La música recorre cada arteria vertebral de Dublín. Todo el barrio Temple se inunda de sonido cuando se abre la puerta de algún bar. Chavales que captan la atención de los borrachos y de las pandillas con solo una guitarra, un amplificador y un buen coro de palmas. Por eso no es de extrañar que David Ruiz se animase a formar en Burgos La Maravillosa Orquesta Del Alcohol (La M.O.D.A) después de respirar el ambiente irlandés.
Sus directos tienen la frescura de un grupo de charanga, pero el contenido de sus letras y la calidad instrumental apuntan más alto que las fiestas de pueblo.
Ahora regresan con un disco grabado en su ecosistema de confianza: el escenario de un concierto. Todavía no ha salido la luna incluye canciones de sus dos últimos álbumes, dos etapas totalmente distintas unidas por la adrenalina y el sonido sin arreglos.
“Después de casi seis años de carretera y conciertos, queríamos tener un recuerdo sonoro de este momento del grupo”, confiesa Ruiz, vocalista del conjunto. Durante este tiempo, La M.O.D.A ha pasado de ser la típica banda de garaje a hacerse un hueco internacional incluso en países que todavía no han pisado. “Este disco es también para que esos seguidores que nos escriben y no han podido vernos en directo, como los latinoamericanos”, concede el músico.
David repite a lo largo de la entrevista que el verdadero motor de la banda es el público. Sonaría a cliché si no fuese por la indiscutible entrega de sus fans tanto en las fiestas de la Paloma como en el cierre de algún festival de verano. Los siete miembros consiguen despertarnos del letargo con ritmos que no acostumbramos a escuchar en la escena española. Estiran las posibilidades del banjo, el acordeón, la mandolina o el saxofón para calzar tanto sonidos jazz y blues, como folk, country y rock.
Su estilo ya ha sido comparado con grandes como The Pogues, por su rollo punk unido a instrumentos tradicionales, y con el fenómeno de Mumford & Sons. “No nos sentimos folk porque al final es un sonido propio del folklore de cada país. Hay que conocerlo muy bien y tiene unos instrumentos específicos”, explica David. También defiende, sin embargo, que es sano explorar otras culturas para entrenar el músculo de la inquietud.
Una escucha consciente
Hay muchas razones por las que La M.O.D.A no forma parte de esa masa homogénea de boybands que ha alumbrado nuestro país en los últimos años. La primera es esa visión de conjunto que no se pierde ni siquiera cuando David da un paso al frente para cantar. Incluso cuando rompen filas, los siete dan una sensación de bloque vestido de camisetilla blanca, porque “es una prenda que puede llevar cualquiera, desde mi abuelo, un currante o mi hermano pequeño”.
Ya transmitían esa cohesión propia de las orquestas cuando tocaban Vasos vacíos, Quién nos va a salvar o 1932, del primer álbum en español. Y tampoco la han perdido según ha ido creciendo la fama, la madurez lírica ni el tamaño de los escenarios.
El mal del vocalista suele ser una pandemia bien extendida en el sector y, si bien David Ruiz es la cara visible en las entrevistas, entre los bastidores de La M.O.D.A todas las opiniones cuentan por igual. “La historia de la música nos enseña que cualquier componente de un grupo es tan importante como el otro. Sobre todo si nos fijamos en Los Beatles, los Rolling Stones o en los Clash”, dice el cantante.
Su otro punto fuerte es el compromiso por rescatar la riqueza musical de un país que ha sido dominado por la radiofórmula. Sus influencias proceden de lugares donde, salvo excepciones, se escucha la música de manera consciente y se siguen respetando las raíces. “Hay que dejar de pensar que la música es solo entretenimiento mientras te tomas una copa”, opina David. Así, piensa, se formarán nuevas generaciones que perciban la música como ocurre en Irlanda.
La pequeña gran ambición de La M.O.D.A es que se empiece a valorar que toquen profesionales de verdad donde ahora te plantan una playlist. “Hay que enseñar a los chavales que hay mundo más allá de Cristiano Ronaldo y Rihanna”, defiende Ruiz. El cantante cree que así los oyentes encontrarán sus preferencias reales, no las que vienen impuestas en la masa mediática.
“Vivimos en una dictadura de la música de consumo, en la que las canciones duran tres minutos, te olvidas de ellas y pasas a la siguiente lista de reproducción o al próximo vídeo de Youtube”, expone. El septeto burgalés dejó de escribir en inglés precisamente por esto último. Sabían que componer en castellano era la manera de transmitir su mensaje al público y conseguir lo que desea todo buen músico: “que se te acerquen después de un concierto a decirte, tus canciones me están ayudando”.
Buen mensaje y censura
El segundo disco de la banda, La primavera del invierno, surgió de la lectura de un poema de Mario Benedetti. El single, Nómadas, es un homenaje a la obra cumbre de Jack Kerouac. E incluso han bautizado otra de las canciones con el nombre del trompetista más icónico que ha dado el jazz. “Si alguien descubre a Miles Davis gracias a nuestro disco, sería una satisfacción”, dice David sobre la importancia de darle un contenido cultural a las composiciones.
Sin embargo, no cree que deban existir unos mandamientos sobre lo que se debe escribir siempre que sea algo sincero, ya sean “lámparas o el bar de tu pueblo”. Por eso tampoco defiende la censura de las canciones, por muy deleznables que sean sus mensajes. “Tenemos que desarrollar nuestras propias herramientas para diferenciar si merecen la pena o no. Yo no soy nadie para decir qué se debe escuchar”, aclara.
Eso no quiere decir que le entusiasme que géneros como el reggaeton sean los más populares entre los jóvenes. “La lógica del mercado es un 'todo vale' donde impera la estética sin contenido”, se lamenta. Ruiz también piensa que eso repercute en un sector cada vez menos comprometido y más individualista. En la música, si no vende, no te mojas “ni por el IVA cultural ni por nada”. Pues, como dice La M.O.D.A en PRMVR, los de arriba han atado nuestras manos con las mismas que acarician a sus hijos.