En los años 70 el neoliberalismo llegó para quedarse, y eso pasaba por aplastar las luchas sociales que había en las fábricas y en las calles, en una época que, tras el 68, expresaba el malestar con huelgas y protestas. “Las promesas de un futuro mejor, trabajo y bienestar que se hicieron en los 60 se rompen al llegar los 70. Hay una generación que ve que todo eso no les va a llegar, y que se ven destinados a ser unos perdedores”, cuenta Alberto Santamaría, autor de un ensayo que ahonda sobre ese tema, Un lugar sin límites (Editorial Akal).
La rabia, el desencanto y el desamparo se expresaron a través de la literatura y, en especial, de la música. Explotó el punk, que no solo odiaba al progreso neoliberal sino también a toda la mitología hippie de paz y amor. “Desprecian el mundo hippie que prometía un mundo posible mejor, en cambio el punk señala que no hay futuro. No tiene un mensaje ni un programa político, no ofrece un mundo mejor porque no es posible. Lo único que ofrece es la destrucción, la ruptura de todo. Es un discurso creado desde los perdedores”, explica
Descubrir el caos
La frase de Steve Jones, guitarrista de los Sex Pistols, “no nos gusta la música, nos gusta el caos”, expresa uno de los mensajes del punk. “La idea era que cualquiera podía hacer música, no había una jerarquía, no hacía falta estudiar ocho años en un conservatorio. Cualquiera podía utilizarla como medio de grito y de expresión y traer un mensaje distinto al del mercado. El problema es que ese mensaje fue deglutido por el propio mercado”, analiza Santamaría.
El neoliberalismo se dió cuenta de que necesitaba a la cultura para transmitir su mensaje, y entonces creó la industria cultural. “No se trataba de reprimir o prohibir los conciertos del punk, sino de desactivar su mensaje. La forma de hacerlo fue programarlo mucho, convertirlo en crestas e imperdibles, vaciarlo de su mensaje político, crítico, transformador”, dice el investigador. Y recuerda que esto llega hasta hoy día. “Los movimientos culturales disruptivos portaban un mensaje que era necesario sofocar. Eran un peligro a medio plazo. El mercado era el mejor modo de desactivar esas tendencias: convertirlo todo en cultura fácilmente etiquetable era una buena estrategia”, explica.
No se trataba de reprimir o prohibir los conciertos del punk, sino de desactivar su mensaje y el mercado era el mejor modo de hacerlo
Al mismo tiempo, otra manera de desactivar el mensaje crítico fue insistir en que la cultura no tenía nada que ver con la política: “Se repetía que la cultura sirve para entretenernos, emocionarnos o hacernos sentir cosas, y si hay mensajes políticos, se está enturbiando el arte, que tiene que ser algo espiritual”. El investigador recuerda que esto no es fruto de una conspiración, sino un movimiento de inercia, porque el capitalismo no tiene nadie al volante, su único objetivo es sobrevivir y si para eso tiene que ser feminista, ecologista o destruir el planeta lo hará, y en los 70 se dió cuenta que necesitaba la cultura“, apunta.
No hay futuro
Mientras Margaret Thatcher decía que no había alternativa al neoliberalismo, el punk dice que no hay futuro. “Son dos lemas de ese momento histórico. Lo que el punk quería decir es que si basamos la vida cotidiana en el consumo y nos vemos como empresas y consumidores, no hay futuro”, cuenta Santamaría.
El autor dibuja un rayo de esperanza cuando explica que se abrió un espacio que, aunque fuera devorado por el neoliberalismo y sus formas de entretenimiento inofensivo, nunca podría ser deglutido por completo. “La cultura dominante no puede ser completamente dominante. Si fuera así no habría cambios, y vemos que cada día surgen planteamientos nuevos, aunque el mercado rápidamente los absorba. Lo bueno es cuando surgen pequeñas fracturas por donde aparece una cultura emergente que busca una lectura diferente”, explica Alberto Santamaría
Reino Unido: Iron Maiden, David Bowie y The Clash
En Un lugar sin límites, Santamaría hace un recorrido por la escena musical del Reino Unido, y al lado del punk, resalta la importancia del heavy. “El heavy metal ha sufrido el desprecio de la teoría cultural, que tampoco presta atención a la música latina. El heavy tiene un origen muy vinculado a la clase trabajadora, y la une al mundo rural. Tiene más virtuosismo que el punk, sus letras tienen más fantasía, es una huída de la realidad”, explica el autor.
“En el Reino Unido hay mensajes muy directos como los de los Sex Pistols, pero también de huída como los de Iron Maiden, un grupo que parte de la tradición poética inglesa. David Bowie es un personaje único en medio de los dos caminos. Con su personaje Ziggy Stardust nos cuenta que él es una especie de alienígena que ha llegado a la tierra en modo juglar para decirnos que nos quedan cinco años de vida, debido a la situación climática y la crisis económica el mundo va a desaparecer. Juega así a la vez a la huída y al mensaje político”, cuenta Santamaría.
Las cuestiones que recorren la sociedad en esa época recuerdan mucho a los que ocupan la agenda actual: “Hay un clima de desesperanza, el Club de Roma lanza en el 72 las primeras alertas sobre el peligro medioambiental para el planeta. Son mensajes que llegan a la música, se ven en esos primeros discos de Bowie, o en el London Calling de los Clash que tiene detrás el tema de la inundación de Londres porque los casquetes polares se han fundido. Hay preocupaciones económicas, antibélicas por Vietnam, hay un auge del sindicalismo y también del Frente Nacional y el fascismo”, enumera el autor.
Santamaría dedica un capítulo del libro a la música disco: “Es importante porque el discurso neoliberal la absorbe. Desde que la música disco surge a finales de los 60 hasta finales de los 70 tiene un mensaje mucho más potente que el punk. Por un lado porque es un rechazo de las formas musicales entendidas como tal, se apropia de la música, mezcla canciones, juega con ellas, ya no hace falta tocar un instrumento, y eso es un gesto político. Y también porque es el primer movimiento cultural en el que se cruzan una política sexual, racial, y de clase”, apunta Santamaría.
EEUU, Iggy Pop y los New York Dolls: Devolver la música a la calle
En Estados Unidos el punk nació en los márgenes de una Nueva York sumida en la pobreza y el abandono. Y en una Detroit que caminaba hacia la ruina y que había sufrido unos de los disturbios raciales más sangrientos de la historia del país. El punk llegó, y no fue para dar respuestas, dice Santamaría, fue la dramatización del desastre. “Esto se ve cuando Iggy Pop narra la situación depauperada de Detroit o cuando el baterista de los Stooges, Scott Asheton, cuenta cómo les veían a ellos como perdedores. El neoliberalismo divide a la sociedad entre ganadores y perdedores, nadie quiere ser un looser. En cambio los primeros punk aceptan ser perdedores, dicen: somos basura, somos white trash, lo somos y te vamos a vomitar en la cara que somos esa basura”, explica el investigador.
Los New York Dolls expresaban lo mismo de otra manera: “Van vestidos de mujer y rompen el etiquetado de cierta virilidad del rock, quieren generar una anomalía: dicen 'hacemos rock and roll básico de tres acordes, nos vestimos de mujer y nos cagamos en todo, y cualquiera puede hacerlo igual de mal que nosotros'. El mensaje es que todo es una mierda. Dicen: 'que nos escupan nos da igual'. Es muy simbólico que en los 60 se cantara el Born to be wild, un canto al salvajismo hippie, y en los 70 se canta el Born to lose, de Johnny Thunders, una canción de perdedores”, apunta Santamaría.
Formas de resistencia para cortocircuitar el sistema
Frente a los discursos sobre la absorción del punk por el mercado, que señalan a las camisetas de los Ramones a la venta en grandes superficies, Alberto Santamaría dice que la historia del punk es más que una historia de derrotas.“El neoliberalismo ha impuesto un presente sin alternativas y ha diseñado y contado la historia de sus oponentes, que necesariamente tenían que ser devorados por él. Ha contado esa década como débil y estetizada”, cuenta el autor.
Y añade: “El punk es el movimiento creativo más necesario de los últimos 50 años. Su mera existencia produjo un cambio en la concepción de la vida cotidiana, una revolución que dejó pendientes algunas líneas inconscientes que han ido reapareciendo posteriormente, con mayor o menor densidad. Sin el punk no se pueden entender muchas prácticas críticas que han surgido después, desde los movimientos okupas a los fanzines. El punk creó una nueva forma de comprender la realidad que llega hasta nuestros días. Hay que ver cómo traerlo y amplificarlo”, concluye.