Música, eso que suena de fondo
La tendencia de la música es “convertirse en algo accesorio”. Lo explica así Pablo Garnelo, músico del grupo Biznaga y psicólogo de 39 años. “No necesariamente vacío”, añade, pero sí “un complemento con cierta inercia de consumo rápido”. Para Garnelo hay dos fuerzas que están cambiando “el significado de la música”. Una es la industria musical, “que solo busca el éxito y el reconocimiento” y está “canibalizando” la música, y la otra es “la inercia individualista y el sálvese quien pueda”, que convierten la música en “un elemento de lujo”.
Siempre ha existido música de impacto inmediato y otra de digestión más lenta. Hoy, más allá de la exigencia que la propia música demanda, lo que abunda es un cierto modo acelerado, distraído y simultáneo de escuchar, derivado del uso masivo de servicios de audio online. Centrarse en lo que está sonando sin hacer nada más parece un privilegio. Implica detenimiento, cuidado y, a fin de cuentas, algo que no sobra: tiempo. Spotify se ha dado cuenta y en un editorial corporativo titulado Una nueva edad dorada del audio señala que “es mucho más probable” que el usuario esté “haciendo ejercicio, haciendo la cena, recibiendo a amigos en casa, jugando a videojuegos, limpiando tu apartamento, conduciendo a algún sitio, estudiando o trabajando” cuando escucha música.
¿Puede el cerebro escuchar música y hacer otra cosa a la vez? Esa es una de las áreas de estudio de la neurociencia. La multitarea tiene “un impacto cognitivo negativo” provocando una menor concentración en cada tarea, como insiste el neurólogo Facundo Manes, autor de Ser humanos. Todo lo que necesitas saber sobre el cerebro (Paidós, 2021). No obstante, la autopercepción es otra y las personas se consideran más multitarea de lo que su cerebro les permite. De hecho, Spotify se aprovecha de esa percepción y afirma, para reforzar sus argumentos, que “el 63 % de las personas entre 15 y 37 años afirman que no solo son capaces de realizar varias tareas al mismo tiempo que escuchan, sino que, además, el audio les hace ser más productivas”.
Ya se está prestando atención a testimonios que afirman “abandonar Spotify” por “amar la música”, es decir, por identificar ese déficit de atención o escucha en segundo plano. Spotify ha aumentado 23 millones el número de usuarios activos en los últimos meses y ya suma un total de 456 millones en todo el mundo. En consonancia, crecen sus ingresos y en el tercer trimestre de 2022 ha superado un 21% los del mismo periodo del año anterior. El abandono de Spotify no es una tendencia pero sí un punto de reflexión.
Voracidad e impaciencia
“El hecho de tener millones de playlists al alcance del dedo hace que consumamos música de una manera más voraz y menos paciente. Se escucha mucho menos el formato álbum, ya apenas existe el ritual de elegir el álbum que quieres escuchar y escucharlo de principio a fin y en el orden propuesto por los artistas”, describe Beatriz Matt, compositora de 29 años, graduada en musicología y residente entre Madrid y Londres. “Las plataformas de streaming nos permiten descubrir canciones, artistas y géneros que quizás hubiéramos tardado más en descubrir pero, de alguna manera, también han hecho daño a la forma que tenemos de valorar la música y el trabajo de los artistas, porque por 10 euros al mes tenemos acceso a todo y ya no estamos dispuestos a pagar por un disco”, añade. “La industria musical y su afán capitalista están modificando, y no necesariamente para bien, la idea más pura del significado de la música”, coincide Garnelo.
El hecho de tener millones de playlists al alcance del dedo hace que consumamos música de una manera más voraz y menos paciente
Jorge Rubio tiene 36 años y se dedica a la búsqueda de nuevos artistas para la editorial de derechos musicales Universal Music Publishing. Opina que ahora mismo se escucha más música que nunca aunque eso “no significa que sea una escucha más consciente o que tenga un papel predominante”. Considera que “un consumo más atomizado de géneros, gracias a las plataformas de streaming, ha diluido el papel de la música como elemento constitutivo de una identidad personal” la cual ahora se apoya más “en otros conceptos tipo moda o estilos de vida”. A esto ha contribuido que la música funcione “como elemento de apoyo asociado a otros formatos como TikTok”. Él mismo, en el desempeño de su trabajo, encuentra “momentos para hacer una escucha activa, prestando atención plena”, los cuales combina con otros en los que la música “simplemente acompaña”.
Se escucha más música que nunca aunque eso no significa que sea una escucha más consciente o que tenga un papel predominante
La célebre cita del teórico de la comunicación Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”, sonaba precisa en 1964. Actualmente no resulta sencillo desligar los distintos elementos de la comunicación mediante algoritmos. Los servicios de streaming están creando un arquetipo mixto, que es a la vez emisor, receptor, medio y mensaje. La influencia de los agentes mediadores del proceso de escucha, opera de modo eficiente y sutil para que percibamos la música como un producto más en el disputado mercado de la atención. Este enfoque es fundamental para entender el sentimiento hiperbólico que está definiendo nuestro siglo: más lejos, más rápido, más fuerte, más real… más.
Marta Peirano, periodista y ensayista especializada en tecnología, cultura y poder, impartió hace dos años una ilustrativa charla en el Palau de la Música bajo el título de Nuevas formas de escuchar. Allí desveló algunas claves sobre cómo el modelo de Spotify está menoscabando la manera de relacionarnos con la música: “No es ni una tienda de discos, ni es del todo un servicio de derechos de reproducción. Spotify es capitalismo de plataformas al 100% y, como todas las plataformas, vende anuncios. Desde que salieron a bolsa en 2015, han estado dirigiendo gran parte de su esfuerzo a las listas que llaman contextuales y emocionales, y que son fundamentales para su estrategia de negocio. La idea de identificar y transformar emociones con la música no es nueva, está bien estudiada y Spotify la aprovecha, dejándonos botones para que podamos entrenar a su algoritmo y decirle exactamente dónde estamos y qué estamos haciendo, información muy peligrosa cuando ves quién está realmente detrás”.
La música parece haber perdido su poder para detener mundos y cambiar vidas. Ya no sublima, solo acompaña. Está dejando de ser la banda sonora de un imaginario o una memoria emocional para convertirse en un hilo musical recomendado para cada contexto.
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