Casi 60 años han pasado desde aquella tarde de julio en que John, Paul, George y Ringo aterrizaban en Barajas para ofrecer los que serían sus dos únicos conciertos en España, primero en Madrid y al día siguiente en Barcelona, hito sin precedentes en los conciertos multitudinarios de nuestro país. No pocas cosas han cambiado desde aquella cita histórica.
Ni las 75 pesetas por entrada de entonces equivalen a su precio actual en euros, ni todas las giras internacionales de primer nivel pasan por ambas ciudades. De hecho, es Barcelona la que últimamente alberga mayor número de conciertos de este tipo si contabilizamos que ni Bruce Springsteen, Beyoncé, Coldplay o Madonna, entre otros, eligieron Madrid como parada obligada de su ruta europea.
Tras esta situación, múltiples causas. Una de las más apuntadas por las empresas promotoras es la que tiene que ver con la situación geográfica de ambos núcleos urbanos. El routing, como se le conoce en el sector, es la más aleatoria de las que limitan estas decisiones. Una sola fecha en blanco para nuestro país no puede adjudicarse sin tener en cuenta qué otras ciudades componen la gira. El mapa manda. Y mientras la ubicación de Barcelona la aproxima al resto de urbes europeas continentales, ya sean de Francia o Italia, la de Madrid la deja fuera de los circuitos a no ser que estos pasen por Portugal.
Para este tipo de espectáculos, que pueden mover múltiples camiones de producción, la posibilidad de acortar trayectos no es solo un ahorro de tiempo, sino también de dinero. “Barcelona es más viable a nivel de routing” es un axioma para fuentes de la industria de la música en vivo que también defienden que, tras la elección de una misma ciudad para realizar fechas consecutivas —como fue el caso de Coldplay el pasado mes de mayo en Barcelona—, está la lógica que prioriza la envergadura y rentabilidad de su producción.
Infraestructuras no siempre disponibles
Aunque el peso de la geografía es indiscutible, no se puede obviar otra causa de carácter estructural para entender el frenazo de Madrid en esta carrera. La falta de infraestructuras de gran aforo independientes del calendario deportivo es otra de las que decantan la balanza de lado de la ciudad condal. Los dos estadios madrileños de referencia, el Civitas Metropolitano y el Santiago Bernabéu, están atados a los encuentros que tanto el Atlético de Madrid como el Real Madrid respectivamente disputen en sus recintos. Imposible encajar un concierto con tantas fechas comprometidas. Además, está el asunto de los plazos. Por poner un ejemplo, el Real Madrid cerró su calendario 2023-2024 hace escasos días, lo que lo descarta para albergar aquellas giras previstas con muchos meses de antelación. Barcelona, en cambio, cuenta con el Estadi Olímpic Lluís Companys que, al no tener vínculos con entidades futbolísticas, tiene una mayor disponibilidad para la planificación de este tipo de eventos. O así era, al menos, hasta el convenio firmado recientemente entre Ajuntament y FC Barcelona para que el club pueda usarlo la próxima temporada mientras se efectúan obras en el Camp Nou, previstas hasta noviembre del año que viene.
Dicha eventualidad, sumada a la apertura a final de año del remodelado Santiago Bernabéu, podría revertir la situación en favor de los recintos de Madrid. Sobre el nuevo estadio, fuentes de la industria de la música en vivo aseguran que “jugará un papel importante, pudiendo competir en aforo con los de Barcelona e incluso usarse durante la temporada deportiva”. Aunque todavía se desconoce cómo será su capacidad de transformación para adaptarse a las distintas citas, ya cuenta con una primera fecha cerrada: la gira de Taylor Swift, con una sola parada en España, a celebrarse el 30 de mayo de 2024. La decisión, sin embargo, no puede desvincularse de la tiranía del routing, que llevará a la norteamericana a Lisboa en la previa a la capital española.
El aforo importa
A pesar del routing y las señaladas carencias en infraestructuras, el Anuario 2023 de la Asociación de Promotores Musicales (APM) publicaba en marzo de este año que la Comunidad de Madrid encabezó la lista de ingresos de música en vivo en 2022 con 103,6 millones de euros (22,55% del total nacional), seguida de Cataluña con 97,4 millones de euros. Un dato que nos hace dirigir la mirada a otros grandes recintos de la ciudad. Además de la ineludible cifra facturada por los festivales, la incesante actividad del espacio multiusos de la capital, WiZink Center, podría estar detrás de estos números. No en vano es la quinta sala de conciertos en venta de entradas del mundo y la segunda de Europa, según la revista Pollstar, y que, en palabras de Manuel Saucedo (consejero delegado de Impulsa eventos e instalaciones, gestora del WiZink Center) es debido a, entre otras cosas, “su versatilidad”, que les hace “capaces de hacer un evento cada día y aprovechar muchísimo el calendario”. Entre sus líneas estratégicas, destaca la reciente apertura de La Sala, de menor aforo (1.000 personas), que “además de ser una sala comercial al uso”, la dedicarán durante varios días a la semana a “bandas emergentes”, con unas condiciones que consideran “regaladas” porque quieren “hacer algo por la música”.
Sin embargo, WiZink, con un aforo máximo de 17.453 personas, no puede, en palabras de fuentes de la industria de la música en vivo, competir con el Palau Sant Jordi (17.960) o con el Estadi Olímpic (55.926) pues al ser más grandes dan “la posibilidad de hacer más taquilla”.
No solo es determinante esta diferencia de aforos a favor de Barcelona; también se apunta a la gestión pública de los espacios catalanes —en contraste con la mayoría de tipo privado en Madrid— y el prestigio cultural que esta representa en el extranjero como otras de las razones por las que, puestas a elegir, las promotoras y artistas se deciden por la ciudad condal.
Al aire libre
Además de los dos estadios de fútbol y el WiZink Center, Madrid cuenta con dos macrorrecintos al aire libre como son la Ciudad del Rock en Arganda y el espacio que Mad Cool está construyendo en Villaverde, a inaugurar en la próxima edición de su festival en julio. Ambos tienen la desventaja de la distancia con respecto a la capital, especialmente el primero de ellos, que a más de 30 kilómetros se convierte en opción a descartar de no mejorar sus accesos, problema certificado en la primera edición madrileña del Primavera Sound. Dos horas de espera para llegar al recinto resultaron intolerables, lo que pone en duda que repita en una hipotética segunda edición. Un recinto, el de Arganda, que nacido al calor de la burbuja inmobiliaria, sigue desaprovechado y eso a pesar del medio millón de euros al año que cuesta su mantenimiento. Desde que se finiquitara en 2012 la edición madrileña de Rock in Río —evento para el cual se construyó—, no levanta cabeza.
El de Villaverde, en cambio, se antoja como posible beneficiario de esa eterna búsqueda de espacios de mayor aforo y con disponibilidad de fechas en Madrid. La jugada del Mad Cool se torna magistral. El festival, tras depender de infraestructuras externas como La Caja Mágica o Valdebebas - Ifema, decidió comprar sus propios terrenos, próximos a Getafe, en marzo de este año. La previsiblemente jugosa explotación que resulte del alquiler a otras promotoras ha provocado la rápida adquisición, por parte de Mahou San Miguel S.L., del 51% de la empresa gestora del mismo. Pero no todo es oro en este trigal. El recinto, que ya tiene cerrada la gira de Harry Styles para el 14 de julio, todavía no está acondicionado y adolece de problemas de acceso que requerirán de actuaciones más allá de la extensión horaria de líneas de metro o del refuerzo de buses lanzadera, que se acometerán a lo largo de un año. A tener en cuenta también las quejas vecinales, que ya han derivado en la creación de una plataforma contraria a su implantación. De solventarse todo, especialmente ese kilómetro de distancia que lo alejan de las paradas más próximas del interurbano, podría convertirse en el mesías de los recintos, llamado a competir con el Parc del Fòrum barcelonés.
Festivales que fagocitan giras
De hecho, todo apunta a que este sea el modelo de negocio que acabe imponiéndose por encima de las tradicionales giras. Lo de disfrutar de tu grupo favorito de forma exclusiva —y no digamos ya en sala cerrada— empieza a complicarse. Triunfa un tipo de festival fagocitador, “el que ya quiere nacer grande” —apunta Nando Cruz, autor de Macrofestivales. El agujero negro de la música (Península, 2023)— “los festivales más importantes de España (Sónar, FIB, Primavera Sound...) nacieron siendo pequeños. Pero Mad Cool, O Son Do Camiño, Cala Mijas, Andalucía Big Festival o Bilbao BBK Live son festivales en cuya primera edición ya esperan decenas de miles de personas. Son festivales-pelotazo con fortísima inversión de dinero público. Y, en realidad, son macroconciertos disfrazados de macrofestival porque para garantizar muchísimo público en una primera edición la única fórmula es tener artistas famosísimos capaces de juntar 30.000 por sí mismos y rodearlos de grupos de relleno”.
Un producto que dista bastante de aquellos primeros festivales en los noventa “impulsados por melómanos, mientras que los que aparecen a partir de 2010 nacen ya como un modelo de negocio que parece ser muy rentable y que atrae a empresarios no necesariamente melómanos”. Fondos inversores que “quieren muchos beneficios y pocas preocupaciones. No les interesa asumir el mando de un festival, solo que vayan lo mejor posible”, apunta Cruz.
En cuanto a cifras, el último anuario de la APM presenta récord en venta de entradas para la industria de la música en vivo, un 20% por encima de las de 2019, el año anterior a la pandemia y que, según Cruz, se debe principalmente “a que se ha disparado el número de festivales, el aforo de esos festivales y el precio de esas entradas. Todo eso ha sido posible porque durante 15 años se ha trabajado intensamente para convertir el festival en un sitio al que hay que ir… aunque no te interese especialmente la música”.
Pero volviendo a la pugna Madrid-Barcelona, si entre estas concentran la mayor parte de las giras internacionales, ¿qué hay del resto de ciudades? Con respecto a los festivales, sí hay presencia de destinos alternativos como Málaga, Valencia, Bilbao, Sevilla o Vitoria-Gasteiz, lo que no sucede tanto para las giras a pesar de que España posea “uno de los mejores parques de estadios en Europa, habilitados para conciertos”, según fuentes de la industria de la música en vivo. En cualquier caso, coinciden estas mismas fuentes en que más allá de la polémica derivada de la elección de una u otra ciudad, su objetivo no es otro que “hacer los conciertos lo más rentables posibles”. Algo que Francisco Bermúdez, agente madrileño de espectáculos, debía tener en mente cuando elaboró su particular cuento de la lechera. Sus conciertos de The Beatles no lograron vender todo el papel, frustrando sus altas expectativas de negocio. Su prestigio, en cambio, creció exponencialmente. Eran otros tiempos, tiempos en los que la palabra macroconcierto no había sido pronunciada todavía.