entender que el cabeza de cartel del futuro no va a ser ni un grupo ni otro. Sino la comodidad”, concluye.