La Mala estaba trabajando en el guardarropa de un bar cuando recibió la llamada telefónica que le informó de que su primer disco, Lujo ibérico (Superego, 2000), iba a editarse en Estados Unidos. Dejó el bar y comenzó a componer su segundo álbum, Alevosía (Universal, 2003).
Ahora cuenta con el Premio Nacional de Músicas Actuales 2019, dos Premios Grammy y el respeto de la escena por ser una de las principales precursoras del rap en castellano. No obstante, María Rodríguez (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1979) confiesa a elDiario.es que, en 2010, cuando ganó su primer Latin Grammy “estaba bastante mal. Estaba tomando mucha medicación, me sentía muy triste porque no podía estar con los niños porque estaba trabajando, no lo disfrutaba”.
Mala Rodríguez acaba de recoger en un libro –Cómo ser Mala (Temas de hoy, 2021)– su vida personal y artística, desde su infancia en el sevillano barrio de la Macarena hasta convertirse en icono más allá de los cuatro elementos que forman el hip-hop.
La historia de una niña de la Macarena
Hace veintiún años, Mala publicó en España el LP Lujo ibérico. Hito musical en la historia del rap en español que fue disco de oro con más de 67.000 copias vendidas. La Mala Rodríguez lanzó once cortes dejando de lado la ortodoxia del género, rapeando desde su sangre andaluza, nutriéndose del sonido flamenco y destacando en un universo donde la hegemonía masculina era aún más notoria que ahora.
“Creo que hoy día los niños y las niñas tienen muchísima presión por ser exitosos, por encontrar una fama, un lujo, un dinero, unas cosas que son totalmente irreales; tienen que ir en busca de la felicidad, no la fama y el dinero”, señala Mala Rodríguez.
Antes de viajar a Madrid, Mala hizo una hoguera con todas sus letras. Dejó Sevilla. Llegó a las calles de la capital donde ya empezaban a vibrar los graves impulsados por sellos de rap como Zona Bruta, Yo gano y Rap Solo. María Rodríguez cuenta en su autobiografía que le costó encontrar mujeres dentro del circuito del hip-hop. De aquellos años, Mala destaca la calidad de la rapera Arianna Puello (Santo Domingo, 1977), que contó con el respeto del gremio, no así de la visibilidad que se merecía la autora del Gancho perfecto (Zona Bruta, 1999). “Ari hablaba desde la perspectiva de una mujer negra y, en un país sin negros, no había forma de tener éxito (...) Es injusto que el talento de Ari no se apoderara del país”, confiesa Mala en su libro.
Mala Rodríguez también señala el paternalismo o la ignorancia que recibía de los raperos “si ven que no te pueden follar”. Así como la falta de mestizaje sonoro, el dogma de la pureza, en los comienzos de la cultura hip-hop en España. “El jazz también se dice que está muerto porque lo único que hace es copiar lo que hizo el Charlie Parker y el otro y el otro. Realmente lo único que hacen es reproducir; reproducir es reproducir y crear es crear, son cosas diferentes, las dos son respetables”, afirma Mala.
En sus inicios, Universal ofreció a la artista andaluza que el oscarizado productor Gustavo Santaolalla produjera su música. Sin embargo, Mala le comunicó a Santaolalla: “tengo que encontrar mi sonido”. Y así lo hizo. Parte de culpa la tuvo el recientemente fallecido DJ y productor Jota Mayúscula. “Jota me veía lo que yo no me veía a mí misma, yo era un saco de inseguridades, no me había descubierto a mí misma, él sí vio en mí”, recuerda Mala.
Apunto alto, me lo guiso, apuesto
“Compro oro, compro boquerones / No quiero te quieros, quiero acciones / No quiero que ningún hombre me toque los cojones”, es una de las rimas que se imprimen en Cómo ser Mala.
Mala siempre ha estado lejos de lo homogéneo. Su imaginario lo forma un triángulo que se nutre de las emisoras de radio que escuchaba cuando estaba cerca del Estrecho, del “descaro sevillano y la chulería de la jinetera jerezana”. Jérez, Cádiz y Sevilla como los vértices de un sonido que viajó a América para seguir creciendo. Países latinos donde apenas se habían vendido sus discos, pero donde sí reconocían su música gracias a la piratería. “Cuando viajaba a Chile o a Colombia todo el mundo conocía mis canciones y eso era debido al eMule”, expone María Rodríguez.
“La industria no es más que un reflejo de la gente que da like a cosas, como la telebasura”, denuncia Mala. “La gente somos los que hacemos el mundo, somos las personas, el mundo está hecho de nosotros, nosotros somos el puto algoritmo. Si tú estás todo el rato mirando cosas de no sé qué te van a salir más cosas de no sé qué. Está en ti el poder detenerlo. Es muy fácil criticar desde fuera y decir ‘qué basura es esto’ o ‘cómo la industria nos impone este canon’. A lo mejor es que tenemos que ser nosotros mismos y seguir visibilizando otras cosas”, añade.
La mala María
Al margen de la música, Cómo ser Mala habla de amistad, fragilidad, salud mental, maternidad, vínculos. Rodríguez cuenta que para firmar el divorcio se compró un vestido blanco carísimo que solo vistió para finalizar su primer matrimonio. “Mi destape es la respuesta a tantos años de coerción”, escribe la rapera de Jerez. Tras este acto, Mala comenzó actuar en lencería, corsés y tacones, y con estética pin-up y dominatrix.
“Incluso con el deseo, que también se está hablando mucho ahora sobre si en la cama me gusta que me den de hostias, ¿eso no es feminista ¿También vamos a sentirnos culpables por lo que deseamos, por nuestro deseo? A mí me han llegado a decir que eso se cura en terapia, ¿perdona? Tranquilicémonos un poco. Tú no puedes sentirte culpable por lo que te pone cachondo, que viene de aquí o de allí pues a lo mejor. No lo sé, pero bastante caña nos hemos dado las mujeres como para seguir dándonos”, señala.
Mala siempre ha tratado que su círculo sea mayoritariamente femenino. En su libro inmortaliza a a amigas como Nidia, la primera feminista que conoció. “Si había un feminismo que yo defendiera era el radical, pero, con el tiempo, yo he cambiado de opinión porque me niego a culpar a las putas en vez de a los puteros. Me niego a creer que solo existe una realidad”, opina Mala.