El milagro de Sparklehorse, las canciones que regresan después de la muerte

Susana Monteagudo

22 de septiembre de 2023 22:28 h

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Pequeños milagros suceden cada día. Algunos se presentan en un instante, sin avisar. Otros requieren de tiempo y esfuerzo. Para el álbum póstumo de Sparklehorse han mediado años de búsqueda, un trabajo colaborativo y dos palabras. Mark Linkous las había garabateado, poco antes de morir, en un cuaderno negro entre letras de canciones y dibujos. “Aquello que no se nombra, no existe”, decía el filósofo George Steiner, y Bird Machine (Anti-, 2023) existió desde el instante mismo en que su creador le puso título. El testamento artístico de uno de los más grandes cantautores crepusculares se publicó el pasado 8 de septiembre gracias al amor y el tesón de su familia. Su hermano Matt y la mujer de este, Melissa, lo han ensamblado desde un absoluto respeto y clarividencia con el propósito de completar el legado de un artista único, desaparecido hace ya 13 años.

Mark Linkous acabó con su vida de un disparo directo al corazón. Era una mañana de marzo de 2010 en un solitario callejón de Knoxville, Tennessee. Tenía 47 años. El día de antes, Jonathan Donahue (Mercury Rev) recibió un extraño mensaje que dejó pasar creyendo que era una equivocación. “Voy a echarte de menos”, le escribía su amigo Linkous. La frase cobró sentido horas después para su consternación y la de todo aquel que le conocía y admiraba.

No fue un suceso inexplicable. En almas atormentadas como la suya suelen sobrar motivos, pero siempre se apuntó al suicidio del también cantautor Vic Chesnutt como catalizador de una situación complicada en lo personal, con el divorcio de su mujer Theresa en ciernes y un largo historial de adicciones y depresión. Tampoco se puede excluir de la ecuación una economía que a menudo no le alcanzaba para reparar el coche o jubilar unas ajadas botas. La crítica siempre lo trató bien, pero esos laureles nunca se tradujeron en sustanciosos ingresos.

Primera resurrección: Londres

Si Alice Cooper, Neil Young, Jimmy Page o Tom Waits fueron algunos de sus referentes musicales, Vic Chesnutt representó algo más. “Mientras él sea capaz, yo también”, repetía como un mantra en referencia a cómo este encaraba las eventualidades de su maltrecha condición física. Postrado en una silla de ruedas desde los 18 años, Chesnutt le ayudó a afrontar sus propias limitaciones tras un fatídico accidente que a punto estuvo de costarle la vida.

Linkous perdió el conocimiento en una habitación de hotel en Londres. Estaba de gira con Radiohead, quienes le habían invitado a ejercer de telonero en su presentación de The Bends (1995). Para sobrellevar el estrés del directo ―excesivo para su natural introversión―, combinó su tratamiento de antidepresivos con Valium. No fue un intento suicida. Desvanecido sobre sus piernas, en una postura que las privó de circulación sanguínea durante 14 horas, su liberación por el equipo de emergencias le provocó un shock que devino en fallo cardiaco. Estuvo muerto unos minutos. Afortunadamente, lograron estabilizarlo. Un terrible dolor crónico y el uso forzoso de órtesis en sus miembros inferiores fueron las secuelas con las que tuvo que lidiar desde entonces, circunstancias que vapulearon su ya de por sí inestable existencia. Sucedió en los primeros años de su proyecto personal, Sparklehorse.

El sueño de la música

Con el afán de esquivar un destino que presuponía abocado a las minas de carbón de su natal Richmond (Virginia), el joven Mark Linkous soñó con medrar en la música. Dos traslados: a Nueva York y Los Ángeles, y dos formaciones: Dancing Hoods y Salt Chunk Mary, fueron sus primeros envites. No hubo suerte. “Fuimos grandes por dos minutos”, dijo de la primera de ellas. De vuelta en Virginia conectó con David Lowery (Cracker), quien le prestaría una grabadora de ocho pistas para dar forma a su primer álbum, Vivadixiesubmarinetransmissionplot (Capitol, 1995), un debut que apuntaló su propuesta entre la exquisitez del country-folk más íntimo y la frescura del pop alternativo. Ya se atisbaba, entre sus cortes, un enfoque experimental de mosaico sonoro, la querencia por el sonido lo-fi y la que sería una de sus señas de identidad: la voz suave, delicada y levemente distorsionada, producto del caprichoso azar. Linkous temía despertar a su mujer durante aquellas sesiones de grabación que se prolongaban hasta el amanecer, contingencia que solventó moderando su voz y filtrándola con algún efecto.

Pero fue su traumática experiencia en Londres la que terminó de definir su sonido. De ella extrajo toda posible belleza, sombría, honesta, fantasmal, entre lo real y lo onírico, y la depositó en su segundo álbum, Good Morning Spider (Parlophone, 1998). En él documentaba su particular via crucis, de lenta y extenuante rehabilitación, a través de canciones de pop atemporal. Linkous se apostaba entonces en un abismo cinematográfico pero sin sucumbir a la completa desesperanza: todavía era capaz de glosar su fascinación por el mundo.

Tras este, tres proyectos de ánimo colaborativo. Primero el realizado con el productor Dave Fridmann, It’s a Wonderful Life (Capitol, 2001), considerado cumbre de su carrera y en el que participaron sus admirados Adrian Utley (Portishead), PJ Harvey o Tom Waits. A continuación, el emprendido con el músico Danger Mouse, a quién conoció a través de su The Grey Album ―un disparatado trabajo en el que combinaba a The Beatles con Jay Z―, y que le ayudó a conformar Dreamt for Light Years in the Belly of a Mountain (Astralwerks, 2006) aplazado por una de sus persistentes depresiones. En los créditos figuraron Joan Wasser (Joan As Police Woman), Tom Waits o Steve Drozd (The Flaming Lips). Y, por último, Dark Night on the Soul (Capitol, 2010), un compendio de psicodelia, punk, folk y rock espacial en coautoría con Danger Mouse y con apariciones de Vic Chesnutt, Iggy Pop, Julian Casablancas (The Strokes), Jason Lytle (Grandaddy), Suzanne Vega o Black Francis (Pixies) entre otros. Para el libro que lo acompañaba, contaron con la fotografía de uno de sus ídolos, David Lynch, quién también se estrenó como vocalista en dos temas. Por disputas legales, el álbum se publicó un año después de lo previsto, con Linkous ya fallecido.

Los últimos años

Durante aquellos últimos años, Mark Linkous se mantuvo activo. Acompañó a Daniel Johnston en su gira de 2008, publicó un epé de ambient con el músico experimental Christian Fennesz: In the Fishtank 15 (Konkurrent, 2009), compuso una pieza instrumental para un documental de David Lynch y empezó a preparar su siguiente álbum. Parecía inmerso en un fase de reinvención. Desde su estudio Static King, una caseta anexa a su hogar en las montañas de Carolina del Norte ―adonde se trasladó en 2002―, Linkous iba esbozando canciones a buen ritmo. Seis de ellas fueron registradas en 2009 en el estudio que el productor Steve Albini tenía en Chicago. Incluso programó un viaje a Nueva York en marzo del año siguiente para concluir el álbum junto al ingeniero de sonido Joel Hamilton. Pero para entonces estaba en Tennesse, viviendo en casa de su amigo Scott Minor y en mitad de una crisis existencial que ya no superaría.

Segunda resurreción: el álbum póstumo

Matt estaba al corriente de los progresos de su hermano respecto del que sería su quinto álbum. En uno de sus últimos encuentros, a finales de 2008, Mark le transmitió su entusiasmo por el reguero de influencias que impregnaban sus nuevas canciones y cómo estas iban tomando forma. Había estado escuchando con fruición a The Kinks, MF Doom, Grandaddy y a The Beatles y quería hacer un disco de genuino pop a lo Buddy Holly, como en un arranque de nostalgia terapéutica. Aquella visita concluyó con un largo paseo en coche mientras sonaban todos esos discos.

Estas conversaciones fueron frecuentemente evocadas por Matt y Melissa ―también músicos― durante los años en que se entregaron a la recuperación del legado artístico de Mark Linkous entre cajas, cintas, libretas, cedés y demás archivos. Lo que no aparecía, poniendo en peligro la viabilidad del proyecto, eran las pistas vocales. El milagro llegó casi una década después de iniciarse la búsqueda. Fue el ingeniero de sonido Bryan Hoffa, encargado de digitalizar las grabaciones de Linkous, quien las halló mientras intentaba maximizar el almacenamiento de la cinta magnética de 24 pistas correspondiente a sus sesiones con Albini. Dividió las canciones en diferentes partes y fue entre esos espacios donde aparecieron las voces. La noticia se recibió con gran júbilo: el álbum ya era una realidad.

Una vez recopilado el grueso del material ―incluida la lista de puño y letra en la que Mark estableció el título y orden de las canciones―, se les presentó otra dificultad, una de corte ético: cómo completar Bird Machine sin las directrices de su autor. La fama de perfeccionista de quien fuera alma de Sparklehorse caía sobre sus hombros como una pesada losa. Matt y Melissa optaron, con acierto, por rodearse de un equipo de confianza con colaboradores habituales de su hermano. Alan Weatherhead lo produjo, Joel Hamilton lo mezcló y Greg Calbi lo remasterizó. Todos ellos, junto a otros muchos, colaboraron para salvaguardar la última memoria artística del creador de aquellas “pequeñas canciones country-pop tristes, divertidas, tiernas y maravillosamente gruñonas”.

El resultado es un álbum póstumo que se incorpora, por derecho propio, al reputado catálogo de Sparklehorse para competir, en altura, con algunas de sus mejores obras. Melodías pop infecciosas que resplandecen en Evening Star Supercharger o It Will Never Stop, puntuales entregas de su fantasmagórico imaginario en el encaje electrónico de Kind Ghosts, rabia punk sostenida por el efecto distorsionado de su voz en I Fucked It Up o intimismo folk desgarrado y doliente en Hello Lord o en la texturizada Stay, con la que cierra a modo de esperanzado ―y frustrante― ruego. Todo ello ligado como pegamento por esa tristeza de indeleble belleza marca de la casa. 13 años después de la muerte de Mark Linkous asistimos a una milagrosa resurrección avalada por 14 canciones que son instantánea e inequívocamente reconocibles como suyas. Un minucioso trabajo que agradecer a su solícita familia propulsada en su empeño, hasta el detalle, por el más puro y generoso amor.